Allende médico; Allende ministro del gobierno del Frente Popular, parlamentario, dirigente político, candidato presidencial recorriendo apartados rincones del país; Allende presidente; Allende en La Moneda ese 11 de septiembre de 1973; Allende y su último mensaje, aquél de que ``más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas''; Allende armado enfrentando a los militares golpistas; Allende, el que muere en un gesto de dignidad y consecuencia.
¿Qué Allende recuperar hoy a 25 años de su muerte?
Creo que hay dos palabras que sintetizan lo mejor de su vida y de su legado político: Allende demócrata y socialista.
Son recurrentes en la historia de Chile la presencia de mitos que cada cierto tiempo nos hacen creer que tenemos un país excepcional. En momentos que nuestras clases dirigentes se vanagloriaban de la democracia chilena, por la larga vida de las instituciones republicanas, y de tener un país en donde las diferencias sociales eran de las menores en la región, Allende responde que ni la democracia chilena era tan democrática, ni que la economía era tan justa.
Había que ensanchar los espacios de la economía y de la política. Era necesario incorporar a mineros de la pampa y del carbón, a obreros y campesinos, a pobladores y estudiantes, a dueñas de casa y profesionales patriotas, como Allende los llamaba, para realizar grandes transformaciones y hacer de Chile un país verdaderamente justo y democrático.
Allende recorrió todos los peldaños del sistema político, se desarrolló en su interior y lo conoció palmo a palmo. Pero no se conformó con las prerrogativas que la vida política ofrece a quienes pueden alcanzar allí un modo de vida. Cumpliendo el papel de organizador, se puso al frente de un sinnúmero de proyectos populares y se jugó siempre por los más. Fue un dirigente popular en lo más cierto que pueden tener estas palabras. Cuánta diferencia con los que hoy nos buscan vender la imagen de un Chile democrático, de un país próspero, de un modelo a seguir por todo el mundo.
La utopía de un país en donde las mayorías no quedaran reducidas a depositar un voto, sino que se incorporaran a la definición de los grandes problemas nacionales, así como a la política en sus lugares de vivienda y de trabajo, propició en muy corto plazo, cuando ya era Presidente, el apoyo mayoritario de la población.
En breve tiempo Chile se convirtió en un espacio de ebullición social que rebasaba por todos lados los estrechos límites mantenidos por nuestras clases dirigentes. Como sucede en situaciones sociales de esta naturaleza, la riqueza y la inventiva popular y social creó formas diversas que permitieron incrementar el número de ciudadanos que se interesó en la política y que elevó su participación, al tiempo que se creaban mecanismos para reorientar la economía en una dirección que respondiera en una primera etapa al incremento de personas que se incorporaban al consumo.
La camisa de fuerza de una institucionalidad moldeada para favorecer a pocos, comenzó a sufrir serias rasgaduras. Su muerte en el palacio de gobierno, bombardeado y asaltado por militares que operaron de la mano de intereses imperiales y de empresarios y grupos dominantes locales, se dio en las fronteras de esa institucionalidad, acosada por intereses sociales enfrentados.
Crear una sociedad para los muchos fue uno de los objetivos centrales de Allende. Podemos discutir si los mecanismos empleados fueron los apropiados o sobre la rapidez o lentitud de los cambios. Pero aquella motivación no está en discusión. Qué lejos de los objetivos actuales, en donde el escándalo de la enorme pobreza creada por el milagro chileno, se agrega el de la deslegitimación política, con miles de jóvenes que se niegan a avalar con su registro electoral la ciudadanía mínima y la democracia de cúpulas que nos quieren ofrecer políticos, empresarios y militares en la nueva etapa.
El país ha cambiado mucho en estos 25 años. Chile ya no es el mismo. Esto, que es una verdad, lo es más cuando se mira la política como ética, la política como principios, y no sólo como ingeniería social. Claro que el país ha cambiado mucho. Pero mucho más que los nuevos edificios, mucho más que ese aire de ``modernidad de escaparate'' que se percibe en avenidas limpias y que esconden la enorme pobreza, lo que ha cambiado verdaderamente es la política misma y la ética de la política.
¿Cómo podemos imaginar a Allende en esta nueva realidad?
¿Aceptando las falacias del milagro chileno, cuando junto al sostenido y elevado crecimiento del PIB, a la elevada pobreza, reproducida no sólo por el desempleo, sino por empleos precarios y salarios de hambre, se agrega una polarización social que es escandalosa aún para una región acostumbrada a estos escándalos? ¿Hablando de la democracia chilena, mientras se permite que Pinochet, el más brutal profanador de la vida institucional del país, se convierta en prominente senador de la República? ¿Aceptando que tras ocho años de gobiernos civiles sigamos sin saber la suerte de miles de presos políticos desaparecidos, algunos de ellos detenidos en La Moneda el mismo día del golpe?
Allende fue un hombre que supo operar en salones parlamentarios y en las altas esferas de gobierno, pero también en sindicatos, fábricas, fundos y en manifestaciones callejeras. Por eso no es un abuso verlo hoy en las pequeñas y grandes batallas de nuestros días: junto a médicos y enfermeras que reclaman presupuesto para clínicas y hospitales, junto a estudiantes y maestros exigiendo condiciones para una mejor educación, junto a los mapuches, en sus marchas por la defensa de sus tierras que serán expropiadas para grandes negocios, al lado de los familiares de presos desaparecidos, demandando el esclarecimiento de sus paraderos y juicio a los culpables, y junto a todos los que no han olvidado la palabra dignidad.
Hoy son otros tiempos, nos dirán los pragmáticos y los profetas del realismo en política. Y a partir de esta constatación de perogrullo, que sirve para justificarlo todo, y para explicar nada, intentarán justificar lo injustificable y, sobre todo, la enorme distancia que los separa de Allende en estos tiempos.