Margo Glantz
La estatua de sal, las memorias de Novo

Carlos Monsiváis escribe el prólogo de La estatua de sal, famosas memorias que quizá Salvador Novo empezara a escribir desde 1947, y que estuvieron esperando su publicación muchísimos años, en parte porque Novo pensaba continuarlas y también por temor a que su publicación produjese un escándalo. Novo le entregó a Guillermo Rousset el plan de la obra, junto con varias copias al carbón, para su edición en la década de los 80, proyecto que hacia 1996 empezó a concretarse. A la muerte de Rousset, la Dirección de Publicaciones de Conaculta emprende la publicación del hermoso libro que hoy tenemos en las manos, dentro de su importante colección Memorias Mexicanas, entre cuyos títulos se cuenta por ejemplo con el Epistolario de José Gorostiza, los Diarios de Gamboa, los tres tomos de las Memorias de Novo: México en tiempos de Lázaro Cárdenas, Manuel Avila Camacho y Miguel Alemán.

Para situar a Novo, Monsiváis hace una historia de la marginación homosexual en México, historia de una represión secular: ``Mucho de la obra y el comportamiento de Novo gira en torno de su transgresión sexual; los poemas de la desolación del marginado, el travestismo autobiográfico de `Romance de Angelillo y Adela', los epigramas, los poemas donde abomina del cuerpo propio y exalta el sarcasmo de sí, La estatua de sal, la obrita de teatro El tercer Fausto, el cultivo del dandismo provocador, la exaltación de la pose al nicho de la identidad irrenunciable. Sin ambages, en Novo la homosexualidad es impulso, estímulo primordial, seña de identidad''.

Novo nace en 1904, en los albores del siglo XX, siglo que se iniciará cargado de todos los prejuicios que a lo largo del XIX habían existido en torno a la homosexualidad, prejuicios expresados negativamente mediante el silencio, la prohibición a siquiera nombrar el `vicio': ``mientras menos se detalle el pecado, más se pondrá de realce la inocencia''. Contraste con la Colonia en donde el pecado de la sodomía provocaba un estruendo, el del suplicio público: la hoguera. En 1901, tres años antes del nacimiento del poeta, se produce un nuevo escándalo que rompe el silencio y troquela la diferencia, la caricaturiza y hasta le otorga un sobrenombre: ``que durante casi un siglo hace de un número, el 41, la cifra del choteo''. Un baile de catrines y travestis es descubierto y muchos de ellos, con excepción del yerno de don Porfirio, son enviados a Yucatán a cumplir con trabajos forzados, esquema desgraciadamente repetido durante el fascismo, la Rusia soviética, la Cuba comunista...

Novo vive la Revolución en carne propia, ve a la huestes villistas asesinar a mansalva a su tío abuelo, mientras Villa en un gesto `magnánimo' le concede a su madre la vida de su padre -un `gachupín'- que tiene que exiliarse en Estados Unidos. La bravura revolucionaria exarceba el machismo -la homofobia- y desata la algarabía, la violencia verbal. Durante la década de los veinte surge la famosa polémica sobre el ``afeminamiento'' de la literatura mexicana, encabezada por Julio Jiménez Rueda, vicio del que según Francisco Monterde, pudo liberarnos Mariano Azuela con Los de abajo. Polémica que alcanza con su virulencia al grupo de los Contemporáneos, quienes, según la frase irónica de Jorge Cuesta ``decepciona(ban) a nuestras costumbres'', llevadas al extremo en Novo, quien desde muy joven ``alcanza... un prestigio y un desprestigio radicales, y los fomenta a un costo muy elevado, concluye Monsiváis''.

En Novo la evidencia interior tiende a exteriorizarse de inmediato, es incapaz de disimular y por ello hace de su vida un espectáculo, escenificado en poses irritantes y transgresoras, en versos sarcásticos, en auto-escarnio: ``Recuerdo en 1965, en las casas de Emmanuel Carballo y de don Rafael Giménez Siles, a Maese Novo leyendo parte de La estatua de sal, de cuya publicación estaba incierto. Y evoco su regocijo ante la estupefacción provocada''.

Estas memorias de Novo que circulan en ediciones censuradas, de las que conocíamos algunos jirones escandalosos, nombres insospechados, fragmentos de escenas heréticas... pueden al fin leerse detenidamente, apreciarse sin que su contenido provoque un escándalo, se editan en un momento en que la literatura, el cine, la fotografía, la vida cotidiana, los movimientos de liberación y hasta la exhibición de la película sobre Oscar Wilde han ratificado el derecho a la diferencia. Lo que es notable en el libro, y lo subraya Monsiváis, es la desolada realidad que esconde la actitud provocante, la autodegradación, el exhibicionismo, el descaro, esa desolación expresada con sobriedad en los poemas de Nuevo amor y con hilaridad histriónica en algunos pasajes de esta Estatua de sal. Ser homosexual exige varias cosas en tiempos de Novo: el ingreso al ghetto homosexual, la introyección del desprecio exterior expresado mediante un lenguaje arrabalero, vergonzante que constituye un verdadero ``travestismo verbal'' y que acaba convirtiéndose en una misoginia, o mejor, en la apropiación de lo femenino ``por contagio''. También está presente el temor al rápido deterioro del cuerpo, objeto del deseo. ``Lo que La estatua de sal exhibe es el ritmo de los sueños sociales: para que el cielo de la heterosexualidad exista, se requiere construir, con saña minuciosa, el infierno de los homosexuales, un infierno consistente en búsquedas, desprecios y acoso social''.

Un pasaje es muy particular, un pasaje en que el Novo niño lamenta no haber estado más cerca de su padre, el ``haber hecho causa común con su madre'', explica, en el momento en que enferma de tuberculosis, y la alianza con la madre, una mujer que en su narcisismo agigantado y en su fuerza se vuelve monstruosa, acentúa el rechazo: ``Empezó a darme asco la proximidad de mi padre, su aliento fatigado, el olor de su ropa y de sus cigarrillos negros... En el cuadro de risueñas perspectivas que el regreso a México me ofrecía... la figura encorvada, derrotada, débil y triste de mi padre, no cabía. Estorbaba, se hallaba fuera de lugar, sobraba. El viejo Layo se interponía en el camino de Edipo''.

Otro pasaje muy curioso en donde se transparenta la violencia social ejercida contra la `anormalidad' homosexual, es su nostalgia por no haber podido aprovechar ``dos circunstancias que pudieron, a su ligado turno, orientar ortodoxamente el cauce de mi libido en desarrollo (sub míos)''. Esas acciones fallidas y el fracaso consiguiente para fijar su libido, como él mismo dice, ``en una etapa objetivamente genital'', lo sitúa del otro lado. ``Novo, concluye Monsiváis, como todo gay de esos años, acepta el convenio fáustico, dispondrá de unos años para la inmersión alucinada en la promiscuidad, y luego le entregará su alma a la vejez súbita, y a los resultados inciertos de la compra. El trato parece injusto pero no hay más (sub. Mío)''. Creo que esta fue justamente la causa de que Novo dejara inconclusas sus memorias, porque en ellas relataba el periodo anterior, el que precedía el advenimiento de esa `vejez súbita' elegida, época en la que aún no escribía ``su biografía'' época en que aún vivía su vida. Y es lógico, como para Casanova, la necesidad de la escritura sobreviene cuando la verdadera vida ha terminado y sólo permanece el goce del recuerdo.