Gozoso rencuentro de José Emilio Pacheco con sus lectores
Fue un acto de amor: espontáneo, gozoso, simple.
José Emilio Pachecho acudió puntual a la cita y, como no lo hacía desde hace 36 años, leyó entrañables poemas, inéditos algunos. Fue breve. Pero no pudo escabullirse pronto.
A los diez minutos de la lectura expresó: ``esto de leer poemas es muy aburrido, ¿no creen? A mí me gusta leerlos, claro, pero no en voz alta; siento que la voz de uno es íntima, singular... cuando se lee poesía fuerte nos pasa lo mismo que cuando vemos películas basadas en un libro que leímos previamente: imaginamos una cara peculiar para los personajes, y cuando están en la pantalla decimos, `así no me lo había imaginado, me están robando mi película, o mi poema'''.
Sus lectores estaban por todas partes, colmaron el espacio, las sillas, el suelo, las paredes, y cuando el poeta puso -o intentó poner- punto final, corearon efusivos, enardecidos: ``otro, otro, otro''.
Comenzó entonces la ``química'' entre el poeta y su público. El encuentro derivó en solaz; se estableció un ritmo natural; hubo invención y muchas complacencias. Una hora y media de complacencias, igual que en las estaciones de radio, pero aquí se trató de poesía.
-¡La sal! -gritaban unos.
-Las moscas -pidió otro.
-Mujer, no eres como yo -clamó un joven, que le dedicaba el poema a su novia presente.
En confianza ya, José Emilio leyó poemas no previstos, fuera de todo registro. Los asistentes le pasaron sus libros y él accedió a releerlos. Incluso confió a alguien: ``qué bueno que me pides La sal, porque nadie se acordaba de ese poema, ni yo mismo''.
Hasta escuchó confesiones, como la de una mujer que le dijo cómo descubrió la obra del autor, ``a través de un poema tuyo escrito como graffiti en una pared, y ahora por fin puedo conocerte en persona''.
-Qué maravilloso que me hayas conocido así, pero yo creo que no hay que conocer al autor. Mi mayor lujo literario es la desaparición total. Eso me sucedió alguna vez con un cuento mío que me narraron un taxista y un niño como si fuera una historia verdadera de la ciudad, y el autor ya no existió más''.
Esa suerte de hechizo en La Casa del Poeta, donde se efectuó la cuarta sesión del ciclo La Generación del Cambio, 1929-1940, duró hasta las nueve de la noche, dos horas después de convocada la cita.
No lo soltaban. Le pidieron autógrafos y fotografías y él prodigó abrazos.
Fue su primera lectura individual de poemas desde 1962, pues José Emilio es congruente y cree firmemente que el foco de atención no debe ser él, jamás.
No fue fácil traerlo aquí, reveló la directora de La Casa del Poeta, María del Carmen Férez, pero su presencia tiene un especial significado. ``El rescate del edificio donde ahora nos encontramos debe mucho a las indagaciones y la iniciativa de José Emilio Pacheco, a la pasión por la obra y la figura de Ramón López Velarde'', explicó Eduardo Hurtado, asesor cultural del lugar.
Y el mismo José Emilio reveló que después de mucho misterio en la vida amorosa de López Velarde, se descubrió que su novia fue Margarita Quijano, quien por fortuna a los 95 años aceptó hablar de sus amores y, de paso, proporcionó la dirección de su entonces amado: Alvaro Obregón 73.
Esta casa, sin aportaciones como la de Pacheco, añadió Eduardo Hurtado, ``bien pudo convertirse en un montón de escombros, antes de renacer como Casa del Bisquet o como estacionamiento''.
El próximo jueves, el invitado será Jaime Labastida. La cita es a las 19: 00 horas, por supuesto, en la Casa del Poeta. (Yanireth Israde)