La Jornada miércoles 12 de agosto de 1998

Manuel Vázquez Montalbán
Kosovo y el vestido de Lewinsky

La ofensiva cultural de la derecha durante estos últimos 20 años se ha basado en extirparnos aquella parte del cerebro que buscaba en el pasado a los culpables de la historia, como causas de los efectos malignos comprobados. En una historia sin culpa- bles es difícil indagar responsabilidades inmediatas a lo que está pasando en Kosovo y lo fácil es recurrir al enemigo prefijado, el expansionismo serbio. Lo difícil es saber quién metió en la cabeza de los albaneses de Kosovo que había llegado el momento de armarla para salir en los noticiarios de la CNN y para que el secretario de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el español Javier Solana, comunicara que se estaba estudiando la posibilidad de estudiar la posibilidad de la posibilidad de una intervención de la alianza atlántica en Kosovo para impedir otra limpieza étnica. Todo el mundo sabe que durante agosto o bien el presidente Bill Clinton llega a la conclusión de que le interesa intervenir en Kosovo para que aumente su popularidad y así llegar en plena forma ante el emplazamiento judicial de septiembre por sus contactos ovales con la becaria Lewinsky, o los albaneses de Kosovo van a seguir perdiendo una guerra en la que nunca debieron meterse.

Han pasado ya varios meses desde que alguien les persuadiera para que hostigaran a las fuerzas armadas serbias y dieran origen a una nueva guerra de independencia. Mientras tanto se ha creado un mercado de armas en la zona y los señores de la guerra han ejercido a sus anchas ante la pasividad previsible de Europa, América, Africa, Asia y Oceanía, realidades continentales no superadas por más superestructuras supranacionales que les echen. Los teóricos de las guerras civiles posmodernas en el marco de la aldea global ya anunciaron que conflictos de este tipo serán frecuentes en las próximas décadas porque tienen un origen artesanal y un mal intervenir ya que es poco el beneficio que van a obtener las potencias en disposición de hacerlo o esas superestructuras formales llamadas Unión Europea, Naciones Unidas u OTAN. Sólo en el caso de que Estados Unidos vaya a sacar algún provecho con la intervención, cualquier conflicto tendrá un final previsible, tres años después de haber estallado y de haber rendido pingües beneficios en los mercados negros de carne humana y armas. Los albaneses son pocos y muy poco rentable cualquier cosa que se haga por ellos. Un ex embajador en Cuba, Wayne Smith, partidario de terminar con el bloqueo estadunidense me lo explicó en La Habana con toda claridad: los cubanos tienen la mala suerte de ser pocos, 11 millones. Si fueran 100 millones, al menos, o 50 millones, el bloqueo se habría terminado hace tiempo. Y es que no es lo mismo un mercado de 11 millones de cubanos que uno de cientos de millones de chinos, y por lo tanto no es lo mismo el visible incumplimiento del respeto a los derechos humanos por parte de los gobernantes de La Habana que el invisible por parte de los de Pekín. ¿Qué pueden esperar los habitantes de Kosovo? Sólo puede beneficiarles su propio sentido común y rechazar el militarismo nacionalista que los ha metido en una guerra cínicamente inducida frente a un enemigo al que sólo pueden, hoy día, desgastar e irritar, pero a un precio desaforado.

También pueden rogar a sus dioses mayores o menores que el análisis del vestido incorrupto de Monica Lewinsky demuestre que los restos biológicos del presidente Clinton no proceden de un furúnculo o de un vómito de hamburguesa McDonalds con ketsup. De comprobarse que esos restos proceden del hijo predilecto adosado que todo hombre ha visto crecer alguna vez en su vida, es muy probable que Estados Unidos envíe al séptimo de caballería a Kosovo y el vestido de Lewinsky pase a la sección de objetos perdidos.