La Jornada 6 de septiembre de 1998

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco

Entrega total

-Andrea, cálmate. Piensa que tal vez malinterpretaste a Ignacio.

-Pero si fue clarísimo: me lo pidió con todas sus letras. Antes hubo muchas señales de lo que quería de mí. Las ignoré. Estaba tan orgullosa de que Ignacio elogiara mi cuerpo y mi condición física... ¿Por qué no me di cuenta del engaño? -Andrea se aferra al respaldo de una silla próxima-: Por mi maldita soledad y también por la pésima educación que todas recibimos de niñas. Nos hacen creer que si no es en pareja vivir es imposible y luego, con tal de conseguirnos un compañero, somos capaces de todo.

-No son momentos de pensar en eso. Mejor dime ¿por qué descartas que Ignacio te quiera? No es mala persona ni frívolo.

-Ahora resulta que estás de su lado.

-No es eso. Pretendo que no te hagas daño y, sobre todo, que no destruyas una relación que a lo mejor vale la pena.

Andrea se aparta de la silla y se enfrenta a su hermana:

-Después de lo que sucedió ayer ¿crees que pueda seguir con Ignacio?

-Si no quieres, no. Lo único que te pido es que pienses y que seas menos injusta. Ponte en el lugar de Ignacio: si yo estuviera en la situación de su hermana Consuelo, que además es su gemela, ¿no habrías hecho lo mismo que él?

-Pero no con engaños ni diciéndole a un hombre que lo adoro mientras estoy pensando en sacarle lo que tú necesitas.

-El no te engañó: te lo dije claramente.

-Hasta ayer. Date cuenta: esperó a verme totalmente entregada -una sonrisa amarga deforma el rostro de Andrea-. Llevamos juntos ocho meses. Se los pasó repitiéndome que me quería, cuando en realidad lo único que le interesaba era mi cuerpo... y ni siquiera todo, sólo un cachito.

El comentario de Andrea provoca en Claudia una sonrisa que se convierte en carcajada.

-Perdóname, no creas que me burlo de ti, pero es que lo dijiste tan gracioso... -Claudia imita a su hermana-: y ni siquiera todo, sólo un cachito...

La expresión de Andrea va suavizándose hasta que ella también ríe, sus carcajadas al fin se vuelven llanto.

Claudia le tiende la mano y la conduce hasta el sillón:

-¿Te sirvo algo de beber?

-Sí, lo más fuerte que tengas y en la copa más grande -Andrea se abandona en el sillón y extiende los brazos sobre el respaldo-. Pobre, lo siento.

-¿En quién estás pensando?

-En Consuelo. Cada vez que íbamos a visitarla me decía que estaba contentísima de que su hermano me hubiera encontrado antes de convertirse en un solterón empedernido; que lo nuestro le devolvía la esperanza de vivir. ¡Pues cómo no! -De pronto Andrea habla como si Consuelo estuviera a su lado-: Perdóname, cuñadita, ahora tendrás que esperar a que Ignacio encuentre otra estúpida que le diga: ``Estoy dispuesta a dártelo todo''. Y no dudo que haya quien se lo cumpla. El mundo está lleno de mujeres que con tal de tener un hombre son capaces hasta de lo que no... Soy una de ellas. Te juro que por Ignacio hubiera hecho lo indecible, menos eso. Obviamente él pensó lo contrario cuando me vio enamoradísima.

-No mezcles las cosas: una es el amor de Ignacio por ti y otra su desesperación por salvar a su hermana.

-Sigues defendiéndolo.

-No lo haría si no supiera que Ignacio te interesa.

-Ya no estoy tan segura -Andrea alarga el cuello hacia su hermana y susurra-: Le tengo miedo. Cuando me pidió por teléfono que nos viéramos una última vez, sentí cosa.

-¿Entonces hablaron?

-Antes de que llegaras. Ignacio también me dijo que no confundiera las situaciones, que cuando se acercó a mí no estaba pensando en su hermana, que eso vino después...

-¿Cuándo?

-Creo que no vale la pena seguir hablando de esto.

