Tan poco se ha convertido en demasiado: poder salir sin miedo a las calles.
¿En que momento la inseguridad, a fuerza de su aparente triunfo, se volvió parte de nuestra cotidianidad? Poco a poco, pero de manera inexorable, el crimen ganó terreno, fue convirtiendo los espacios públicos en territorios sin ley. Razones y referencias -múltiples, cercanas, dolorosas- han ido dando sustento a la paranoia social.
La impunidad, la certeza de los delincuentes de que se movían sin riesgos mayores, ``disparó'' los índices delictivos. Pero siendo la prepotencia de los delincuentes un agravio a la sociedad, nos lastima aún más la intuición en unos casos, y en muchos otros la certidumbre de la responsabilidad directa y las complicidades de policías, ministerios públicos y jueces corruptos. Connivencias y silencios bien remunerados, redes criminales y, en el colmo, la ineficacia de las autoridades: el retrato patético de un ángulo del México de hoy.
La delincuencia pone en riesgo todo. Sin metáforas, es un asunto de vida o muerte. Un desafío para los gobiernos y para la sociedad en su conjunto, porque -como lo muestran con cruda insistencia los altos niveles de criminalidad en Ciudad Juárez, Tijuana o el Distrito Federal-, la ineficacia no es monopolio de partido político alguno. El fracaso de los poderes públicos para contenerla, va mellando la confianza en las autoridades y va abriendo cauces para las soluciones extremas.
Es muy evidente en estos días el ánimo de venganza. Catalizado por la exhibición del cinismo y la sociopatología de una familia de criminales, crece en el ánimo colectivo la tentación de responder con violencia a la violencia.
Freud escribió: ``El hombre culto ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha por un trozo de seguridad'' y Norbert Lechner en Los patios interiores de la democracia nos recuerda que ``no hay real democratización si no nos hacemos cargo de los miedos...'' El miedo y el abandono cuestionan el orden social y convocan a las soluciones extremas, al autoritarismo. No debemos caer en la trampa. Que se aplique con rigor el peso de la ley, pero sólo el peso de la ley. El ``ojo por ojo'' de la Ley del Talión es un exceso en el que todos perdemos.
Con harta frecuencia, en la biografía de los criminales aparecen páginas de violencia intrafamiliar (padres ausentes o golpeadores), severos desarreglos generados por un entorno descompuesto: pobreza extrema, desempleo, prostitución, ignorancia. Las duras condiciones socioeconómicas que padecen anchas franjas sociales, aunque no la justifican, constituyen materia prima de múltiples desórdenes sociales, la delincuencia y la drogadicción entre ellos, y cuestionan seriamente a un modelo económico depredador y excluyente.
¿Cómo conjurar los temores sociales? Más allá de la revisión del marco jurídico, del establecimiento de sistemas de inteligencia, de la adquisición de tecnología de punta, de la formación, profesionalización y salarios dignos para los policías, hay que rescatar los valores éticos. En esta tarea, un papel mayor corresponde a la familia, a los medios de comunicación y a la escuela. Es imperativo reforzar en todos los espacios y por todos los medios la capacidad para expresar cariño, cercanía y afecto y, a un tiempo, afirmar la enseñanza de valores éticos: el respeto a los otros, a su patrimonio, a su vida.
La construcción de un entorno social propicio para la convivencia armónica requiere de políticas públicas con acento social, que modifiquen las condiciones estructurales que hoy favorecen la delincuencia. Sólo la mixtura de estrategias de largo aliento con líneas de acción en el corto plazo, a partir de una clara voluntad política, permitirá que volvamos a caminar sin temor por las calles.