León Bendesky
Programa monetario contra las cuerdas

Dejemos de lado por un momento la aproximación política al marcado cambio de tendencia en la evolución de la economía que se ha observado en las semanas recientes. Se reconoce ya de modo más abierto que los factores externos, a saber, los precios del petróleo y la inestabilidad financiera sí afectan, y mucho, a la economía mexicana. Pero no se reconocen igualmente las debilidades propias y que la hacen aún más vulnerable, condiciones como la petrolización de las finanzas públicas, la desarticulación de la estructura productiva o la persistente fragilidad financiera.

Hay elementos de índole técnica que marcan el desenvolvimiento actual de la economía y la manera en que se administra la situación en los mercados. Ellos indican el surgimiento de nuevos conflictos que, según se decía, estaban ya superados. La cuestión más evidente corresponde a los límites existentes para la gestión de la política monetaria, en especial, los mecanismos e instrumentos para determinar la tasa de interés. A diferencia de lo que ocurrió en el sexenio pasado, ahora no es el tipo de cambio el que funciona como un ancla para la estabilidad financiera. Ahora esa función recae en la tasa de interés, puesto que el régimen de tipo de cambio es flexible. Ante las presiones en el mercado por una mayor demanda de dólares, tiende a subir la tasa de interés para evitar una corrida contra el peso. Para ello, tanto el Banco de México (BdeM) como la Secretaría de Hacienda aplican diversas medidas como el control de la cantidad del crédito, de la liquidez de los bancos (mediante el corto) y la colocación de deuda en las subastas semanales de Cetes y otros instrumentos de deuda pública.

Las políticas funcionan de modo diferente, es decir, con tipo de cambio fijo o flexible, pero los resultados parecen tender al mismo fin: una creciente inestabilidad financiera. La semana pasada las tasas de interés de corto plazo (Cetes a 28 días) llegaron a 27.16 por ciento, la misma que se registró en diciembre de 1996, lo que indicaba una fuerte presión en el mercado de dinero que está exigiendo mayores rendimientos ante una percepción de mayor riesgo financiero, debido a la devaluación del peso y el aumento de la inflación. En la subasta del 31 de agosto, el BdeM tuvo que declararla desierta puesto que los bancos, que son los compradores de los Cetes, ofrecieron tasas que iban de un mínimo de 35 por ciento a un máximo de 50. Esto lo consideró el banco central fuera de proporción con las condiciones de la economía. Pero lo que indica es un conflicto cada vez más grande entre el gobierno y los bancos. Y esto ocurre precisamente en medio de la fuerte controversia política en torno del Fobaproa.

Los eufemismos técnicos del análisis financiero dijeron que eran las condiciones del mercado las que hicieron que se demandaran esas elevadas tasas por los Cetes. Pero en esta economía las ``fuerzas del mercado'' casi se pueden identificar con nombre y apellido. Son apenas un puñado de bancos, en el sentido literal del término, los que determinan las tasas de interés y una cantidad aun menor los que fijan las condiciones en el mercado de dólares. Así que lo que se pone de manifiesto es un enfrentamiento entre la autoridad monetaria que ve cómo se reduce rápidamente la efectividad de sus instrumentos de intervención y los bancos, que parecen estar retando al gobierno y acelerando la necesidad de establecer un segundo Fobaproa, después de los miles de millones de dólares destinados ya al rescate del sistema bancario.

El BdeM y Hacienda responden proponiendo más cambios técnicos en la disposición de las subastas de títulos de deuda gubernamental. Desaparecen temporalmente los Cetes de mediano y largo plazo (seis meses y un año) y se emiten Bondes con plazo de nueve meses, esperando que se ordene el mercado de dinero. Pero ¿hasta dónde sirven las correcciones técnicas de esta naturaleza en un escenario de desgaste cada vez más rápido de los instrumentos de la política monetaria y financiera? ¿Seguiremos operando con la imagen de un mercado cuyas fuerzas determinan la evolución de las principales variables financieras? ¿Tendrá el gobierno la capacidad de negociar políticamente con los principales grupos de poder que parecen estarlo poniendo en jaque, y forzando otro episodio de crisis económica cuando todavía no se sale del más reciente ocurrido a fines de 1994? El escenario económico ya cambió significativamente con respecto a aquel propuesto en el presupuesto federal para 1998, es más, ha cambiado incluso con respecto a las correcciones que se fueron dando después de los recortes al gasto público. El resultado es una mayor incertidumbre y la necesidad de ajustar otra vez las expectativas hacia una mayor austeridad.