Elba Esther Gordillo
Chiapas, reflexiones sobre el dolor

Parecía una foto más. Otra gráfica de las muchas que en estos días documentan la tragedia que inunda a Chiapas, la peor en casi 50 años. Dos soldados trasladando con cuidado a dos pequeños, quizás de pocas semanas de nacidos, hacia un albergue. Las fuerzas armadas -soldados y marinos- cumpliendo cabalmente una responsabilidad que las honra, que las dignifica: llevar auxilio a la población afectada trasladando asistencia médica y alimentaria en lanchas, caminando con el agua hasta la cintura; organizando albergues; conduciendo las evacuaciones; pidiendo y llevando serenidad a los afectados; exponiendo su vida. Y junto a ellos, rescatistas, vecinos, gente del pueblo que convierten solidaridad en heroísmo.

Frente a las lluvias torrenciales que están castigando a Chiapas y que han dejado viviendas destruidas, pérdidas cuantiosas en el campo, amplias zonas incomunicadas pero, sobre todo, muerte, la respuesta espontánea, generosa de la sociedad -aportación de medicinas, agua, víveres, ropa-, ha sido, otra vez, ejemplar.

La solidaridad que ha mostrado la ciudadanía con las víctimas de Chiapas, Michoacán, Guanajuato y otras entidades, es la misma que mostró cuando el huracán Gilberto golpeó Quintana Roo, cuando el Paulina azotó Guerrero, cuando un terremoto laceró a la ciudad de México. La ciudadanía no ha perdido oportunidad de demostrar, en actos verdaderamente humanitarios y, en ocasiones intrépidos, la gran capacidad que tenemos los mexicanos de ser solidarios con nuestros hermanos que lo necesitan.

Los medios de comunicación -significativamente, la radio- han sido en muchos casos el único enlace con la población que ha quedado atrapada entre los despojos de sus casas, que ha visto desaparecer tras la lluvia y los desbordamientos de los ríos sus pertenencias y, en otros casos, a sus seres queridos. Han llamado a la ciudadanía a acudir a los centros de acopio para contribuir en auxilio de quienes más lo necesitan. La ayuda ha llegado también de organismos internacionales y gobiernos extranjeros.

El Presidente de la República coordina in situ las tareas de gobierno -un despliegue inusitado de instituciones federales y locales- en la zona de desastre: conoce, instruye, evalúa, y está allí (no a distancia) con la gente, con los dolientes, cuando más lo necesitan.

No se puede ocultar otro rasgo del desastre. Siempre se excede con los más pobres. Los que levantan viviendas precarias en las zonas de riesgo, los que tienen por morada chozas de cartón. Madera y lámina. La pobreza, la falta de oportunidades educativas y de salud, la falta de empleos y de salarios justamente remunerados, la falta, también, de equidad y de justicia, y la fragilidad de sus viviendas y las pobres vías de comunicación, convierten un fenómeno natural, como el que hoy afecta a Chiapas, en una verdadera tragedia que no sólo arrasa con los bienes materiales, sino con vidas y esperanzas.

La dura situación en Chiapas hace de nuevo evidente la necesidad de revisar y reforzar la política de protección civil. Lo sabemos bien, muchos de los desastres ambientales son previsibles: en las regiones se sabe cuándo llega la temporada de lluvias y huracanes. Necesitamos de una política de prevención de desastres que incluya la regulación de asentamientos humanos y que identifique y ubique con oportunidad todos los recursos públicos y privados disponibles para una emergencia, que disponga de las herramientas jurídicas para utilizarlos.

Una reflexión final: frente al despliegue generoso de esa energía social en apoyo a las comunidades lastimadas por el desastre, uno tiene que preguntarse: ¿no es cierto que hay en nuestra sociedad y gobierno un potencial formidable para encarar duros momentos? ¿Por qué necesitamos, entonces, la dimensión del drama humano y colectivo para sacar fortaleza, voluntad y mostrar que tenemos con que?

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