Masiosare, domingo 30 de agosto de 1998



Entrevista con Lorenzo Meyer


La vacuna
contra la crisis


José A. Ortiz Pinchetti


El investigador de El Colegio de México sostiene que es probable que la vacuna para una crisis de fin de sexenio sea la que vivimos en los primeros meses del gobierno de Zedillo.

Aunque también señala la posibilidad de que la crisis se repita por la vía del sector externo, ``nuestro talón de Aquiles'', debido a la dependencia de ``un capital externo que obedece a imperativos globales''. Lo que es seguro, afirma Meyer, es que ``si la crisis económica vuelve, vendrá con una carga política enorme''

-¿El sistema presidencialista agoniza?

-Sí. El sistema es muy primitivo. Una sola institución que desempeña demasiadas funciones. Lo moderno es precisamente lo contrario: cada función es desempeñada por instituciones cada vez más especializadas. Un país de 100 millones de habitantes, parte del gran mercado de América del Norte, no puede darse el lujo de mantener una organización tan anacrónica.

-¿Una monarquía absoluta?

-Quizá un gobierno propio de una tribu. Además, el mundo después de la Unión Soviética tiene nada más una forma de legitimidad: la democrática. Y el presidencialismo mexicano es por definición la antidemocracia. No tiene el sustento mínimo de legitimidad para sobrevivir.

-¿Todavía se puede prolongar por muchos años la transición del presidencialismo hacia la democracia?

-A partir de 1997 se le arrancó al presidencialismo el control de la Cámara de Diputados y con él parte de su poder, ¡a la buena! Probablemente en el 2000 veremos un paso mucho más interesante cuando se vuelvan a poner en juego todas las diputaciones, el senado y la propia presidencia en condiciones menos iniquitativas que en la última elección. Entre menos iniquitativa sea la elección, menos posibilidades tiene el PRI de seguir adelante. El PRI tiene dos grandes futuros: desaparece o se convierte en partido. Si se convierte en partido también va a exigir una cuota de poder y de independencia. En el 2000 tendrá su momento decisivo, no es posible prolongarlo porque vendría una catástrofe. Si no se resuelve de una manera institucional, legítima, sí puede producirse una ruptura.

-¿Por qué en 1995, después del desastre financiero, el presidente Zedillo no impulsó una transición como había anunciado?

-A Zedillo le falló su visión política. Tuvo miedo. Le resultó más atractivo refugiarse en lo conocido, aunque podrido, que lanzarse a lo desconocido que pudiera ser algo muy bueno. Su instinto fue muy conservador. Entonces, él es el responsable, porque todavía le quedaba a la presidencia una dosis de energía que le hubiera permitido encabezar el cambio con todos los elementos desconocidos, peligrosos, pero también con todas las posibilidades que eso implicaba y no lo quiso.

-¿Nos aproximamos otra vez a una ``crisis de final de sexenio''?

-Sí. Probablemente la vacuna de la crisis de fin de sexenio sea la crisis de principio de sexenio. Pero puede ser que se repita la crisis por la misma vía que llegaron las anteriores, por la vía del sector externo, que es nuestro talón de Aquiles. Aún tenemos unas cuentas con el exterior muy endebles, dependiente de un capital externo que obedece a imperativos globales y poco le importa el proceso interno de los países donde por un tiempo se ancla y luego se va a otro. Si la crisis económica vuelve, vendrá con una carga política enorme. Incluso, si se sobrepone el sistema y mantiene más o menos la relación dólar-peso, la crisis política sí se viene encima.

-¿El escenario político pudiera ser una derrota del PRI?

-Por primera vez existe la posibilidad de cerrar el ciclo de manera clara para todos: transferir el poder a otro actor político por una vía institucional y pacífica. Es posible que con la oposición dividida el PRI pudiera mantener el poder con un 40% de la votación. Estamos realmente en una incertidumbre democrática.

-¿Descartas una alianza de la oposición?

-A las dos oligarquías partidistas que tienen el PRD y el PAN les es muy difícil sobreponerse a su propia historia. Han ahondado mucho sus diferencias, se han negado legitimidad uno al otro, y tendría que venir un tipo distinto de liderazgo en uno o en los dos partidos. Da la impresión de que cuando las cosas se pongan muy duras, el PAN aceptará una relación con el PRI (es decir, con el Presidente) más que con otro partido. El PAN nació como rechazo al cardenismo y el PRD es cardenista. La unión la veo como una posibilidad remota.

-¿Hay probabilidad de ingobernabilidad?

-Sí, definiendo ingobernabilidad como la falta de capacidad del gobierno para hacer que sus órganos cumplan sus decisiones y sus políticas centrales y las grandes líneas económicas. A esto se puede llegar por la desintegración de la coalición que le dio el alma de acero al sistema político en los cincuenta. Sin nada que la reemplace se podría generar ingobernabilidad. Las órdenes se obedecen, pero no se cumplen. En cierto sentido la ingobernabilidad está presente en el hecho de que un Estado no pueda garantizar al ciudadano de la capital su seguridad, que no podamos estar ciertos de regresar a nuestras casas sanos y salvos.

-¿Qué pudiera sustituir a la vieja coalición para garantizar la gobernabilidad?

-Un gran acuerdo nacional de todos los actores importantes que acepten las reglas básicas del juego político, las sigan y, lo más importante, las cumplan. Pero una coalición estaría centrada en el pluralismo y en el respeto a todos.

-¿El Ejército podría conformarse como el núcleo para garantizar la gobernabilidad y una nueva coalición?

-Lo dudo. Nuestro Ejército es uno de los pocos del mundo sin la posibilidad de enfrentarse a otra fuerza externa. Se atrofió en unas de sus partes y no lo veo con la capacidad de echarse encima una responsabilidad tan grande como gobernar al país. Además, Estados Unidos no puede tolerar que un país tan cercano difiera tanto de los valores y esquemas que él dice representar. Pero pudiera ser en un caso muy extremo.

-¿Estados Unidos tiene realmente medios para presionar en favor de un cambio en México?

-Es difícil. Usarían presiones políticas que son de largo plazo, un ácido que corroe lentamente. Pero en el corto plazo no es nada fácil. El PRI podría recurrir a un nacionalismo que puede revivir en México.

-¿Estados Unidos podría apoyar una transición verdadera hacia la democracia?

-Desde luego. Si los actores mexicanos logran convencerlos de que se está recuperando la gobernabilidad y la estabilidad. ¿Qué más pueden pedir los Estados Unidos?