RECUERDO DE LA MARCHA DEL 27 DE AGOSTO DE 68
Blanche Petrich Ť Una descubierta de hombres canosos --los sesentaiocheros organizados en La Nave Va-- seguidos por pequeños contingentes estudiantiles de ciencias biológicas de la UNAM, periodismo de Acatlán, químicas del Politécnico, un grupo de no más de cien del STUNAM y algunos espontáneos, conformaron la marcha conmemorativa del 27 de agosto de 1968 que, según los que apenas van armando la historia de aquel periodo, constituyó el instante de auge del movimiento.
Pero como no es lo mismo los tres mosqueteros que 30 años después, de los 400 mil que marcharon en el 68 con banderas como la parisina ``La imaginación al poder'' y la guevariana ``Seamos realistas, pidamos lo imposible'', la columna que recorrió la tarde de ayer los kilómetros que separan el Museo de Antropología del Zócalo no rebasó en su mejor momento a los 3 mil participantes.
Escalas de rigor: una bandera de barras y estrellas quemada detrás de los enrejados de la embajada estadunidense, y una parada técnica alrededor del Angel de la Independencia.
A la cola de la marcha avanzaba uno de los grupos más numerosos, diferente al toque juvenil de los contingentes estudiantiles y distinto también a los trabajadores, con muchas señoras de mandil y hombres apagados pero disciplinados a la hora de gritar las líneas dictadas desde las primeras filas. Dijeron ser colonos de un grupo de Ecatepec, estado de México. Detrás de la primera fila, sobresaliente por su altura, Rafael Aguilar Talamantes repartía instrucciones. Las muchas mantas, de buena manufactura, reproducían el nombre de su nuevo partido, el Socialista Democrático y un logo copia casi fiel del puño con la rosa de los socialistas franceses.
Ya en la recta final, en la avenida Cinco de Mayo, del restaurante Heritage salían después de una larga deliberación los diputados perredistas Sodi de la Tijera, Jesús Martín del Campo y algunos más, todos cargados del tema Fobaproa. Aguilar Talamantes, bueno para el cronometraje, envió las señales pertinentes a sus huestes y de inmediato empezó el coro: ``Cuauhtémoc, cabrón, fomentas la represión'', ``Cuauhtémoc, culero, el pueblo va primero''.
Pero el líder de la fracción, Porfirio Muñoz Ledo, le ganó a Talamantes en su instinto del tiempo y demoró su salida del restaurante. Cuando pisaba ya la banqueta, no quedaban ni ecos de aquellos gritos.
¿Sabrían los de adelante lo que se estaba haciendo a la cola de la marcha? Joel Ortega, quien en sus tiempos mozos fue de la Facultad de Economía, estaba apabullado y dolido: ``La presencia de Talamantes es una mancha en esta marcha''.
Marcelino Perelló, representante de la Facultad de Ciencias en el Comité Nacional de Huelga del 68, practicó un tibio deslinde: ``No tenemos nada que ver con él. Aquí cada quien viene a decir lo que quiera pero de relación con él, nada, cero''.
Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, el de Chapingo, después colaborador de los proyectos de Solidaridad en tiempos de Salinas, de plano ``ni los oyó'', según dijo.
La culminación de la marcha, en la plancha del Zócalo, entre los hules que cubren pobremente el plantón de los estudiantes tabasqueños de la Universidad de la Chontalpa que claman por la sobrevivencia de su escuela, resultó anticlimática. Breves los discursos para el puñado de manifestantes que quedaban. El estudiante de química de la UNAM, Noé Abarca, exaltó ``aquella gloriosa gestión'' de sus mayores. El líder del STUNAM, Agustín Rodríguez, en campaña reeleccionista tomó la palabra cuando sus bases ya se habían ido. Cabeza de Vaca aseguraba: ``Tenemos los mismos ideales que entonces''. Llegaban ``los saludos'', entre ellos uno desde La Habana, Vladimiro Roca, del Partido Social Demócrata, solidario con las luchas populares de México.
Y la cereza del pastel, la oratoria de buena factura de quien en su tiempo representó a la Facultad de Ciencias de la UNAM en el CNH, Marcelino Perelló, quien recordó que aquella marcha de hace tres décadas marcaba el auge de la lucha libertaria de los estudiantes de su generación. Radical en el 68, en el 98 ubicado en un hipotético centro, concluyó: ``Y que nos oigan a la izquierda (señalando las oficinas del gobierno del Distrito Federal), a la derecha, la curia, y atrás, el yunque del poder que nos oprime desde hace 60 años''. Fueron las palabras finales del encuentro.