La crisis financiera que arrasó a los llamados mercados emergentes en la primera mitad del año ya ha comenzado a socavar a las principales bolsas de Estados Unidos y Europa, sugiriendo que podríamos estar en víspera de una auténtica crisis mundial. El derrumbe comenzó de manera ruidosa con el colapso de monedas y mercado de capitales en Tailandia, Indonesia, Korea y otras naciones asiáticas desde fines de 1997, pero, inicialmente, ello no afectó el desempeño de Wall Street o las grandes bolsas europeas de Londres, París o Frankfurt, las cuales siguieron disfrutando del mayor auge en los precios de las acciones que se haya conocido en la época contemporánea.
En cambio, el impacto negativo de la crisis asiática se hizo sentir más bien en Latinoamérica, con bajas bastante sostenidas de las cotizaciones en las bolsas de Sao Paulo (Bovespa), de Buenos Aires (Merval), Santiago de Chile y México desde marzo en adelante. De allí que comenzó a hablar en la prensa financiera internacional de una crisis o debilitamiento generalizado de los mercados emergentes, indicando que los inversores ya no confiaban demasiado en la estabilidad monetaria o en el crecimiento económico sostenido de los países en desarrollo
Sin embargo, no ha sido hasta el derrumbe de las finanzas de Rusia que los mercados de los países centrales hayan sufrido un fuerte embate, con pérdidas tan notorias en las cotizaciones bursátiles que los inversores (sean personas o instituciones) comienza a dudar de la sabiduría de invertir sus ahorros en cualquier bolsa, sea de un país avanzado o ``emergente''. El crack de Wall Street, que tuvo lugar el lunes pasado, es un indicador -dicen numerosos especialistas- de que ya terminó la larga racha alcista de ese mercado, la más exitosa de su historia.
Dado este giro dramático en las finanzas mundiales, cabe preguntar sobre sus causas. Una explicación muy socorrida en estos días (y bastante fundamentada) es que se debe a la excesiva volatilidad de los capitales por poderosas firmas de especuladores que mueven sus fondos de un mercado a otro de manera súbita. Sin embargo, ello no proporciona una respuesta totalmente convincente; a la economía le afectan los movimientos especulativos, pero hay, asimismo, fundamentos reales que pueden ser determinantes. Un poderoso elemento que también debe tenerse en cuenta este año es la caída generalizada de los precios de materias y productos primarios como trigo, soya, cobre y petróleo. Los efectos sobre los países exportadores son especialmente notorios en Latinoamérica, produciendo déficits comerciales crecientes en Argentina, Brasil, Chile y México.
Quizás el impacto más visible haya sido aquel provocado por el derrumbe de los precios del petróleo. En el caso de México, ello ha desembocado en varios recortes brutales del presupuesto gubernamental desde principios de año y en una pérdida de confianza de muchos inversores extranjeros en la economía nacional, a pesar de que las estadísticas oficiales indican un crecimiento sostenido. En el caso de Venezuela, la situación es más crítica con un debilitamiento tan notorio del sistema bancario y de las finanzas públicas que bien puede llevar a un resultado político inesperado en las elecciones presidenciales en diciembre próximo. Y fuera de la región, es claro que la caída de los precios del petróleo ha tenido un efecto devastador sobre las finanzas rusas, por la dependencia del gobierno en Moscú de ingresos decrecientes por cuenta de las exportaciones de petróleo a Europa y Japón.