La Jornada Semanal, 13 de septiembre de 1998



Diego Manrique

Autopsia de los narcocorridos

``Y con pinzas machacaron partes nobles de su cuerpo'', dice el ``Corrido de Atanasio'', cuyo realismo atroz, a cargo de Los Tigres del Norte, pone de manifiesto que este género sigue siendo, como en la Revolución, un medio imprescindible para dar cuenta de ese otro acontecer nacional.

Jefe de jefes, el penúltimo éxito de Los Tigres del Norte, se abre con ruido de calle y una declaración: ``A mí me gustan los corridos porque son los hechos reales de nuestro pueblo.'' Y otra voz responde: ``Sí, a mí también me gustan los corridos porque son los hechos reales de nuestro pueblo.'' Y otra voz responde: ``Sí, a mí también me gustan porque en ellos se canta la pura verdad.'' A continuación empieza la música y el cantante desarrolla -en primera persona- la filosofía profesional del capo de capos. No se menciona su nombre, pero cualquier mexicano reconocería allí a Amado Carrillo, Señor de los cielos, cabeza dirigente del cártel de Ciudad Juárez, el enemigo público número uno para México y Estados Unidos.

Amado Carrillo no disfrutó mucho del honor de ser celebrado por el grupo más popular de la música norteña. Semanas después, era asesinado en una clínica privada del Distrito Federal, tras someterse a una operación de cirugía plástica. Esa, al menos, es la historia oficial: en nuestro país, la verdad es materia muy moldeable y no falta quien asegura que Carrillo pactó con la agencia antidroga estadunidense y que vive escondido fuera de país. El corrido, género épico-lírico-trágico por excelencia de México, no podía ignorar las fabulosas historias que protagonizan los narcos. Que, obviamente, no gustan de ese nombre: en los corridos, son traficantes, contrabandistas, mafiosos. Su poder es invisible pero palpable: tienen en nómina a médicos, policías, abogados, jueces, militares, políticos y curas. Sus tentáculos llegan a lo más alto: la descomunal fortuna que reunió Raúl Salinas, hermano del anterior presidente de la República, podría explicarse por su íntima relación con los narcos. El jefe del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas, un imponente general llamado Jesús Gutiérrez Rebollo, que contaba con la bendición de Estados Unidos, resultó ser un compinche del Señor de los cielos; su instituto tuvo que ser disuelto al comprobarse que más de la mitad de los agentes eran corruptos o usaban drogas. En jerga, que se arponeaban, que se fumaban cualquier cosa y que no le hacían ascos a un toque.

Aquí, donde el escándalo más alucinante es eclipsado enseguida por otro escándalo aún más inimaginable, las autoridades preferirían que todas esas realidades fueran enterradas por el paso del tiempo y de las telenovelas. Afortunadamente, los narcocorridos impiden el olvido, inmortalizan personaje y situaciones, y derrotan las interpretaciones convencionales de lo ocurrido. No es extraño que la difusión por las ondas de esos corridos pasados esté prohibida en tres de los estados más activos en el contrabando: Baja California, Michoacán y Sinaloa. Este último, situado a la orilla del Pacífico, es cuna de los más poderosos narcos y de muchos de los músicos que les cantan, como Los Tigres del Norte. Nada de extraño: en su sierra se cultiva la amapola desde tiempos inmemoriales.

La historia secreta de Sinaloa está por escribirse. Contar demasiado puede poner en peligro mortal: lo corroboran abundantes tumbas de periodistas. Esto deja el campo libre a los autores de corridos, que ofrecen una saludable visión alternativa a la versión institucional. Sin caer en la condena o en la apología, mantienen la memoria histórica y dan las claves de las sangrientas noticias de primera página.

Sus héroes son astutos como zorros, fieros como tigres, valientes como leones, bravos como gallos de pelea. Cualidades todas que no serían decisivas sin la capacidad organizativa y puro talento empresarial que han demostrado los sinaloenses y sus imitadores, que, poco a poco, se fueron apoderando de la tajada mayor del negocio de los temibles colombianos.

Un negocio que se ha diversificado, incluyendo ahora productos de la tierra y drogas de síntesis. Como explican Los Tigres en ``Las novias del traficante'', el catálogo de ofertas incluye a ``Blanca Nieves en Colombia/Marijuana en Culiacán/Amapola está en Durango/en la sierra la hallarán/y La Negra está en Guerrero/y Cristal en Michoacán.'' Esta última, el seudónimo de las anfetaminas, otra especialidad sinaloense, tal como refleja Bruce Springsteen en ``Sinaloa cowboys''. Para estos corridos, conviene estar al tanto de la última producción de sinónimos, metáforas y neologismos varios. ``Moteros'' o ``transas'' son los comerciantes de marihuana, droga que ya fumaban los soldados de Pancho Villa. La cocaína es ``cola sin cola'', ``polvo'', ``carga blanca'', ``la buena'', ``la fina''. El ``cuerno de chivo'' es la ametralladora, el AK-47 o el M-16 que decide los enfrentamientos. Los ``gatilleros'' son los encargados de hacer hablar a esas máquinas de muerte. En los últimos puestos del escalafón, están los transportistas o los vendedores de pequeñas cantidades: ``burros'', ``mulas'', ``poquiteros'', ``puchadores''. Los espías o confidentes son ``soplones'' o ``dedos''. Y merecen menos respeto que los ``guaches'' o los ``hombres de verde'', los policías y los militares que combaten -con relativo entusiasmo- los cárteles.

No faltan los corridos consagrados a policías pundonorosos, esos que por poco codiciosos son candidatos al ataúd prematuro. Para su instrucción, las letras recuerdan el discurso justificatorio que circula por la frontera. El burlar al todopoderoso gobierno de Estados Unidos compensa humillaciones históricas. En ``Las divisas'', los Huracanes del Norte fantasean: ``Esto genera divisas/en dólares para la deuda/si me dejaran sembrar/en término de dos años/la deuda podría pagar/y si el gringo necesitara plata/yo se la podría prestar.''

En lo musical, los narcocorridos son simples: domina el acordeón norteño, con breves intervenciones del saxo sobre un ritmo monótono. Pero el género ha sido adoptado por las bandas, nutridas orquestas con viscerales secciones de viento. Y subieron a la superficie de la industria musical. Los pioneros, tipos de fabulosos nombres como Fiden Pastor (El coyote blanco), Indalecio Anaya (El gato negro), Los Pelados del Norte, los Cadetes de Durango, Fredy Bojórquez (El puma de Sinaloa) o la Banda Dominguera, grababan para compañías diminutas. Ahora, Los Tucanes de Tijuana -están en la banda sonora de Perdita Durango- son uno de los grupos mimados de EMI: venden millones sin promoción convencional.

Con 30 discos, sin contar compilados, el grupo de los hermanos Hernández se puede permitir abundantes lujos: Los Tigres llenan estadios, ferias y recitales a ambos lados de la frontera. Han protagonizado, inspirado o musicalizado 18 largometrajes (y no se sintieron impresionados cuando Alex de la Iglesia solicitó su participación en Perdita Durango). Además, mandan avisos a su público: ``¡Pórtense bien!'', es su lema.