Siempre quise nada más narrar la vida, dice Cristina Pacheco
César Güemes Ť Difícilmente podrá encontrarse a otra cuentista con su producción: un texto semanal a lo largo de 20 años. De ahí, de esa muy considerable labor, nace Los trabajos perdidos (Océano), antología cuentística de Cristina Pacheco que da testimonio, literal y literariamente, de una vida dedicada a las palabras.
--Con seguridad, Cristina, la selección para este libro antológico debió ser un amplio trabajo extra.
--Resultaba difícil porque eran muchos textos y porque al leer los trabajos no sólo me entró la desesperación que supongo le entra a cualquier persona, sino que vi mis errores, mis defectos, los personajes que no había logrado plenamente. Además, a través de cada escrito iba viendo mi vida. Fue una confrontación conmigo misma muy difícil y por momentos te juro que me dieron ganas de abandonar no solamente la lectura sino el proyecto. Me asustó mucho. Pensé en todo ese tiempo sentada a la máquina y luego a la computadora. Eso me hizo consciente de que hay que apurarse, es necesario acelerar el trabajo, y me hizo muy crítica de los textos. Si no hubiera sido por el apoyo de José Emilio Pacheco y de Rogelio Carvajal, habría dejado el proyecto.
Acercarse a la intensidad de la vida
--¿Cómo mira a la Cristina Pacheco que escribía hace un par de décadas y a la que se sienta hoy frente al ordenador?
--El compromiso con las palabras es el mismo. Ahora soy más exigente con ese deber, pero siempre quise nada más contar la vida. No quiero hacer elucubraciones, ni reflexiones filosóficas, ni mucho menos. Quiero que las personas, cuando lean un texto mío, digan: esto me ha pasado a mí, esto lo he dicho yo. Deseo que mi literatura funcione como una especie de espejo. No quiero fantasmas, no espero personajes rimbombantes, sino seres de carne y hueso. Quisiera acercarme más y más a la intensidad de la vida mediante el relato. Espero lograrlo.
--Un cuento semanal durante tanto tiempo no se hace ya sólo por profesionalismo, sino por algo más que puede ser la necesidad. ¿Es así?
--Es una necesidad grandísima, una vocación. Tengo amor por el cuento, aunque sé que es muy difícil que todas las piezas coincidan en un espacio corto. Tiene algo de investigación, algo de rompecabezas, además de que los personajes y las palabras te ponen trampas.
``Si algo se queda suelto, las palabras o los personajes te hacen ver que te equivocaste. Luego, el relato o el cuento me permite otra cosa importante: vivir de la escritura. Aunque yo gane muy poquito por mi cuento, y esto no es una queja, me da mucha alegría saber que con ese dinero voy a hacer algo que está relacionado con mi vida cotidiana: pagar la luz o el teléfono, por ejemplo. No es un lujo, a eso me refiero. Escribo y el resultado es inmediato. A lo mejor ésta que te digo es una visión muy torpe o muy limitada, pero así lo siento. Y lo que me gusta también es que puedo rencontrar a mis personajes. Hay algunos sobre los que trabajé en cierto tiempo y después reaparecen, actuando de otra manera. Me demuestran que maduraron, y por lo tanto yo debo haber madurado un poquito, también.''
--Buena parte de su trabajo periodístico es dentro del género de la entrevista. ¿Entrevista a sus personajes como método de trabajo?
--A veces. Como método para escribir me pregunto muchas cosas del personaje, me fijo en cómo es. Se parece a mi manera de entrevistar, es cierto, porque mi método es captar tanto como puedo, desde la forma en que está vestido el personaje hasta dónde se encuentra. Puede ser que eso no lo utilice en la entrevista, pero cuando la escribo sí es muy importante tener eso presente porque le da cohesión y cuerpo a la voz. Eso mismo me pasa con un personaje. Muchas veces ocurre que debo retirar alguna parte porque me pregunto tanto sobre el personaje que respondo de más, me sigo de largo con la historia. Si al personaje le saco más de lo que puede darme, se nota, y es cuando hay que quitar. Escribir, para mí, es rescribir y cortar.
