La Jornada 31 de agosto de 1998

Coltongo, por años fuente de acarreados para el PRI

Las calles y fachadas de Coltongo poco dicen de la realidad que en el interior de sus vecindades se vive. Portones y zaguanes esconden las paredes de cartón, los muros de madera, los techos de lámina, los pisos terregosos, el hambre, la miseria, el olvido. La pobreza ahí es el drama de todos los días.

Por años, este barrio --uno de los más antiguos pero también de los más pobres de Azcapotzalco-- se convirtió en la fuente inagotable de votos y acarreados para el PRI, en la expresión de la violencia y en tierra de líderes que se aprovecharon de la necesidad de la gente para engañarla, extorsionarla y abandonarla bajo falsas promesas de vivienda.

Coltongo abarca una extensión de aproximadamente 50 hectáreas, en las cuales la subdelegación de Desarrollo Social tiene registradas por lo menos 17 vecindades, donde habitan numerosas familias en condiciones de hacinamiento. Su arribo a esos predios, hace ya más de una década, fue de paracaidistas y al amparo de dirigentes priístas.

Las condiciones de vida en esas vecindades son prácticamente similares en todos los casos. En el número 43 de la calle Hidalgo basta traspasar el zaguán azul para entrar a lo que sus moradores llaman ``el submundo''. Inicialmente este terreno fue un establo, después un basurero y por último el refugio de 16 familias. Las 150 personas que ahí habitan comparten un baño, una toma de agua y tres lavaderos.

A los lados del estrecho pasillo se levanta una serie de viviendas de tres por tres, en promedio, cuyas paredes están hechas con cartón; unas cuantas vigas horizontales sostienen láminas de plástico o asbesto. En el pequeño espacio apenas caben --como en todas las demás viviendas--una cama, una estufa y un comedor. Hay familias, como la de Epifania Laureano y Edilberto Barrios, que la integran 12 personas, desde los hijos, los hermanos y los nietos, todos hacinados en el mismo espacio.

Las nueve viviendas que fueron construidas del lado oriente de la vecindad colindan con un predio deshabitado en el cual se levantan carrizos de hasta cuatro metros de altura; la presencia de estas plantas es patente en varias casas, pues sus raíces han botado los mal construidos pisos de cemento o derribado las endebles paredes. La fauna nociva es también parte de su cotidianidad: ratas, caras de niño, arañas, gatos, cerdos, dispersos por todos lados.

Quienes sostienen los hogares apenas ganan el salario mínimo. No es para menos, sus oficios son de albañiles, panaderos, vendedores ambulantes, barrenderos o plomeros, y a pesar de colindar con una importante zona industrial, la de Vallejo, prácticamente nadie trabaja en las empresas o fábricas ahí asentadas.

La sombra de El Ruso

La mayoría de la gente que habita en las vecindades tiene por lo menos 10 años. Se erigen como dueños del terreno, pues muchas de esas personas están o estuvieron afiliados a la Asociación de Colonos Unidos de Coltongo, organización que era encabezada por José Antonio Miró Páramo, El Ruso, quien por años explotó a la gente mediante el cobro de cuotas sin contrarrecibo, y que terminó en la cárcel después de ser acusado de violación a menores.

Susana Guzmán, integrante de una familia de arraigo en la zona, afirma: ``en la historia de Coltongo ha habido muchos líderes que trabajaron para el PRI y que lucraron con la vivienda. Esos dirigentes nunca le dijeron a los vecinos que tenían que organizarse, más bien les crearon la idea de que todo les iba a dar el partido, y los trajeron como borregos, los llevaban a los mítines, los traían de un lado a otro con su pepsilindro, su torta y su Boing. Así los trajeron por años y muchos niños crecieron en ese ambiente''.

Thelma Olvera, quien en alguna ocasión formó parte de esa asociación, precisa: ``nosotros llevamos al poder a un resto de funcionarios; aquí apoyamos a (Roberto) Campa, a (Manuel) Camacho, a (Manuel) Aguilera... por cierto, cuando éste fue regente nos prometió vivienda, y todavía la estamos esperando''.

La principal obligación siendo miembro de esa agrupación, añade, era dar cuotas a El Ruso, y quienes querían estar en la lista de beneficiarios de vivienda tenían que soltar de 2 mil 500 a 5 mil pesos. ``Una vez hasta nos exigió 50 pesos para que pudiera comprarse un carro para que se moviera más rápido para hacer los trámites de nuestras casas... La verdad es que con él sufrimos mucho, por eso ahora somos muy desconfiados con todos''.

A los que llevó al predio denominado El Huerto les cobraba 470 pesos por el drenaje y otros 470 para sacar las escrituras. ``Nos pedía mucho dinero y nunca nos daba recibo, pero tampoco hizo nada por nosotros, nomás nos defraudó. Todo lo que hay, drenaje o luz, lo hemos puesto nosotros, con nuestros propios recursos'', destaca Araceli González.

