Debe comenzar con maestros y padres de familia, y ser integral, objetiva y científica
Educación sexual, ¿hasta cuándo?
Antonio Peralta Sánchez
La lluvia azotaba las dos ventanas del salón de clases, y en parte por el agua que escurría por los vidrios, y en otra por las lágrimas que casi con vergüenza iban asomando por sus ojos, la maestra Lupita no distinguía bien las láminas del nuevo libro de texto. Desde la noche anterior las había revisado y se ruborizó muchas veces por lo ``explícito'' de algunas; sin embargo, ahora que ve a sus alumnos tan interesados, con tantas inquietudes, llora por la tardanza con que llegaron. A ella misma, en sus tiempos, le hubieran hecho mucho bien. Ahora, con más de 25 años de servicio, lucha contra sus miedos, contra lo que por muchos meses y muchos días consideró de mal gusto: la educación sexual.
Divagar en el tiempo le ha servido para reconocerse con deficiencias en este terreno, pero también le ha abierto el interés por estudiar y ser de las pioneras en enfrentar la nueva educación sexual, empezando por ella misma: ``Nunca es tarde''.
Hablar de la sexualidad conlleva casi siempre a una eterna discusión entre los que desean que se dé y los que dejan a los padres la responsabilidad de esa información.
Convendría, antes de analizar la nueva propuesta de la Secretaría de Educación Pública para incorporar elementos de educación sexual desde quinto de primaria, revisar algunos conceptos básicos.
Raúl Calixto Flores, en Archivos hispanoamericanos de sexología, afirma que la educación camina en tres direcciones: la formal (sistema educativo), la no formal (instituciones no gubernamentales, Iglesia) y la informal (donde se transmiten actitudes predominando la familia, los medios de información los partidos políticos, etc.). ¿En cuál de ésas posibilidades debe instalarse la educación de la sexualidad?
La educación sexual, al decir de A. Monroy, debe ser integral, crear responsabilidades para que el individuo desarrolle al máximo sus capacidades y logre salud y bienestar. Debe ser científica, afirma, racionalmente planeada y estar basada en el desarrollo psicosexual del niño, y proveer información para desarrollar el entendimiento de las relaciones humanas en sus aspectos físico, mental, emocional, social, económico y psicológico.
Así, la educación de la sexualidad va más allá de la genitalidad y los aspectos reproductivos; implica elementos que forjen la responsabilidad y cimenten actitudes para un desarrollo armónico y ser capaces de establecer vínculos de amor.
En 1994, el Instituto Mexicano de Investigación en Familia y Población, después de estudiar una muestra de más de 2 mil padres de familia en el DF, Guadalajara y Monterrey, encontró que 95.8 por ciento de los jefes de familia consideraban necesaria la impartición de educación sexual en las escuelas secundarias, y 78 por ciento opinaban que era necesaria la orientación sexual desde la primaria
La decisión de la SEP acontece en respuesta a una gran necesidad educativa, y levanta (como históricamente lo ha hecho) las voces de siempre, que enjuician y sentencian, y a veces eliminan.
La Secretaría de Educación ha tenido cuatro momentos históricos fundamentales en cuanto a la educación sexual: en 1933, su proyecto fue satanizado, tanto que hasta el entonces secretario renunció; en 1972 se realiza la reforma educativa, con la primera incorporación de aspectos sobre el tema; en 1992, con el programa para la modernización educativa, se impulsa más la incorporación en libros de texto de elementos cognoscitivos y afectivos de la sexualidad, y en 1998 se aborda la educación sexual desde quinto de primaria.
Sin lugar a dudas, las justificaciones existen: inicio temprano del ejercicio de la sexualidad, madres adolescentes (unos 600 mil partos al año), incremento de las enfermedades de transmisión sexual en la adolescencia temprana, la permanente desinformación de muchos medios de difusión, etc. El quid del asunto va desde las críticas de que la información que se pretende dar se limita a la genitalidad, hasta quién debe dar esa información.
La SEP asume su responsabilidad diseñando buena información que involucra también aspectos actitudinales, pero deja un vacío al no definir los elementos de preparación de sus docentes. ¿Realmente están preparados los maestros de primaria para hablar de educación sexual?
En un estudio realizado en nuestra comunidad se aplicó un cuestionario de conocimientos básicos acerca de la sexualidad a 64 maestros de educación básica. La edad promedio de los encuestados fue 28 años.
La calificación promedio obtenida en escala de 0-10 fue de 3.92 puntos: los docentes con 3.68 y las maestras con 4.04.
Asimismo, 75 por ciento de los encuestados creen que la masturbación es dañina; más de la mitad de los maestros opinan que la homosexualidad es una enfermedad y debe curarse, y que basta verlos para saber si son o no gays.
Con esto debemos aceptar que la educación sexual es necesaria, pero debe iniciarse con educación a los maestros, de lo contrario transmitirán sus propios miedos y sus propias actitudes. La decisión de la SEP debiera ir aparejada con cursos formales a los profesores.
En cuanto a los padres, la transmisión de valores y actitudes es fundamental, pero no es posible creer que por el simple hecho de ser padres nos volvamos expertos en materia de sexualidad.
Llegará el día en que la educación sexual sea verdaderamente integradora y en la que padres, maestros y medios nos eduquemos sin mitos, en forma objetiva y científica, y entendamos que de lo que se trata es formar valores para poder crecer y establecer vínculos de amor y afecto.
Pero, ¿hasta cuando?
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