Horacio Labastida
El Informe

Quizá con cierta ironía alguien aseveró que en realidad no hubo informe presidencial en la solemne ceremonia del lunes pasado, pero aunque la afirmación sugiere reflexiones, luego de hacerlas se conviene en que sí hubo informe presidencial durante las casi dos horas en que el presidente Zedillo leyó el texto que llevara entre manos. Claro que trató no del informe esperado por los ciudadanos, cuyas esperanzas eran las de oír un análisis de los grandes problemas nacionales de hoy, sino del informe propio del presidencialismo autoritario que rige a México desde hace más o menos medio siglo. Es decir, el discurso oficial fue una expresión lógica de la institución presidencialista de facto que en México sustituye al Estado de derecho y sirve al poder económico y no a la población. Ya lo hemos señalado en ocasiones anteriores. La relación entre el presidencialismo y el Presidente es una relación a la vez necesaria y eventual; es necesaria porque el presidente no puede hacer nada distinto de lo que conviene a la institución presidencialista, de la que sólo es un dependiente ocasional, pues en su trama existe para el primero una predeterminación política impuesta por el segundo, predeterminación acunada en el momento en que el presidente es elegido no por una población sufragante y sí por el mecanismo sucesorial que conocemos con el nombre de dedazo: el privilegiado queda de inmediato comprometido a acatar la política presidencialista independientemente de sus ideas o inclinaciones personales; por otra parte, la eventualidad del presidente deriva de que su elección es temporal y no ad vitam aut culpam: recuérdese, cuando Ortiz Rubio desobedeció a Calles, tuvo que renunciar; así lo exigía la lógica presidencialista de entonces.

El Presidente rindió en San Lázaro el informe deseado por el presidencialismo, a satisfacción de los más altos círculos de la plutocracia local y no local. Ahora bien, aceptado que sí hubo un informe desde el punto de vista presidencialista, su resumen no deja de ser sorprendente, a saber: 1, la actual convivencia de los mexicanos es una plena convivencia democrática; 2, todos los programas sociales de uno u otro tipo muestran avances muy importantes, aun cuando no los ideales; 3, en las circunstancias de nuestro tiempo la economía mexicana es la mejor posible para todos y cada uno de los mexicanos; hay fortaleza suficiente para eludir los golpes de las crisis exteriores, y las debilidades que padecemos, que naturalmente pronto serán superadas, deben atribuirse al efecto dragón o al efecto vodka, y de ninguna manera a fallas o errores de la política gubernamental; 4, la crisis del 95 se ha resuelto de manera ejemplar, los bancos no quebraron, los ahorradores gozan plácidamente de sus ganancias, y estos resultados justifican cualquier procedimiento adoptado para evitar el desastre crediticio; lo único reprochable es el abuso criminal de algunos influyentes que serán castigados con todo rigor y hasta sus últimas consecuencias; 5, cierto que hay problemas, pero si todos nos proponemos resolverlos, los escollos serán despejados de inmediato. Nada más ni nada menos se agregó: Chiapas, el deterioro de la economía nacional, el tamaño de la economía informal, el desempleo, los pésimos servicios sociales y otros muchos sufrimientos de los pueblos, viéronse marginados del discurso oficial, comprendido el traslado de las cargas del Fobaproa a deuda pública y la legalidad misma de las operaciones frecuentemente sombrías que se consumaron en la intimidad de millonarios y funcionarios, sin dejar de exaltar por otro lado las magníficas relaciones que tenemos con el neoliberalismo trasnacional fomentado por las élites estadunidenses.

En conclusión, el informe presidencialista está a la vista de todos, y es sin duda suficientemente connotativo de lo que el ciudadano puede esperar de la acción gubernamental si no fortalece tanto sus organizaciones cívicas como su voluntad de purgar el presidencialismo y establecer en su lugar una democracia verdadera.