Los efectos de la mundialización de la economía no perdonan a ninguna región, ni siquiera a la latinoamericana que, pese a la crisis, tenía tasas de crecimiento sólo inferiores a las de China y mucho mayores que las de los países industrializados.
Ahora, la posibilidad de una recesión mundial originada, entre otras circunstancias, por las dificultades financieras de Japón y el derrumbe de la economía rusa --donde 32 millones de personas viven debajo del nivel de subsistencia y la producción industrial ha caído a 48.5 por ciento desde 1990-- pone a América Latina ante el grave riesgo de ser arrastrada por el torbellino económico internacional.
En esta difícil coyuntura, hasta en el Banco Mundial se alzan voces sobre la necesidad de imponer algún tipo de control al flujo de capitales, y diversos gobiernos y grupos políticos europeos, como en el caso de Francia y los socialdemócratas alemanes, buscan establecer un acuerdo para dar mayor peso a sus respectivos Estados en la defensa de las economías del viejo continente.
Pero en nuestro hemisferio, el Fondo Monetario Internacional permanece obstinado en la defensa de la ortodoxia neoliberal --cuestionada, incluso, por la gran prensa financiera internacional--, y las autoridades de los países latinoamericanos, reunidas en la Cumbre de Panamá, se mantienen firmes en la defensa de un modelo económico que ha beneficiado a una minoría. Incluso, el secretario de Hacienda de México, José Angel Gurría, afirmó que los gobiernos de América Latina estarían preparados para adoptar, si fuese necesario, ``nuevas medidas impopulares'' para mantener el crecimiento económico en un contexto de finanzas públicas sanas.
Mientras tanto, persiste la amenaza de una ola de devaluaciones: el peso mexicano, de hecho, ya ha perdido 20 por ciento de su valor en los últimos dos meses. A su vez, la moneda brasileña se encuentra sujeta a fuertes presiones, con el eventual riesgo de romper el equilibrio en el Mercosur. ¿Cómo mantener entonces márgenes de democracia, sobre todo en un periodo marcado en el corto plazo por elecciones presidenciales en México, Brasil, Uruguay, Argentina y Venezuela, si se aplica una política que aumentará las diferencias sociales, ya enormes, y agudizará la pobreza de las mayorías?
En lugar de prometer más de lo mismo --y ni siquiera para obtener un futuro mejor, sino para mantener la situación actual--, debería reforzarse urgentemente el papel del Estado en la regulación de los capitales especulativos, así como privilegiar el desarrollo de los mercados internos y de la inversión productiva.
Como ha sucedido en Rusia, resulta inviable sostener contra viento y marea la apertura indiscriminada al libre mercado, un abultado déficit en la balanza comercial y un elevado servicio de la deuda externa en las actuales condiciones de caída brutal de los precios de las materias primas que exportan las naciones de nuestro subcontinente. La mundialización de la economía es una cosa y otra es que ésta favorezca fundamentalmente a los grandes grupos financieros y a los especuladores.