Rodolfo F. Peña
El rencor chiapaneco
Con la cólera de la naturaleza, Chiapas rompió el silencio estrepitosamente. Desde el viernes pasado impetuosos vientos y lluvias interminables mantienen más de la mitad del territorio en condiciones de emergencia. Según La Jornada (ayer), hay ya 18 mil damnificados, 20 municipios sin luz por el derrumbe de las torres eléctricas, más de 80 comunidades incomunicadas y 15 ríos desbordados. No se dice aún qué ha ocurrido con los miles de desplazados, pero seguramente no están a buen resguardo observando la desgracia ajena.
Es el segundo infierno chiapaneco, si consideramos que Acteal fue el primero y que la analogía no es demasiado imperfecta. Y no lo es: en Acteal atacó el hombre, convertido en algo tan irracional como una tempestad, y ahora son los furores naturales, igualmente irracionales pero que tal vez habrían encontrado unas condiciones de mayor resistencia si se hubieran cumplido los Acuerdos de San Andrés, si por lo menos hubiera paz en la entidad y desarrollo equitativo, y si los desalojados hubieran podido retornar a sus lugares de origen y dejaran de sobrevivir al abrigo y por la misericordia de la Cruz Roja, institución que, por otra parte, está a punto de abandonarlos por la falta de recursos.
En casos similares, al ejército se le encomienda hacerse cargo de semejantes aventuras peligrosas. Por lo que hace a Chiapas, el ejército debe haber estado muy a la vista, sólo en espera de órdenes expresas. A menos que, en la perspectiva de la modernización, haya respondido de manera inmediata, sin aviso previo alguno. Debe haber pocos lugares en la República donde el ejército esté más familiarizado, más al tanto, sencillamente porque es donde cuenta con contingentes más amplios y un gran poder de movilidad. Y suponiendo solamente que las bandas que actuaron en Acteal hayan sido paramilitares, con seguridad tienen ahora una muy mala impresión de los indios, y resultaría que siendo ayer enemigos y socavadores, hoy deben jugarse la vida por ellos. ¿Qué pensarán de esto nuestros juanes? ¿Se impondrá la obligación moral a los sentimientos de menosprecio y rechazo?
Esperemos que las furias de la naturaleza se replieguen entre hoy y mañana. Son los días designados por 50 embajadores acreditados en el país para visitar Chiapas, en una misión secreta. ¿Qué buscarán tan tenazmente los diplomáticos? Como todos sabemos, hay allí ruinas arqueológicas y ciudades coloniales. Pero también hay más, mucho más que ver. Acaso van en busca de lo omitido en el cuarto Informe. ¿Quizá arreglaron clandestinamente una entrevista con el subcomandante Marcos y su gente? No, porque esto ya se sabría. Además, el viernes se encontrarán con Ernesto Zedillo, que hará por el rumbo su séptima gira del año, y con unos acompañantes presidenciales tan sobresalientes como Albores Guillén. En todo caso, lo importante es que no se mojen excesivamente, que no se encharquen en sus automóviles ni vean a tantos damnificados de ayer y hoy. Ante la mirada de los extranjeros, debemos ocultar decorosamente nuestra ruina y miseria, y más aún cuando en gran parte somos los causantes de ambas. Tal ha sido el escudo último de nuestra xenofobia reciente.
Hablando en términos de cooperación (sin intervenir para nada en nuestros asuntos, cosa que considera muy censurable) Max van der Berg, director general de la Organización Holandesa para la Cooperación Internacional al Desarrollo, dice que el país tiene una mala imagen exterior por plantear en Chiapas soluciones militares no aceptadas por los indígenas, seguramente porque éstos no cuentan aún con el rango de innovación y ajuste tecnológico que les permitiría una confrontación. Pero el hombre es optimista y considera que esa mala imagen se acabará cuando el gobierno federal acepte los Acuerdos de Larráinzar, cosa que sucederá, si no hacemos todos lo necesario, por las calendas griegas.
Como ayer en Acteal, lástima de tantos muertos y malogros para que Chiapas vuelva a estar de nuevo en labios de todo mundo, precisamente cuando ya el cuarto Informe, o su equivalencia, empieza a olvidársenos.
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