La Jornada martes 8 de septiembre de 1998

GOBERNABILIDAD DE AQUI AL 2000

El reciente informe presidencial dejó, en diversos ámbitos de la vida política, la sensación de una agenda nacional irresuelta en sus puntos principales: vulnerabilidad y fragilidad económica, crisis de la seguridad pública y la procuración e impartición de justicia, empantanamiento del conflicto chiapaneco y falta de avances reales en el esclarecimiento de las oscuras acciones gubernamentales del sexenio pasado.

Si a ello se suma que los ritmos políticos tradicionales del país se han adelantado considerablemente durante el mandato del presidente Ernesto Zedillo y que, cuando aún faltan casi dos años para los comicios del 2000, ya se han iniciado las actividades proselitistas reales de cara a la sucesión presidencial, resulta lógico que los debates nacionales en curso se vinculen, o incluso se contaminen, con los intereses electorales que se pondrán en juego en las próximas elecciones generales.

Diversas voces oficiales han protestado por lo que llaman la ``politización'' y la ``instrumentación con fines electorales'' de asuntos como la forma en que habrán de saldarse los astronómicos pasivos que dejó el rescate bancario; el clamor ante la falta de voluntad política para avanzar en la solución del conflicto chiapaneco --cuya persistencia es un peligro y una vergüenza para todo el país--; la exasperación por la inseguridad pública y por la incapacidad de las autoridades para esclarecer homicidios como los de Juan Jesús Posadas Ocampo --asesinado hace ya cinco años--, Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu, Abraham Polo Uscanga y otros, las irregularidades financiero-electorales como las reveladas recientemente por la dirigencia perredista y la existencia de espacios de impunidad para ellas, y la insatisfacción generalizada ante un manejo económico que produce resultados perceptibles en los indicadores macroeconómicos, pero no en los bolsillos y las despensas de la población.

Es difícil imaginar que tal cúmulo de problemas irresueltos no se tradujera en descontentos políticos concretos y en propuestas alternativas para solucionarlos emitidas por partidos políticos y organizaciones civiles. A fin de cuentas, toda acción, inacción u omisión gubernamental está sujeta a los juicios --necesariamente políticos-- de la ciudadanía.

En este escenario sin duda preocupante, las dirigencias de los principales partidos opositores --PAN y PRD-- han lanzado sendas y coincidentes propuestas orientadas a conformar un pacto de gobernabilidad que garantice la estabilidad institucional en lo que resta de este sexenio.

La pertinencia de esas iniciativas está a la vista. El país debe hacer frente a los temas mencionados y sería deseable que lo hiciera en un marco de civilidad, institucionalidad y búsqueda de consensos.

Cabe esperar que el poder público y el partido del gobierno logren percibir la sensatez y la utilidad de las propuestas opositoras y sean capaces de sumarse a ellas, en lugar de repudiarlas y caracterizarlas como ``expresiones de intereses partidistas''. La aceptación razonada y consensual de esas iniciativas de gobernabilidad sería benéfica, en primer lugar, para el propio gobierno.