Con motivo de un debate acerca de la exposición escultórica del MAM, escuché de nuevo pronunciar el enunciado que ahora me sirve de título. Me dije: decir eso no quiere decir nada, ``calidad'' es una palabra que ha acabado por perder sentido o que en todo caso sólo lo tiene si se usa como comparativo, por tanto, hay que expulsarla del discurso sobre arte, de las convocatorias, de las actas que los jurados emiten cuando dictaminan un certamen (de hecho está eliminada) de las tesis profesionales etcétera. Dos experiencias, una positiva y otra negativa acompañaron mis dudas acerca del término ``calidad''. La primera está referida a exposiciones vigentes en la Galería OMR, que me gustaron mucho. Corresponden a Cisco Jiménez y a Pablo Ortiz Monasterio. El mismo día que las vi, fui por la noche con mis amigos R. y B. a la obra de teatro de Emilio Carballido Las cartas de Mozart, que se presenta en el CNA. Al salir dijo R. en su inglés británico: ``It has no quality at all'' (estuve totalmente de acuerdo). No me sonó mal en este caso el empleo de la palabra y la repetí en francés: qualit, en alemán: Qulitat. No hay voz en estos idiomas ni en italiano que corresponda al término castellano ``calidad'', la más similar, derivada del latín y raíz de todas es ``cualidad'' (qualitas), que quiere decir naturaleza (en el sentido de índole) modo de ser, lo que hace que una persona o cosa sea lo que es. En castellano calidad y cualidad se usan casi indistintamente, pero la primera alude a algo que posee excelencia, superioridad, rango. Las dos exposiciones de la Galería OMR a mi parecer son cualitativamente buenas, que sería lo mismo que decir, tienen calidades, aunque opuestas en todos sentidos. Puede suceder que haya quienes detesten una y se sientan gratificados con la otra, y en este caso lo que estaría en juego sería en primera término los hábitos perceptuales de quien las ve. Sé muy bien que a mi colega L. N. historiadora del arte, le chocaría profundamente la de Cisco Jiménez, y consideraría que no tiene pies ni cabeza (pies sí que tiene, entre otras cosas el artista de 28 años fetichiza los pies, incluidos los de Cuauhtémoc). ¿Por qué ella pensaría eso? Porque lo que Cisco Jiménez persigue es conducir fragmentos iconográficos del pasado remoto o reciente a lo que pasa hoy día, interconectando las imágenes como si fueran términos mediante reiteraciones que se insertan en contextos subversivos aparentemente alógicos. Sus imágenes son preexistentes, pero el modo como las articula contraviene la noción de calidad. Por ejemplo: el enmarcado de sus obras (no es rasgo privativo suyo) tiene la misma importancia o a veces más que lo que enmarcan, y el elemento propio del marco sirve en algunas obras para dividir los espacios dentro del soporte. La inclusión de palabras obscenas arma lo representado, que tiene que ver con la cultura excrementicia, estableciendo una suerte de dialéctica entre las fases oral y anal de Freud. La regresión sería el tema princeps de la muestra, pero se trata no de un proceso regresivo, sino de la voluntad de proponer una fantasía semiaberrante del fenómeno, de manera congruente. Además, los ingredientes tragicómicos están amalgamados a la escatología, tal como sucede en los mercados del ambulantaje, sin que en ellos eso sea propositivo. En lo que digo acerca de esa muestra encontré cualidad de propuesta y de ejecución.
La exposición de Pablo Ortiz Monasterio se separa de lo que propuso en Idolatrías. Es técnicamente impecable, le apunta a la belleza y legitima el montaje fotografiado en color. Montaje y fotografía se complementan creando unidades que nada tienen que ver con el llamado Bad Art ni con la pornotipia (término de Daniel Bell), tampoco con la cultura adversaria. Pablo ha eliminado lo arbitrario para privilegiar dos mociones: la configuración de imágenes efímeras con sentido artístico, sin valerse de la cámara, y su simultánea preservación a través de ésta. Hay gozo puesto en el desempeño de armar las imágenes, como hay también cuidado extremo en los procesos fotográficos y de revelado que se concretan en las obras. Muchos querrían poseer una de estas piezas, en cambio sólo los entendidos y adictos al posmodernismo finimilenarista desearían convivir con piezas de Cisco Jiménez, aunque en ellas esté el cráter del Popocatépetl y El grito de Munch. Buenas exposiciones ambas; se extraña la ausencia de catálogos, pero tenemos que admitir que no siempre puede haberlos, so riesgo de quedarnos sin exposiciones. Sí sería muy útil contar con enlistados de obra de ambos artistas y quizá con algunas diapositivas, cuyo costo jamás es tan alto como el de un catálogo ilustrado.