Olga Harmony
Eduardo II

Esta adaptación que hiciera Brecht (en colaboración con Lion Feuchtwanger, entonces -1923- un escritor mucho más conocido) del drama de Marlowe es considerada como un texto de transición en la obra y teoría del dramaturgo alemán Brecht va a encontrar en la estructura del isabelino, a base de escenas muy breves, el modo ideal para su teatro épico en el que la narración sustituirá la progresión dramática. Y mientras para Marlowe la historia del débil y desdichado rey es la tragedia del incumplimiento de la función de cada cual en las rígidas estructuras sociales que todavía existían en su época: rey que no atiende los deberes de su cargo, nobles que traicionan a su soberano, un plebeyo elevado a las más altas distinciones por el favor del rey, Brecht explora la lucha por el poder, la estupidez de las guerras interminables. Walter Weideli opina que si hubiera realizado su adaptación 10 años más tarde, Galveston hubiera sido el pretexto y no la causa del conflicto entre la realeza en busca del absolutismo y la nobleza que se ve atacada en sus privilegios feudales. Y como dato quizás relevante, en el original de Marlowe la reina Ana es la desdichada mujer desplazada de amor y lecho, inocente hasta el final: Brecht la trata en su realidad histórica de amante de Mortimer y asesina de su depuesto marido.

En el centenario de Bertolt Brecht, Arturo Sastré prefirió no recurrir a una de sus obras más socorridas por los teatristas de todo el mundo, lo que es de agradecerse. Tampoco intenta utilizar la muy difícil técnica brechtiana de la actuación, aunque mantiene vigente el efecto de distanciamiento que el propio texto -aunque se trate de una obra anterior a la elaboración de la teoría en su cabalidad- le pide (más el conocimiento posterior de la tesis brechtiana). Eduardo II interesa como una obra del dramaturgo aún no marxista (no emprenderá estudios de marxismo hasta 1927) y todavía no llegado a la treintena, pero que ya ha incursionado en la rebelión de los espartaquistas, y que ya enuncia mucha de las preocupaciones estéticas e ideológicas que madurará posteriormente. Insiste en la relación entre el rey Eduardo y su favorito como un recurso para mostrar su desinterés por el reino, hace aparecer a personajes del pueblo que se quejarán de la situación y, sobre todo, desarrolla a sus personajes mucho más allá de Marlowe.

Sastré conserva los famosos letreros, tomados de los isabelinos, que servirán para el distanciamiento y que el director mexicano integra a proyecciones -muy diferentes entre sí en cuanto idea y formato, que van desde láminas que asemejan los libros de horas medievales hasta otros que podrían considerarse más realistas- y usa elementos muy simples y actuales en metal, excepto en los aposentos de la reina. A veces estos elementos metálicos son muy afortunados, como la vasija primera o el gran tambo en que Gaveston permanece prisionero, y en ocasiones no corren con la misma suerte, como la gran escalera de jardinero que será trono real y escabeles de reina y favorito y que parece haber sido concebida para otro espacio.

Resultan muy poco gratos los cambios de mobiliario, hechos por atrabancados tramoyas (incluso llegué a ver el brazo de uno de ellos apurando el mutis de unos actores). Muy efectivos los apoyos de eliminación de Martín López y Matías Gorlero y la música de Ricardo Nicolayevsky, no así el vestuario de Cristina Sauza excesivamente estilizado, acorde con el mobiliario y los botes cerveza modernos, aunque en contra del rigor que Brecht exigía en estos elementos, a contrapelo de los escenarios que usaba. Quizás sea un intento de actualizar la historia, a mi entender poco necesario.

Sastré hace hincapié en la violencia y la crueldad del texto, y lo hace con gran acierto. Llega a conmover con la suerte del ``peor rey del medioevo inglés'', como afirma la historia, y aún del desagradable Gaveston: el rechazo a la brutalidad de los torturadores es bastante contemporáneo, aunque la desnuda lucha por el poder resulte intemporal. Algunos personajes sufren cambios muy drásticos, que son bien aprovechados por los actores. Raymundo Capetillo, como el rey Eduardo, transita de la frivolidad a la furia vengadora para terminar en el desamparo. Francisco de la O, como Gaveston, va del alarde vanidoso al terror más puro. Mariana Giménez también cambia la tesitura de su reina Ana, y Honorato Magaloni, como Mortimer, matiza poco al personaje.