Para que la sociedad civil y, especialmente, los jóvenes tengan algo que esperar del futuro, es necesario que se pongan en movimiento contra el puñado de bribones que nos dan tratamiento de país ocupado, donde está permitido hacer todo lo que convenga a sus intereses, sin respetar tradiciones y valores que nos dan un perfil específico como nación.
Debemos recobrar la vida social y vigorizar el pensamiento político que permita los cambios necesarios, para que el siglo XXI signifique algo para la mayoría de la población y que no lo esperen con la indiferencia del que nada pierde porque nada espera. Los mexicanos, jóvenes sobre todo, no están contentos con su pasado, y odian el presente que no les significa nada, igual que un futuro oscuro y aterrador.
Por esto, es necesario dar esperanza a quien todo lo ha perdido y vigorizar el pensamiento político. Debemos buscar que desaparezca el miedo anquilosado a la acción política que afecta a lo mejor de la sociedad civil, que desaparezca el miedo a la política, porque es la única forma en que podemos esperar algo en el próximo milenio; debemos reforzar el derecho a las ideas propias de cómo debe ser nuestro país, modelarlo nosotros y que no lo hagan de fuera, y sobre todo, desterrar el miedo a pensar, que se ha transformado en un hábito permanente que produce indiferencia ante los problemas nacionales.
El desempleo, la inseguridad de conservar un ingreso dado y el nivel de vida alcanzado no crean un miedo concreto, del cual el individuo pueda defenderse, sino un terror difuso que termina por desbaratar al individuo en un afán inútil por sobrevivir. Para conservar las iniciativas útiles de la sociedad civil se necesita contar con toda una armazón de instituciones libres, desde los partidos políticos hasta organizaciones artísticas y profesionales, pero sólo el quehacer diario de cada quien en su esfera de acción puede hacer que el principio del siglo XXI no sea tan miserable como el final del siglo XX.
Hay que repetir una y otra vez que de lo que pasa en México todos somos culpables, pero como decía Orwel, unos más que otros. Todos llevamos culpa por acción o indiferencia, pero los mayores culpables son los que han ejercido el poder político y económico en estos últimos quince años, porque abusaron de la política y la economía en beneficio propio y en contra del país.
En estas condiciones adversas, no enfrentamos al siglo XXI con escepticismo, indiferencia y sin esperar nada. Nadie cree que algo pueda ser diferente. Para los viejos que surgimos a la vida activa del cuarenta al cincuenta, vivimos un México mucho más pobre, es cierto, pero era un México en el que si bien el presente era duro, para el que trabajaba o se preparaba, el futuro era promisorio, porque los canales de la capilaridad social estaban abiertos. Era fácil y barato estudiar; en un México que se industrializaba y crecían los servicios, las oportunidades de trabajo eran amplias, mucho más que ahora y con salarios reales crecientes.
La realidad de estos tiempos se refleja con brutal realismo en la respuesta de un joven cuando le preguntaron para que estudiaba y él contestó: ``para desempleado''; ésta es una bofetada para quienes nos gobiernan, porque para ellos su única norma de conducta es el cinismo y la mentira, por eso se han colocado al margen de la moral y de la ética.
Los tecnócratas han conformado un país que excluye a los jóvenes, excepto a la juventud dorada de las universidades privadas, a quienes sus padres o sus amigos garantizan trabajo bien remunerado; esta juventud dorada, en su mayor parte serán los explotadores del mañana, porque en su educación no hay conciencia social. Para el resto, quizá 99 por ciento, su problema es de supervivencia, no debe esperar ayuda de nadie. El gobierno neoliberal será su peor enemigo, porque ellos formarán el ejército de reserva de trabajadores mal pagados y mal tratados de los que se surten los empresarios, quienes son los que verdaderamente mandan en este país. El gobierno ya no crea empleos, los reduce, y no distribuye el ingreso, lo concentra. Este gobierno ya no le sirve a México, le estorba.
Los viejos también sufren el terror de cómo sobrevivir en un mercado de trabajo donde ser viejo es tener 40 años. Aun a los que nos fue bien, es una derrota muy grande ver que nuestros hijos nunca podrán tener el nivel de vida que teníamos a los cuarenta años, y si lo tienen, es porque nosotros se lo damos, ya que no lo pueden comprar con su ingreso.
Sin embargo, dentro de este cuadro negativo hay algo muy positivo, y es el crecimiento de la inconformidad con el modelo económico y con el gobierno mismo. Esto es fruto del aumento de la educación y del desarrollo de México. Han surgido nuevas capas sociales con distintos intereses e inclinaciones a la política, que se dan cuenta que la degradación de la sociedad es un proceso que ya no puede prolongarse, porque afecta a todas las ramas de la actividad humana. El tiempo de que disponíamos para cometer errores lo agotamos en ensayos fallidos en política y economía. Ya no tenemos a donde retroceder, porque atrás ya sólo queda el abismo de la inestabilidad política, la violencia física y el terrorismo institucionalizado.
Durante muchos años nos acostumbramos a la idea de que el país sólo les pertenece a quienes detentan el poder. Debemos acostumbrarnos a la idea de que el país nos pertenece a todos, sin excepción, y que el siglo XXI será lo que deseamos que sea y nada más, y hay que luchar por él, porque no vendrá solo; también es hora de asumir nuestras responsabilidades y ejercer nuestros derechos, y no sólo lamentarnos por lo que ocurre. En las condiciones actuales, celebrar la llegada del año 2000 es no tenerle respeto al pueblo.