La Jornada martes 8 de septiembre de 1998

Ugo Pipitone
La depresión como posibilidad

Las noticias positivas en el frente económico internacional no son muchas a últimas fechas. Nos acercamos a una situación crítica en la cual la depresión o la normalización no estarán inexorablemente escritas en el libro del destino, sino serán posibilidades ligadas a los aciertos y errores de las políticas de gobiernos, banqueros centrales y autoridades multinacionales. Más que nunca la economía mundial depende hoy de la inteligencia y sensatez de los gobernantes. Entre Japón que está en su peor crisis en medio siglo, el resto del Oriente de Asia que descubre de pronto haber crecido demasiado respecto a un centro regional súbitamente frágil, Rusia que está en moratoria de pago de sus deudas y con la Bolsa en picada, América Latina casi de rodillas entre materias primas a la baja y paridades cambiarias artificiales en Argentina y Brasil, hay poco de qué estar alegres. Es obvio que, dados los pesos específicos, la variable crítica fundamental sigue siendo Japón. Su caída libre en la recesión podría arrastrar el resto del mundo hacia una depresión prolongada. Su recuperación podría ser el primer paso fuera de la zona de peligro.

Los problemas son dos. Evitar el desastre en el corto plazo y comenzar a pensar en ingenierías financieras que permitan evitar la repetición de riesgos tan grandes en el futuro. En lo que concierne al primer aspecto hay que señalar que al estado actual de las cosas, esta eventualidad parece al mismo tiempo posible pero improbable. A nadie convendría una depresión mundial prolongada. Y afortunadamente para el resto del mundo la economía de Estados Unidos sigue creciendo aunque aquí también se plantea el problema de controlar una capitalización bursátil excesiva cuya caída tendría impactos negativos muy serios sobre la economía real. Con su dólar fuerte y sus bajas tasas de interés Estados Unidos ha favorecido el desarrollo económico mundial de los últimos años. Pero es obvio que si la economía del resto del mundo redujera drásticamente sus expectativas de crecimiento, por la crisis en alguno de los puntos críticos del mapa que vimos anteriormente, la posición de Estados Unidos se volvería insostenible.

A fin de este mes la Reserva Federal estadunidense podría reducir las tasas de interés para aflojar la presión sobre Wall Street. Una política tal vez necesaria pero peligrosa. Necesaria para evitar que la reducción de los valores de las acciones produzca una sobrerreacción en términos de caída de las inversiones y los consumos privados. Peligrosa porque la burbuja especulativa podría volverse tan grande que el peligro de que un pinchazo (japonés o ruso) la hiciera estallar se haría mayor.

En estos días estamos aprendiendo una lección de lo que el capitalismo es: un sistema de expectativas que la globalización ha transferido del nivel nacional al nivel planetario. Sin expectativas favorables no hay inversiones, pero con expectativas excesivas los rendimientos bursátiles de corto plazo pueden no ser sostenibles en el largo plazo y cualquier incertidumbre puede desencadenar sobrerreacciones peligrosas. Y si a especular en los mercados de capitales son cada vez más las familias, sus temores de quebrantos patrimoniales pueden provocar pérdidas reales que, reduciendo sus consumos, pueden anular el potencial de crecimiento de una entera economía. Riesgos que son más elevados en los países con vínculos más estrechos entre economía y especulación bursátil.

El primer punto al orden del día de la actualidad es evitar la depresión, pero una vez salidos del bache habrá que pensar en que cada país reduzca los riesgos de descapitalizaciones traumáticas estableciendo controles sobre el ingreso de capitales especulativos y sistemas fiscales más rigurosos sobre las utilidades bursátiles. Cuando la bolsa de valores corre mucho más aprisa que el resto de la economía, puede ocurrir después que el costo sea lo que está ocurriendo ahora en Japón: un endeudamiento excesivo de privados y empresas para participar a un festín de dinero fácil que cuando deja de serlo deja detrás de sí sistemas bancarios en ruina, empresas excesivamente endeudadas y mercados deprimidos.