Aquella madrugada, hace exactamente dos años, entraron en ordenada formación a La Crucecita, Huatulco: ``¡Somos del EPR! ¡Queremos la cabeza de Zedillo!'', gritaron para luego echar tiros. Se acabó la historia de la ``pantomima''. Esa madrugada, entre el 29 y el 30 de agosto de 1996, el Ejército Popular Revolucionario atacó en siete puntos diferentes del país.
Ponciano Martínez no vio venir la muerte. Dormía sobre una cisterna cuando le pegaron los tiros. Tenía 20 años y era policía preventivo de Oaxaca.
Cerca de él cayeron Anastasio Santiago, también policía, y un guerrillero.
Otro cayó a una cuadra, donde también sucumbieron dos marinos de la Armada de México. Un marino más fue a quedar en medio de una gasolinera cercana.
Cuadra y media más allá, en el destacamento de la PGR, las únicas víctimas fueron el brazo de un comandante, las computadoras y la oficina del agente del Ministerio Público Federal que quedó llena de agujeros.
Otros dos grupos del EPR atacaron las sedes de las policías municipal y judicial del estado. En la primera erraron el blanco. Tiraron sobre la parte derecha del edificio, que ocupa una Casa de la Cultura vacía por las noches, y no sobre la parte izquierda, donde está el dormitorio de los policías.
En la Judicial Estatal dejaron también la huella de sus armas largas: mataron a un anciano vendedor de artesanías que dormía en el portal.
Saldo final: 9 muertos y 5 heridos. El ataque más cruento de los perpetrados esa noche por los eperristas.
Pero la historia estaba lejos de terminar.
Han pasado dos días del ataque. Tres indígenas descalzos, muy derechitos, están parados tras las rejas de la oficina de la policía judicial. Al centro, Cirilo Ambrosio Antonio , originario de San Agustín Loxicha. A la izquierda, su paisano Arnulfo Estanilao Ramírez Santiago. Del otro lado, un chaparrito que dice llamarse Juan Díaz Gómez y ser chiapaneco. Los acusan de ser milicianos del EPR.
¿Saben de armas? Muerto de miedo, Cirilo dice que le dieron una ``chiquita''. ¿Sabía disparar? ``Me dijeron cómo quitar el seguro y disparar'', murmura Cirilo.
La policía judicial del estado dice que Arnulfo y Cirilo cargaron herido a Jorge Ruiz Cruz, también originario de San Agustín Loxicha, cuyo cadáver fue abandonado cerca de Cafetitlán. Después se sabría que Ruiz era regidor de Hacienda del pobrísimo ayuntamiento de San Agustín. Y entonces comenzaría la maldición de los Loxicha.
``Advertimos que si nuestros planteamientos por escrito ante el gobierno quedaban impunes por caso omiso, entonces utilizaremos la violencia para resolver nuestros problemas''. Eso avisaban los expulsados de San Francisco, también en los Loxicha, en una vieja carta.
En agosto de 1996, el alcalde perredista de Pochutla decía que veinte años de enfrentamientos en los Loxichas tenían un saldo de 300 muertos.
Por eso, cuando comenzó la persecución de presuntos militantes del EPR, uno de los grupos en pugna aprovechó para vengar viejos agravios: señaló a los ``guerrilleros''.
Y se desató la maldición que no ha cesado: soldados, policías y pobladores con paliacates en los rostros son el paisaje desde entonces.
``La región zapoteca de Loxicha, en Oaxaca, fue objeto de decenas de operativos militares y policiacos que pretendían encontrar a militantes del EPR. Como resultado, fue posible documentar al menos tres ejecuciones arbitrarias, decenas de desapariciones forzadas y de privaciones ilegales y arbitrarias de la libertad. Ante estos casos no se obtuvo respuesta alguna de las autoridades estatales o federales, ni de las comisiones públicas de protección a los derechos humanos'', resumió en su informe anual de 1997 el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria.
La lista de víctimas es larga y cuenta con casos como el de Gaudenciao Pacheco, de 90 años, originario de La Sirena, quien murió a causa de los culatazos que, según denuncia de sus familiares, le dieron policías judiciales y pistoleros locales. (Arturo Cano)