--Dentro del estilo que maneja en Los trabajos perdidos, ¿está de acuerdo en que se apega al realismo, al naturalismo, casi?
--Uno de mis propósitos ha sido siempre escribir ficciones que tengan los pies totalmente en la tierra. Y entiendo que eso de alguna manera me ha perjudicado como escritora. Muchas personas me hablan para decirme que les gustó el artículo o el reportaje de los domingos. O me llaman para decirme que el personaje del caso no se llama como yo lo digo, sino de otra forma. Entonces aclaro que esos personajes no existen en la vida cotidiana aunque provienen de ella. Ese exceso de realismo tal vez ha hecho que no parezca ficción lo que hago. Lo que pasa es que desde el inicio mis intenciones han sido quitarle cierto tipo de elementos a los escritos para que suenen de lo más cotidiano. Un cuento de los míos cabe perfectamente dentro de una casa.
--A lo largo de este lapso como cuentista, ¿habrá puesto igual interés en personajes masculinos que femeninos?
--Quizá sí, pero con el tiempo me doy cuenta de que han ganado los femeninos, por una razón: tengo muchísimo contacto con las mujeres por mi trabajo; son ellas las que se comunican conmigo, son quienes me piden que vaya a entrevistarlas. La voz femenina se ha ido apropiando de mi trabajo. Aparte pienso que son las mujeres las protagonistas de muchos cambios en este momento. En México es inevitable encontrar la voz femenina. Y finalmente detrás de esas voces encuentro la primera, la de quien me dio todo, la voz de mi madre. En la voz de las mujeres de quienes escribo e incluso en las de los hombres, está la de ella.
Escribir para vencer la soledad
--Se habla, todavía, de la literatura de género. ¿Sus cuentos pueden ser escritos sólo por una mujer?
--Están escritos por mí, pero mi intención y mi interés fundamental no es que se lean como si fueran hechos por una mujer. Quiero que se lean como trabajos de una persona que ama la literatura. Aunque hablando del género acabo de leer una declaración de Bryce Echenique que hizo en España. Dijo: soy la primera escritora de América Latina. Y lo entiendo, recuerdo muy bien su libro Un mundo para Julius, que es una gran novela en donde los personajes femeninos son de total realismo. Por otra parte, claro, no niego que escribo como mujer pero no quiero ser leída como tal sino como se lee la literatura.
--No hay un periodismo de mujeres y otro de hombres, pues.
--Lo hay bueno y lo hay malo. Si mis relatos son buenos o malos, eso no lo sé; si las personas los quieren leer, magnífico. Lo que sé de mis cuentos es que los he hecho dejando mi vida en ellos y tomando la vida de muchos personajes para que me auxilien a decir lo que necesito.
``Los personajes me han ayudado a vivir, me han quitado de encima cosas terribles. Al pasarles a ellos ciertas historias, ellos las resuelven y de ese modo me ayudan.''
--¿Escribe ahora de modo más fluido que cuando iniciaba? ¿Las cosas en ese sentido se le facilitan?
--No, escribir es muy difícil. Cuando una se sienta a redactar siente un golpe en el estómago porque los personajes andan vueltos un desastre: todos quieren contar y participar en la misma historia. Nada más pensar cómo los ordeno es muy angustioso, me pongo helada, me asusto mucho y además tengo la presión del tiempo. Creo que me he vuelto viciosa de ese peligro: podría escribir de otra manera, pero no; me gusta saber que tengo el tiempo encima. Es como una especie de cita: camino rápido junto con mis personajes para llegar todos, ellos y yo, a tiempo.
--Hemos hablado de los personajes y de su autora, pero no de los lectores. ¿Los tiene muy presentes?, ¿escribe para gustar?
--Escribo para acompañar, para que la soledad de alguien deje de serlo de alguna manera.
--¿Cuántas colonias o ciudades podría llenar con 20 años de sus personajes?
--A ciencia cierta no lo sé, pero con ellos podría organizar una tocada en el Zócalo, fácil.