Rodrigo Morales M.
El cuarto Informe

El contexto se impuso. El Presidente fue excesivamente atento a la susceptibilidad del nuevo Congreso. El Informe no propuso, justificó; no proyectó, explicó; no agredió, quiso agradar. Su relación con el Legislativo la encuadró en cifras burocráticas (número de reuniones, minutas, acuerdos, etcétera), sin aventurar posturas políticas. La arenga callejera -aquélla que emplea el titular del Ejecutivo para señalar las ineficiencias o irresponsabilidades del Legislativo-, por fortuna, prefirió no emplearla durante el Informe. Pero tampoco hizo alguna propuesta para hacer pasar la relación entre poderes a otro estadio. Nada hay que esperar en esa materia. No se indicó el rumbo, se subrayaron las cifras.

El cuarto Informe, antaño ocasión para el despliegue de poder, no hizo sino revelar la soledad presidencial: no evoca acompañantes, no se siente comprendido, pero tampoco se arredra.

No hay visos de arrepentimiento. En ese sentido, tampoco hubo espacio para las sorpresas. La reiteración es que al Presidente lo que le preocupa es la economía. En esa materia hizo una promesa responsable: hacer todo lo posible para evitar la reincidencia de las crisis sexenales, allanarle el camino al próximo presidente. Si cumple lo dicho, habrá buenas razones para recordar su administración.

Sin embargo, sospecho que la solitaria voluntad presidencial es insuficiente para garantizar el éxito de tan loable cometido. No sólo la globalización ha dejado sentir su capacidad desestabilizadora, sino que internamente el abandono de conducción se vive como incertidumbre. Parece partirse del supuesto de que los actores nacionales actuarán racionalmente, leerán con propiedad las señales de los mercados, y no provocarán sobresaltos. Por lo pronto, la sucesión se adelanta, y francamente dudo que el mercado político, en esas circunstancias, emita señales clarificadoras. En la perspectiva de Zedillo, ello parece formar parte de un universo de preocupaciones que no merece ser compartido en un Informe.

Lo único que captura la atención presidencial es la economía. Ya sabemos que el Presidente hará todo lo posible por no heredar un desastre económico, e insisto, si lo logra, habrá logrado mucho. Pero poco sabemos de cómo iremos construyendo la estabilidad política y social de aquí al 2000. El Ejecutivo parece asignarse la condición de testigo en ese proceso. Los partidos y el Congreso deberán tejer, en esta singular repartición de roles, los arreglos necesarios para que el país no estalle política y socialmente.

No parece casual entonces que ese vacío del Informe, esa ausencia de propuestas, quiera ser llenada por una iniciativa de los partidos de oposición para arribar a un pacto de gobernabilidad. Aun partiendo de la base de que se logre trazar una agenda común mínima, reconocible por todos, el problema vuelve a ser cómo operar un pacto estabilizador en un contexto en el que no todos los actores tienen un diagnóstico común sobre los riesgos que corre el país.

El Ejecutivo cree que el problema central es la economía, tal como él mismo la entiende; los partidos políticos advierten más riesgos, entre los cuales por cierto se cuenta la manera en que el Ejecutivo entiende la economía, y todos creen poder sacar ventaja de la situación y abonar electoralmente a su causa. La pertinencia de un gran pacto político que generosamente involucre a todos los actores relevantes, y abra una ruta de certidumbre política hacia el 2000, es equivalente a la voluntad presidencial de no heredar crisis económica a su sucesor. El punto sigue siendo cómo conectar ambos propósitos. Ojalá se logre.