Angeles González Gamio
Amor de oro

En la vida hay amores de plata, de cobre y hasta de latón, pero también de oro, que son los más sólidos, profundos y auténticos, los que resisten todas las pruebas y no los minan, los fortalecen. De esa clase era el de don Benito Juárez y doña Margarita Maza.

Un vistazo a su vida de pareja y de familia verdaderamente conmueve al advertir todas las vicisitudes que padecieron: persecuciones, exilios, separacio- nes, pobreza y sin duda lo más doloroso: el fallecimiento de cinco de sus doce hijos; sin embargo, su amor nunca disminuyó.

Hubo épocas en que doña Margarita tuvo que sostener a sus hijos tejiendo ropa o atendiendo una pequeña tienda en Etla, Oaxaca, en donde permaneció una temporada, mientras su marido se encontraba en el destierro. Don Benito no la pasaba mejor; hay que recordar que durante su exilio en Nueva Orléans se mantenía forjando tabaco.

No cabe duda que la mujer que escogió con muy buen ojo de Benemérito, era sumamente inteligente y sensible. No olvidemos que don Benito trabajó como mozo en su casa, siendo ella una niña; años después, cuando tenía 17 años, él se volvió a aparecer ya convertido en un respetable abogado de 37 años. Ella joven, bonita, de familia acomodada y de prestigio, seguramente tenía múltiples pretendientes de menor edad y más apuestos, sin embargo, supo valorar las enormes cualidades humanas e intelectuales de ese hombre, que había surgido de las esferas más humildes y que con su talento y tesón se había ganado un lugar en la sociedad oaxaqueña, como se lo supo ganar en el corazón de Margarita.

Con toda seguridad, sus épocas más felices fueron las que pasaron en Palacio Nacional en su último periodo presidencial, desafortunadamente muy corto, pues la muerte los alcanzó en ese lugar: a ella en la plenitud de su madurez y a él en los albores de la vejez pero cabal en facultades. De esos días podemos darnos un atisbo en el llamado ``Recinto a Juárez'', que consiste en un recorrido por las habitaciones que ocuparon de 1867 a 1872. Maravillosamente ``puestas'' nos permiten adentrarnos en su intimidad, sentir la placidez, el buen gusto y la sencillez con que vivían. En la recámara, la bella cama matrimonial de latón con un águila --único símbolo presidencial--, el aguamanil de porcelana azul, el costurero de Margarita, y los dos silloncitos en donde seguramente muchas noches charlaron al regreso de la caminata del Presidente, la que gustaba hacer al atardecer por las calles de la ciudad.

También están el comedor, la sala y el espacio en donde se interpretaba música, actividad que don Benito disfrutaba mucho. No falta algún juguete que delata la presencia de los nietos y su pequeño estudio con el escritorio, en donde con certeza redactó tantos documentos trascendentes.

A este recinto se llega pasando por tres bellos patios, rodeados de construcciones neoclásicas en fina cantera color arena; en uno de ellos se pueden apreciar los vestigios de una escalinata prehispánica y unos pilotes de madera que fueron cimientos. Todo ello de seguro parte del palacio del emperador Moctezuma, que se encontraba en este sitio, ahora ocupado por el Palacio Nacional, que esperamos algún día vuelva a ser sede real del gobierno federal y como un sueño: casa del Presidente.

``El Recinto a Juárez'' se encuentra en el ala norte del Palacio, recientemente consolidado, pues presentaba serios daños estructurales; fue la talentosa Juana Inés Abreu, directora del Acervo Patrimonial de la Secretaría de Hacienda, la encargada de volver a instalar las antiguas habitaciones familiares de ese Presidente tan querido y respetado. Hay que felicitarla por el tino y buen gusto con el que reprodujo los escenarios íntimos de la familia Juárez, con buena parte de las piezas que les pertenecieron y las faltantes, muy bien escogidas y de la misma época.

Las cortinas, tapetes y tapices, obviamente fueron repuestos y resulta difícil no creer que son los originales. Gusta imaginar que el espíritu de la pareja se da sus vueltas por este lugar, feliz de recordar esa última etapa de su complicada vida, que aquí fue tranquila y amorosa.

Para rememorar los alimentos que posiblemente más disfrutaban, resulta conveniente una visita en las cercanías, al restaurante El Hotentote, en Las Cruces 40, en el corazón del barrio de la Merced, con la mejor comida mexicana tradicional, en el marco de una hermosa casita del siglo XVII con un soleado patio con techo de cielo azul.