25de julio de 1995. El regente Oscar Espinosa Villarreal dice que Ruta 100 quebró porque los trabajadores no cumplían. Se declara dispuesto a pagar las consecuencias: ``Cualquiera que sea el costo político causado por la quiebra de Ruta 100, es preferible al que significaría seguir manteniendo a una empresa corrupta e ineficiente''.
Agosto de 1998. Ricardo Barco -asesor legal y líder real del Sindicato Unico de Trabajadores de Autotransporte Urbano Ruta 100 (Sutaur)- inicia sus pininos como empresario. Reconoce que las tres empresas que le fueron concesionadas al extinto sindicato tienen problemas... porque los trabajadores no son eficientes.
``Son un montón de broncas'', lamenta. ``La ingeniería financiera es algo deveras complicado, no se trata de sumar dos más dos... Y además, hay gente que no sirve''.
Barco habla de sus compañeros de lucha, de los que hicieron mil marchas para sacarlo de la cárcel.
-¿Cómo que no sirven?
- Me refiero a que no sirven en esta etapa, es una circunstancia distinta. Tiene que haber un proceso de reeducación, que la gente aprenda a cuidar su patrimonio.
Los tiempos cambiaron: ``Hay que consolidar las empresas. Habrá sacrificios al principio, pero son necesarios. Y la gente no acaba de entenderlo: es tiempo de ponerse a trabajar''.
-¿Así era en Ruta 100?
-Allí se defendía a todos, incluso los trabajadores que faltaban o llegaban tarde. Se justificaba porque era un sindicato, pero ahora no hay espacio para los flojos ni los indisciplinados.
-¿Hubiera aguantado esos argumentos el Sutaur?
-No confundas. Los sindicatos deben seguir siendo organizaciones fuertes, combativas, que defiendan a los trabajadores. Aquí es distinto, ellos son dueños y deben cuidar el dinero.
Cuentas claras y panzas llenas
1 de mayo de 1993. Cinco mil trabajadores del Sutaur arrojan piedras, palos y botellas a los granaderos que les cierran el paso en su camino al Zócalo. Desde el techo de un camión del Movimiento Proletario Independiente (MPI), Ricardo Barco arenga a sus compañeros a romper el cerco.
13 de junio de 1998. Las piedras y palos ya no se dirigen a las cabezas de los granaderos.
Los ex miembros del Sutaur lanzan proyectiles contra sus propios compañeros. La batalla es un episodio más de la nueva disputa interna que podría conseguir lo que no pudo ``toda la fuerza del Estado'': tronar al MPI.
La lucha no es contra el pulpo camionero. Espinosa Villarreal ya no está. Las manzanas de la discordia son ahora las empresas Siglo Nuevo, 17 de Marzo y la Asociación de Transportes en Taxis, creadas con las liquidaciones por la quiebra.
A sugerencia de Ricardo Barco, las tres compañías son administradas por empresas privadas, aunque la presidencia de cada una recae en líderes sindicales. Uno de ellos, el ex secretario general Leonel Villafuerte, encabeza la empresa Siglo Nuevo.
Al comenzar el año, Villafuerte se quejó de que los administradores no le daban información sobre el estado financiero. Y pasó a los hechos: con un grupo de inconformes se apoderó de las instalaciones del módulo 20, sede de Siglo Nuevo.
``Tenía razón al pedir cuentas claras, y si había irregularidades debieron irse por la vía judicial. Pero no hicieron eso, sino que ocuparon el módulo''.
-¿Por eso estalló el conflicto?.
-Realmente no sé que pasó, porque luego siguieron con los módulos 41 y 51, y después en sus asambleas empezaron a decir que iban por todo.
-Una disputa por cotos de poder.
-Sí. Lo que noto es lo siguiente: cuando salimos de la cárcel propusimos a las esferas financieras contratadas que incorporaran a nuestro equipo jurídico -donde estaba Arturo Fernández Arras (otro de los abogados ``históricos'')- a su propia área legal, donde se veía toda la cuestión de relaciones laborales.
``No era eso lo que quería Arturo. Quedó demostrado que su idea era controlar todo, impulsar un equipo que desplazara al otro. En el fondo es un problema de carácter personal que se magnificó'', dice Barco.
Hay un elemento adicional: de los casi 9 mil integrantes del Sutaur sólo 3 mil tuvieron cabida en las empresas, y a todos -según el asesor legal- les asignaron un trabajo en serio, aunque con ingresos menores a los que tenían en Ruta 100.
Muchos no aguantaron la nueva disciplina ``y los hicimos a un lado, sin despedirlos, porque aportaron dinero para las empresas''
Ese fue el caldo de cultivo del grupo disidente. ``Su grito de guerra fue `cuentas claras y panzas llenas'''.
-Parecía que nadie rompería su movimiento.
-Son problemas inherentes a la transformación de sindicato a empresa.
Barco reconoce que la disidencia salió de su control, aunque matiza: ``Creció porque nosotros la dejamos''.
Un sindicato que se niega a morir
Desatada la guerra por las empresas -y el dinero que generan- las acusaciones entre los grupos van y vienen. La más frecuente: que el problema real es Ricardo Barco, a quien acusan de ser el poder tras el trono.
-¿Usted es un caudillo?
-No sé si eso sea delito. Y además, ¿qué tiene que ver?... ``Mira, Ricardo Barco no quiere estar en ningún lado y lo acusan de todo, como si fuera el responsable. He dicho siempre que soy un colaborador laboral, un asesor desde los tiempos que luchamos contra el pulpo camionero. A eso me reduzco''.
-Un asesor cuyas propuestas son todas aceptadas, como ocurrió con la administración de las empresas.
-Yo estaba en la cárcel. Es muy chistoso, porque yo no tenía a nadie a quien recurrir ni a nadie a quien sugerir... Bueno, recomendamos a varios...
-Si no es caudillismo es...
-No sé. Pero decir que el problema es Ricardo Barco o Villafuerte no es adecuado. En el fondo hay un conflicto real: un sindicato que se niega a morir y unos proyectos productivos que no terminan de nacer.