De acuerdo con versiones de la gente de esta zona, El Ruso se apropió de numerosos predios, los cuales debía tener vigilados constantemente por sus huestes para evitar que lo despojaran de ellos. Juana María Miranda explica que todos en la asociación estaban obligados a hacer sus ``guardias o veladas'' toda la noche en los terrenos invadidos.

Cuando los adultos no podían, El Ruso obligaba a los colonos a que mandaran a niños y jovencitos para hacer esa misma función. Ya luego se comprobó que en la casa vecindad marcada con el número 61 de la calle Hidalgo, golpeaba, drogaba o abusaba sexualmente de los menores.

Hasta ahora, 19 casos han sido corroborados ante el Ministerio Público, por lo que ese líder vecinal permanece encarcelado en el Reclusorio Norte desde hace dos años; está pendiente de que se le finque el delito de fraude y extorsión.

Los adolescentes no fueron las únicas víctimas de los abusos de El Ruso. Gracias al apoyo de los delegados políticos del PRI, tenía el poder para movilizar ambulantes; desalojar a las familias que no pagaban cuotas a su asociación; exigir cuotas a los operadores de bicitaxis o amenazar y golpear a vecinos.

Su presencia todavía se siente en esta zona; sigue su asociación, la gente que lo considera inocente y la barda que le ha sido fiel desde hace cinco años: ``La juventud de Coltongo unidos de la mano con José Antonio Miró Páramo, El Ruso, para el bienestar de la colonia''.

La delincuencia aquí es normal

La miseria de este barrio tiene algunas de sus más patentes expresiones en la drogadicción y la delincuencia juvenil. ``Aquí los robos son muchos; los taxis ya ni siquiera entran porque los asaltan; los carros sufren cristalazos para robarles el estéreo, la gente ya no anda segura'', denuncia Ernestina Maldonado, vecina de la calle de Alamito.

Esta afirmación la secunda el dueño de una pequeña tienda de abarrotes, quien desde años atrás puso una alambrada en la entrada del negocio para evitar los asaltos. ``A veces se da el caso de que los chavos se jalen a los micros y les bajen todo su dinero a los pasajeros, y como las calles se quedan solas muy temprano, pues nadie se da cuenta'', asegura.

Juvenal Esqueda, vicario de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y Jesús Nazareno, es reacio a hablar de la situación que se vive en Coltongo. La insistencia le hace esgrimir apenas unos comentarios: ``la delincuencia aquí es normal; hay pobreza y marginación: La cuestión es que esta comunidad ha vivido de puras promesas; la gente me dice que les prometen pero no les cumplen''.

Cristina Méndez, quien todas las tardes acude a la misa de las seis, menciona que lo más grave en el barrio es la drogadicción; las calles semioscuras son el mejor refugio de muchos jóvenes de fuera que se ponen a inhalar cemento.

Lamenta, además, que los jóvenes no se acerquen a la iglesia, ``quizá eso ayudaría a que no fueran tan malos''. No obstante, reconoce que no sólo los adolescentes han dejado de frecuentarla: ``hay veces en que el padre (Juan Miguel Gallegos) da la misa en las tarde con dos o tres personas''.

Entre parches y esperanzas

Martín Ricardo Luna Reyna es uno de los tantos policías que en grupo o de manera independiente obtuvieron vivienda en esta zona. Actualmente se desempeña como preventivo en el sector Tepeyac y habita una vetusta vivienda cercada por tablas y láminas que se localiza en el cruce de Coltongo e Hidalgo. Hace tres años un tráiler detuvo su veloz carrera en su predio. Arrasó con dos chozas y un árbol. Hoy pide que la delegación le brinde material para que tengan mayor protección sus familiares.

Habita el lugar desde hace 16 años: ``llegué aquí por la necesidad; cuando me casé empecé a buscar casa y cuando vi vacío este terreno me metí y ya tengo 15 años con la posesión'', pero también ocho familiares que mantener.

Su mayor orgullo es ser honesto, ``aunque siga todo pobre''. Narra que en una ocasión detuvo a un grupo de asaltabancos, quienes en la patrulla le ofrecieron 300 mil pesos para que los dejara escapar, ``pero me resistí, los puse a disposición de la autoridad y ni siquiera un reconocimiento hubo; yo esperaba un ascenso y no hubo nada''.

Y así sigue su vida, al igual que las de los miles de personas de Coltongo, entre remiendos de cartón y lámina a los hoyos de sus viviendas, ``esperando que algún día llegue un Presidente honesto y nos ayude a todos... la esperanza muere al último''.