Las estrujantes noticias sobre la hambruna que flagela a cientos de personas en Sudán me impulsaron a dirigir una miranda al cine africano de nuestros días. En una primera instancia a rememorar aquella ácida frase que el cineasta Sembene Ousmane (Dakar, 1923) dijo a Jean Rouch, director y antropólogo francés, creador entre otros documentales realizados en el continente negro de Moi, un Noir (1959), Maitres fous años (1954-55), Jaguar (1957-67), Tu nous regardes comme des insectes! (¡Tú nos miras como insectos!)
Ousmane dijo: ``para mí, el cine etnográfico que realizan los occidentales es una inadmisible supervivencia de colonialismo, porque siempre ocultan la problemática de la negritud con una máscara pulida y autoritaria. Sólo un cineasta africano puede filmar a los africanos, únicamente un negro puede contar la vida de Malcom X, sólo un cine auténticamente nuestro podrá superar aquella visión exótica intensamente colonialista''.
Y es Ousmane (estudió cinemática en Moscú) quien realizó el primer filme significativo de la ``nueva ola'' africana, aquella que surgió en los años cincuenta no sólo en los países de habla francesa recién liberados del yugo colonial, sino también de las colonias británicas.
Aquel trabajo es Borom Sarret y narra con aliento documental durante 19 minutos la contrastante vida urbana que fatiga noche y día calles y muelles de Dakar. Contraste desconsolador entre pobres y ricos, es decir, entre nativos negros y colonizadores blancos que Sembene extenderá en su tercer filme La noire de... (La negra de..., 1996) sobre la soledad y alienación de una sirvienta que labora en una mansión ubicada en Dakar. Esta cinta, así como Borom Serret y Xala (1974), son considerados filmes contra el colonialismo y el neocolonialismo.
Ayer y hoy otros cinedirectores han recreado en el celuloide la problemática de Africa. Por ejemplo, Hondo Med (Mauritania, 1936) quien necesitó siete años para realizar West Indies, cinta iniciada en 1972 y concluida en 1979; por ejemplo, Désiré Ecaré, originaria de Costa de Marfil, quien empleó 12 años para concretar Visages de Femmes (Rostros de mujeres, 1989).
Sin embargo, otros como el nigeriano Omarou Ganda no necesitaron tanto tiempo para transvasar a los fotogramas sus preocupaciones (El exiliado, 1980); o como Hubert Ogunde en Jaiyesinmi, a propósito de la tradición teatral yoruba.
Cintas --unas y otras-- que enriquecieron el ahora memorable Festival Panafricano de Cineastas (Fesiaco) articulado a finales de los años sesenta por Sembene y Hondo para reflejar en las pantallas de toma de conciencia de los cinematografistas africanos.
Conciencia libertaria que muy pronto tuvo repercusiones positivas más allá del continente, cuando Souleymane Cissé (Bamako, Mali, 1942, y quien estudió cine en Moscú) recibió la Palma de Oro en Cannes por Yeelen (La luz, 1987) fábula cinemática que imbrica prácticas mágicas de resonancias míticas con la insoportable vida cotidiana.
Y para concluir esta brevísima mirada sobre el cine africano que me provocó la hambruna que flagela inmisericorde a niños y mujeres de Sudán, únicamente me resta escribir que en nuestras pantallas nunca se han reflejado las películas creadas por Sembene, Hondo, Souleymane, Idrissa Quedraogo (Yaaba), Burkina Faso (Tilai).
Es decir, continuamos instalados en la desinformación altamente estrujante.