La Jornada 12 de agosto de 1998

Cantar a la diversidad y la vida en lengua propia, meta de los indígenas

Karina Avilés/ II Ť Al margen de conceptos como el de la llamada alta cultura, cuyo símbolo puede ser Bellas Artes, o el de la cultura chatarra de la televisión, los pueblos indígenas en México desarrollan una serie de propuestas ``que son la semilla de futuro'', afirma Marjorie Thacker, delegada del Instituto Nacional Indigenista (INI) para el Distrito Federal. Y su afirmación se confirma con los programas de radio escritos en lengua indígena, bandas de música, en los que jóvenes indígenas se proponen el rescate de sus culturas. Ciertamente es una siembra.

Unidades de producción radiofónica

Llevan sus programas de pueblo en pueblo, con la convicción de que sus voces sonarán quizá en ``el país de las nubes'', la Mixteca, y hasta en un rincón purépecha de Michoacán. Pero el trabajo comienza aquí, en el Distrito Federal.

En cuartos de tres por cuatro metros que generalmente son parte de su propio hogar y en otros más pequeños, como ``el que será el baño de una casa'' y que mide cerca de metro y medio por dos, jóvenes indígenas construyeron, hasta con equipos que proceden del desperdicio industrial, sus unidades de producción radiofónica.

Al oriente de la ciudad, en Iztapalapa, se encuentran las unidades de los mixtecos y los zapotecos; al suroeste, en la Magdalena Contreras, la de los nahuas; un poco más allá, en Milpa Alta, está la de los mixes, y en Azcapotzalco, los purépechas conformaron la unidad más reciente.

Allí realizan sus programas, y allí también ``se han borrado emisiones pasadas para reutilizar el material por no tener dinero para las cintas'', cuenta Sergio Canales, asesor de dichas unidades y quien al lado de los indígenas impulsa el proyecto.

Y, no obstante, a veces no cuentan con los 10 o 20 pesos que cuesta una cinta de carrete abierto usada, graban un programa por semana; con todo y eso, señala Canales, ``en la ciudad no hay aún suficientes espacios que les permitan transmitir'' lo que significa su vida.

En los programas no sólo se difunden los hechos importantes, como la muerte de algún miembro de los pueblos, también por ahí se transmiten sus sentimientos, el sentido de la sobrevivencia, la enseñanza a sus hermanos y los mensajes trascendentes.

``Si vienen a la ciudad de México, deben tener cuidado con el tránsito y también al cruzar las calles, aquí hay gente mala y gente buena; si tienen que hacer una gestión en una oficina de gobierno, acompáñense de alguien, porque luego nos tienen en un concepto malo por no saber cómo se hacen las cosas; también deben tener precaución con su seguridad'', lo anterior, dice el mixteco Narciso Pablo León, es algo de lo que le decimos a los pueblos a través de la radio.

Una vez que los grupos terminan sus programas viajan a las difusoras de sus zonas de origen y desde allí --mediante las radios del INI y otras, como la Asociación Radiofónica Oaxaqueña-- difunden el trabajo en sus respectivos pueblos; además, transmiten en vivo, señala Canales, también productor del programa Del campo y de la ciudad que se transmite en Radio Educación y en donde los indígenas han encontrado un espacio para difundir sus problemas y sus culturas.

Las unidades de producción radiofónica se crearon con el apoyo de la Dirección General de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y después participó el INI, recuerda Canales. Pero la sobrevivencia de dichos centros, como dice Narciso Pablo León, tiene que ver ``con que a veces nos quedamos un rato sin comida''.

Conocer el tesoro dormido

Desde niña, Adriana quería saber qué era lo que su abuelo guardaba celosamente en un baúl de su casa, pero el viejo se resistía a satisfacer su curiosidad y luego de cada negativa le decía: ``allí duerme mi más grande tesoro''.

Conforme Adriana creció, aumentaron las negativas del abuelo, y el deseo de la joven por conocer el contenido del baúl se incrementó.

Un día, el abuelo murió. Su familia y su tierra, San Antonio Pueblo Nuevo, lo lloraron. Adriana supo entonces que había llegado el momento de conocer el ``más grande tesoro'' que guardaba el abuelo.

Cuando abrió el baúl, los ojos de Adriana se llenaron de luz, pues allí, en el fondo, brillaban unos cuantos granos de maíz, el gran tesoro del viejo.

El relato anterior es parte de la riqueza cultural de un grupo de jóvenes indígenas radicados en la ciudad de México, los que interesados en un proyecto que propone ``sentirnos orgullos de lo que tenemos'', buscan rescatar sus culturas.

Leticia Ramírez, coordinadora del proyecto Grupo de jóvenes indígenas al rescate de su cultura de ayer y hoy radicados en la ciudad de México, de Nuestras Raíces, AC, explica que después de la discriminación que aún no logra disiparse y que ha provocado tantas heridas en los pueblos indígenas, es fundamental sembrar pequeñas o grandes semillas que contribuyan a reconocer la presencia de las tradiciones, costumbres y valores indígenas en el país.

Por ello desde esta trinchera, señala Ramírez, mazahuas, triquis y otomíes de entre 16 y 20 años ``realizan visitas a sus pueblos de origen, particularmente en los días de las fiestas patronales'', al mismo tiempo ``hacen un recuento de las leyendas y mitos de sus pueblos, basándose en la riqueza cultural de sus propias familias, en eso que han oído y que es parte de ellos'' y que comienzan a revalorar.

La Casa de los Escritores

La Casa de los Escritores en Lenguas Indígenas ``opera como un símbolo en el que expresamos la importancia de mantener la identidad, el orgullo de ser, la dignidad de ser indígena'', afirma su director, Natalio Hernández.

Los pueblos indígenas, dice el también escritor, ``dejaron de cantar hace 500 años. La alegría por la lengua, por el canto, se perdió y se refugió en la música, una música triste; por ello, estamos tratando de cantar otra vez''.

Y una forma de cantar es mediante la palabra. ``Los escritores en lenguas indígenas operan más en sus propias regiones, algunos van y vienen, pero lo fuerte del movimiento no está en la ciudad, sino en los pueblos'', opina Hernández.

Aunque ``la literatura en lenguas indígenas aún no tiene cabida en las editoriales'', considera que en los próximos 20 años, las casas editoras ``publicarán nuestros textos. Pero hay que verlo desde una perspectiva social y cultural más allá de la comercial. Los institutos de cultura y las universidades van a jugar un papel muy importante'', señala.

Por lo pronto, la Casa de los Escritores inició a partir de este año un proyecto editorial que plantea llegar al foro mundial Expo-Hannover 2000 con 40 títulos por lo menos.

Al concluir, el escritor en lengua náhuatl plantea: la propuesta es cantarle a la diversidad, a la vida en el propio idioma, ``porque finalmente los pueblos indígenas representan 10 millones de mexicanos, que si están mutilados y degradados nos degradamos como nación''.