-Al contrario: lo peor que puedes hacer es guardarte las cosas porque acabarán envenenándote.

-¿Más? -Andrea levanta su copa y mira a través del cristal.

-No sé cómo voy a vivir sin Ignacio. Me acostumbré a que me llamara todo el tiempo, a que fuera por mí al trabajo. Nos pasábamos las horas haciendo planes para nuestro futuro.

-Nada impide que puedan compartirlo.

-Ignacio cree lo mismo, yo no. En el fondo debe de sentir un profundo rencor hacia mí. Si su hermana se muere tal vez piense que fue por mi culpa -Andrea se cubre el rostro y gime-: Todo esto es horrible. ¿Por qué tenía qué sucederme a mí? Imagínate, ahora pasaré el resto de mi vida creyendo que por mi egoísmo y mi cobardía...

-Cuidado con eso. Puede ser muy peligroso que te sientas culpable.

-No tienes que decírmelo, no soy tan estúpida - Andrea se arrepiente de su brusquedad-. Perdóname. Estoy muy confundida. No quiero que pienses que soy una persona indiferente o desalmada, créeme que me preocupa mucho Consuelo. La estimo de verdad y nada me gustaría más que verla sana, pero de eso a... ¿Me entiendes? Si fueras tú quien necesitara...

-Oye, a mí no tienes que explicarme nada -Claudia acaricia el brazo de Andrea, que de pronto vuelve a reír-. ¿Qué pasa?

-Me doy cuenta de que en medio de la tragedia hay algo muy cómico. Recuerdo las caricias...

-¿Qué? Deja de reírte, no te entiendo -Claudia se contagia de la hilaridad de su hermana y empieza a reír-. ¿Cuáles caricias?

-¿Cuáles van a ser? Pues las que Ignacio me hacía. Le encantaba tomarme por la cintura, y yo feliz, sin imaginarme que su pensamiento estaba centrado en mis riñones.

-¿Quería los dos? -pregunta Claudia en broma. Andrea no advierte el tono de su hermana y responde con gravedad.

-Con uno sería suficiente... -Andrea se recuesta en el brazo del sillón- Ya sé que es imposible, pero si llegáramos a casarnos te juro que no dormiría pensando que él pudiera estar echándole el ojo a mi pobre riñoncito. Casi se lo dije cuando me preguntó por qué había desistido de que nos casáramos.

-¿Y cómo le explicaste?

-Sólo le dije que me parecía muy desagradable que no me hubiera planteado la situación desde el principio.

-Hubiera sido muy violento, ¿no crees? Pero reconoce que metió la pata en la forma de pedir tu... ayuda.

-Trató de hacerlo bien. Primero me habló de la urgencia del trasplante para Consuelo. Toda emocionada le contesté: ``Si fueras tú, no dudaría ni un instante en ser tu donadora''. No perdió ni un segundo: me dijo que como él y Consuelo son gemelos, lo que hiciera por uno sería como si lo hiciera por el otro. Y puesto que yo le había dicho mil veces que estaba dispuesta a hacerlo todo por él...

-Qué situación... Te juro que si la hubiera

leído en una novela habría dicho: ``estas cosas jamás suceden''.

-Yo también. Ni en sueños pensé que alguna vez te diría: ``Hermanita: el hombre al que consideré como el amor de mi vida se acercó a mí sólo por mis riñones''.

-Ya sé que ellos no tienen familia, pero Ignacio podría ser el donador.

-No: tiene una deficiencia. Ignacio pensó en que su hermana recibiera el trasplante de alguien cercano, muy querido. Consuelo y yo nos llevábamos bien. Lástima: no volveré a verla.

-Quizá Ignacio no le haya dicho nada y no sepa que tú te negaste...

-Pero lo sé yo y siempre que viera a Consuelo me sentiría culpable por mi salud, de tener dos riñones funcionando, de haberme negado al trasplante -Andrea se interrumpe hasta que encuentra una imagen que ilustre sus pensamientos-. Me sentiría como deben sentirse los ricos cuando ven a tantos miserables en las calles.