Rodolfo F. Peña
Lo demás es silencio
El silencio es una fuerza poderosa, porque con él puede ayudarse al lenguaje a que logre su integridad más alta. Pero para ello debe articularse con las expresiones vivas hasta formar una unidad axiomática. Jamás debe confundirse con la simple ausencia, con la omisión deliberada, con el solo eclipse. Esto último ocurrió con el documento Avances y retos de la nación, leído por el presidente Zedillo como sustituto del informe tradicional, que había sido entregado por separado al Congreso como lo ordena la norma constitucional, según la advertencia puntual de su autor. El informe será conocido sólo por quienes deben conocerlo.
De hecho, así han venido siendo las cosas, porque el fárrago de cifras y datos inconexos sólo pueden cobrar un sentido cuando se estudian e interrelacionan en la soledad o en grupos pequeños. Pero no era esto lo que buscaba el informante. Había asuntos importantes que merecían un pronunciamiento público, una toma de posición del Ejecutivo. Y precisamente eran los asuntos sobre los que con el correr de las palabras se esperaba un encuentro más o menos súbito y los que mantuvieron la atención sobre la lectura del texto. Finalmente, no fueron mencionados, con lo cual quedaron en exclusión intencionada.
Digamos que Zedillo estaba visiblemente nervioso, afectado por conflictos interiores, como lo denotaba hasta el timbre de su voz. Y no era para menos. En la tribuna del Congreso lo habían precedido tres legisladores que pintaron un país en crisis y que le habían exigido una mínima autocrítica y no sólo el anuncio de que las cosas van a estar mal en adelante, como si poco antes de su lectura hubieran estado bien. También lo precedió una legisladora que hizo un gran esfuerzo por anteponer mayorías y minorías y por exaltar la pertenencia al PRI y aprobar anticipadamente lo que vendría minutos después. Fue una intervención sencillamente patética.
Zedillo no dijo lo que se esperaba que dijera, pero en casos procedió por aproximación. Hablando del sistema financiero, sostuvo que tomó la decisión de evitar la quiebra del sistema bancario, lo que impidió el colapso total de la economía, cuyos costos sociales habrían sido más graves que los de l995. Una sola vacilación habría significado correr la experiencia de muchos países que aplicaron sus decisiones con titubeos y que acabaron pagando altos costos sociales y políticos.
Pero ni una palabra sobre quienes defraudaron al país con el Fobaproa (y ni una sola mísera alusión al fideicomiso), ni una palabra sobre el hecho de que su propia campaña fue financiada en parte con recursos de la misma procedencia, ni una palabra sobre su distinguida decisión de convertir los pasivos en deuda pública a cargo de los contribuyentes. Había tanta prisa por salvar a los banqueros, que resultó innecesario respetar las facultades del Congreso para obtener y pagar emprésitos sobre el crédito de la nación. Desde luego, la reprobación pública de más de 3 millones de personas en la consulta organizada por el PRD, no le mereció sino desprecio.
Igual, exactamente, que el caso de Chiapas. No se dignó siquiera narrar lo que ha visto en sus frecuentes visitas, cosa que habría resultado solamente más aburrida que el resto. Tampoco mencionó, ni por asomo, los Acuerdos de San Andrés o la militarización del sur y matanzas como la de Acteal, ni lo ocurrido con la Conai, con la Cocopa, con el Cosever. Vamos, ni siquiera mencionó su propia ley sobre derechos y cultura indígenas, en la que tal vez abrigue tantas esperanzas como en la rehabilitación económica y la recuperación del peso. Así sea.
Otro problema degradado, que debe experimentar como un lastre, es el relacionado con la reforma a la ley laboral que es un añejo instrumento del corporativismo. Pese a las mayorías tan fúnebremente cantadas antes de la llegada del presunto informante, lo cierto es que podía palparse el quebranto del PRI, que venía siendo el eje de la corporativización y sin el cual los líderes adictos son sólo sombras. Quedarán sólo las propuestas del PAN, del PRD y las que algunos dirigentes independientes estén dispuestos a acercar al Congreso.
Pero Zedillo habló de un país utópico, en el que todos debemos creer y pensar, merecedor de un trabajo fuerte y fraterno. Lo demás es silencio.