Es cierto, un pacto de gobernabilidad ayudaría a llegar al año 2000 en condiciones menos turbulentas. Pero también lo es que, si bien la estabilidad política es un elemento necesario, incluso para que mejore el balance de inversiones y de divisas, el problema de fondo es económico y debe ser abordado también en este terreno. De ahí la conveniencia de que se lleguen a abordar ambos aspectos de manera relacionada, en las deseables negociaciones entre gobierno y partidos, entre los poderes Ejecutivo y Legislativo.
Más que estar considerando sólo las cuestiones del momento y viendo a quién echarle la culpa -ahora resulta que el culpable siempre era Brasil-, lo que urge es revisar la política económica a la luz de sus resultados. No es de ahora, desde principios de año el peso se ha devaluado en más de 25 por ciento. Desde hace más de un año la economía crece cada vez más despacio, y no se ve que esa tendencia se vaya ahora a revertir. Es difícil conseguir trabajo, no sólo para muchos mexicanos, sino también para muchas empresas. Los recortes presupuestales han afectado seriamente a instituciones educativas y a otras más. La Bolsa ha bajado sustancialmente en su índice de precios y cotizaciones, al punto de que por un tiempo no puede ni pensarse en que sea una fuente de financiamiento de empresas productivas por la vía de la emisión y colocación de acciones, sino que el valor de éstas se ha reducido de manera notoria. Las tasas de interés se disparan, al punto en que la tasa interbancaria promedio pasa de 37 por ciento y se acerca al doble de la que era hace unos meses, con lo cual se agrava el problema de la deuda y de los deudores, pero también el de los bancos, cuya cartera vencida también aumentará.
Todavía se anuncian medidas impopulares al tiempo que se vuelven a afilar las tijeras, por cuarta vez. Con la promesa del crecimiento sostenido, que ahora resulta más un síntoma de poca objetividad para ver lo que está pasando, que otra cosa, se elude la necesidad imperiosa del cambio. ¿Qué tiene de sostenido un crecimiento con crisis no ya sólo de fin de sexenio, sino también de principios, como la de 1995, y de mediados de sexenio, como la que ahora se prefigura?
No basta con el pronóstico optimista de que ahora no va a haber crisis en el fin del sexenio. Las causas comunes a las anteriores no sólo siguen ahí, sino que algunas se agudizan. Por ejemplo, una de las causas más notorias es la incertidumbre sobre lo que hará el nuevo gobierno. Ahora, esta incertidumbre no se limitará a cambios, como antes, dentro del mismo partido, sino a un cambio en el que hay tres competidores con posibilidades, sin uno que haya ya ganado de antemano. Otra causa también sigue ahí: la retracción del gasto público derivada de las normas presupuestales y usos políticos que limitan, en los hechos, los proyectos que van de un sexenio a otro, así como la relativa pérdida de poder de decisión del presidente saliente.
De ahí la necesidad de un acuerdo, que ahora se presenta en términos de la gobernabilidad, pero que era ya necesario y había llevado a negociaciones entre poderes y entre fuerzas políticas. Y la gran conveniencia de que en esas negociaciones se pacten términos de política económica que, por lo menos, le quiten a la economía mexicana las cadenas que, en nombre del crecimiento, le impiden crecer: altísimas tasas de interés, escasez de crédito y de recursos presupuestales, baja en la inversión pública y privada e inestabilidad cambiaria y bursátil.