Héctor Aguilar Camín
Nostalgia y novedad presidencial
El presidente de México parece acotado por realidades internas que no puede vencer y por adversidades externas en las que no puede influir. Quizá la verdadera novedad de la situación es que se notan más que nunca sus restricciones. Es más débil en la realidad y aparece débil por primera vez ante nuestros ojos. No sólo ha perdido poder, sino que todos nos damos cuenta y lo reconoce él mismo.
El presidente mexicano es hoy un poder entre otros poderes. Es el mayor poder, pero no el único, y en muchas cosas, no el decisivo. El poder del Congreso, por ejemplo, es mayor que el del presidente en algunos asuntos clave: la aprobación del presupuesto, la conversión del rescate bancario en deuda pública, o la reforma constitucional de los derechos indígenas. La solución de estos problemas fundamentales está en manos del Congreso, no del Presidente.
Hay en la opinión pública una ambigüedad: a la vez irritación y nostalgia frente al viejo presidencialismo. Hoy que el Presidente luce menos presidencial que los de antes, se dice que hay vacío de poder. Cuando el presidente actúa como los de antes, se le juzga un autoritario que no acepta las nuevas condiciones de la democracia mexicana. El presidencialismo anda a las boqueadas y la opinión pública anda, en esa materia, como la gata mora: si se le acercan chilla, si se le alejan llora.
El cuarto Informe de Gobierno ofreció el espectáculo inédito de un presidente acotando el tamaño de sus responsabilidades frente a la conducción del país, reconociendo los límites de su poder y convocando a otros poderes a asumir su responsabilidad. Por ejemplo, en materia de sucesión presidencial. Al referirse abiertamente al tema planteando la necesidad de evitar la ``lacra'' de ``las crisis sexenales'', el presidente Zedillo rompió un tabú y acabó de destapar la olla de la sucesión. Sus palabras acelerarán la lucha por el 2000 porque dan la autorización final para entrar a un tema que de por sí es asunto de todos los días. Se volverá de todas las horas.
La convocatoria de fondo de Zedillo rumbo al 2000 es también inédita: los contendientes mayores deben hacerse responsables de lo que puede suceder y ayudar a que todo salga bien, por la sencilla razón de que cualquiera de ellos puede ser el heredero sexenal. Y heredarán lo que hayan sembrado. Quien pone piedras en el camino del gobierno actual, puede estarlas poniendo en su propio camino, porque cualquiera de los contendientes actuales puede volverse gobierno en el año 2000. Las palabras de Zedillo no han caído del todo en el vacío. Las dirigencias del PAN y el PRD han planteado ya la necesidad de pactar los acuerdos políticos y económicos básicos para una sucesión gobernable.
El reconocimiento presidencial de su poder disminuido provoca inquietud en muchos sectores. Genera una impresión de falta de liderazgo y la impresión tiende a volverse realidad. Es una señal impolítica que agrava antes que despejar el problema. No está dicho que la transición democrática de México va a terminar bien. El Presidente va muy adelante del momento político reconociendo sus debilidades y el Congreso y los partidos van muy atrás en la construcción de acuerdos de la nueva gobernabilidad democrática que sustituya a la vieja gobernabilidad presidencialista. Es una arritmia que puede terminar mal. Hay mucha gente harta del protagonismo y la superficialidad de los políticos democráticos. El grito colectivo que exige seguridad tiende a imponerse por sobre las promesas de la democracia. Los políticos democráticos tienen que darle certidumbres y acuerdos a la sociedad, no sólo pluralidad y desacuerdo.
El cuarto Informe parece marcar el fin de un estilo y de una realidad institucional. Si la transición democrática llega a buen puerto, los presidentes que vengan serán fuertes o débiles en un contexto de competencia. Serán, en promedio, más débiles que los presidentes de la era del PRI, estarán sujetos a más controles y críticas y todo lo que se propongan hacer deberá tener el doble respaldo de la opinión pública y de los otros políticos profesionales que son sus competidores.
El presidente Zedillo ha hecho de la necesidad virtud reconociendo ante todo mundo que el viejo presidencialismo mexicano, el presidencialismo totémico, agotó su ciclo. Su reconocimiento es una manera de acelerar la demolición de ese ciclo. Lo inevitable es que le caiga encima parte del cascajo.