Pablo Gómez
Presidencia débil

El debilitamiento del poder presidencial en un país como México es un hecho positivo, democrático. Sin embargo, la debilidad de Ernesto Zedillo no procede solamente del hecho venturoso de que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, sino en la falta de convocatoria y de proyecto de parte de la Presidencia.

En el cuarto Informe, Zedillo se defiende, pretende justificarse, pero lo hace sin marcar objetivos y exhortar al país a realizarlos. Frente a la globalización de los mercados financieros, el Presidente de México no marca las líneas de defensa. Al parecer, el gobierno de México supone que puede mejorar al país sin resistir los embates de la fiebre de las rentas mundiales que se canalizan a través de los mercados de dinero y capital.

Cuando en la calle el dólar superaba los 10 pesos por unidad, Zedillo no alcanzó a advertir el requerimiento de explicar las consecuencias de tal fenómeno y los medios para detener una devaluación de la moneda nacional que rebase el ajuste necesario y prudente de las relaciones de intercambio del país con el resto del mundo.

La dictadura de los mercados financieros es admitida, sin más, por el Presidente, aunque en tal actitud se tenga que reconocer la debilidad del Estado y del Poder Ejecutivo.

La manera en cómo Zedillo explicó la quiebra del sistema bancario mexicano, denota también una resignación frente a pautas de acción impuestas por los dueños del dinero. Al relatar los elementos del desastre financiero de 1994, el Presidente ocultó la crítica de la política de Salinas y de la especulación desatada hacia finales de ese mismo año. Pareciera que el sobre-consumo de una minoría, el endeudamiento ilegal del Estado para cubrir las salidas de dólares y la subvaluación del peso, con el consecuente déficit de la cuenta corriente, hubieran constituido fenómenos naturales.

Mayor ocultamiento hizo Zedillo cuando abordó el estallido de la crisis, pues él mismo ya era Presidente. El manejo de la ``emergencia'' fue desastroso y de ello es responsable el actual gobierno.

El Fobaproa --palabra jamás pronunciada por los labios presidenciales-- arropó la crisis de pagos, pero también las deudas fraudulentas y las operaciones bancarias erróneas. Parece que no existían autoridades, pues ninguna ha sido señalada como cómplice, por acción u omisión, del mal uso del ahorro depositado en los bancos.

Pero Zedillo y su partido se encuentran involucrados en el Fobaproa, en la medida en que empresas fantasmas que fueron usadas para los fraudes bancarios donaron muchos millones a la actividad política oficialista. De ese dinero, ni palabra, aunque ¿por cuánto tiempo? Resultó débil como su expositor la defensa jurídica del otorgamiento de garantías del gobierno federal a los pagarés de Fobaproa entregados a los bancos. Esto era seguramente inevitable, pues es imposible justificar actos que a las claras contravienen el texto de la ley, pero ni siquiera se hizo el intento de argumentar la petición del gobierno de legalizar las operaciones de Fobaproa. Sólo se recurrió a la mentira de colocar las decisiones presidenciales como las únicas posibles para evitar una cadena de quiebras bancarias declaradas. Ayer, como hoy, existían otras formas de encarar el fracaso total del sistema financiero mexicano que fue diseñado por Salinas, con buenas dosis de participación de Zedillo.

La debilidad del Presidente no consiste solamente en que ahora tiene que compartir algunas decisiones con otros, los legisladores, sino en que no presenta propuestas concretas para construir consensos o siquiera mayoría. Zedillo sigue confiando en la oposición leal y miedosa, pero nunca en la fuerza de la convicción de un nuevo rumbo trazado mediante un programa.

Pero aunque el titular del Ejecutivo lograra recoger votos en el Congreso para evitar cambios verdaderos de la política económica, la debilidad presidencial no sería superada sino acaso barnizada con éxitos de circunstancia, los cuales en nada podrían ayudar a resolver los problemas de un país que es víctima de la imposición de estructuras que profundizan las desigualdades sociales y la pobreza.

Zedillo es débil en sus propios términos, es decir, frente a su retórica de aparente progresismo, pues el progreso no aparece y mucho menos disminuye la pobreza, mientras el gobierno admite su calidad de rehén de los concentradores del ingreso nacional.

De la rebelión de Chiapas y de la política aplicada frente a ella, tampoco hubo la menor explicación, como si todo esto no existiera o no importara en lo más mínimo al Congreso y al país.

Sea quien sea el Presidente a partir del 1o. de diciembre del año 2000, es poco probable que desee seguir por el lamentable camino de Ernesto Zedillo. El país difícilmente lo resistiría.