Un sábado por la tarde, a las 17:30 horas, Cuauhtémoc Cárdenas y su esposa Celeste Batel eran los primeros en la fila que empezaba a crecer poco a poco.
Aún faltaban 15 minutos para que en la sala uno del conjunto Cinemex Casa de Arte, en Polanco, se iniciara la proyección de la película Oscar Wilde (con el subtítulo en español ``El escándalo de una generación'') de Brian Gilbert.
Sólo una pareja de entre el público que salía de la función anterior se acercó a saludar a Cárdenas y a su esposa. Pocas personas se dieron cuenta de que el jefe de gobierno de la ciudad de México encabezaba la fila de los que esperaban para entrar al cine. Cuauhtémoc y Celeste llegaron temprano y con discreción ocuparon su lugar en la fila, confundiéndose entre los habitantes de la urbe que el fin de semana hacen vida familiar y van al cine.
La simple elección de la película, basada en la vida de Oscar Wilde, habla por sí misma de los intereses culturales de Cuauhtémoc Cárdenas, quien ya pasó a la historia del país como el primer gobernante de la capital electo por el voto popular de sus habitantes.
Lo más sobresaliente era la falta de ese despliegue que es habitual en la mayoría de los políticos. Cuauhtémoc y Celeste se presentaron sin aspavientos, guardaespaldas, teléfonos celulares o comitiva. Ocuparon discretamente dos butacas cercanas a la salida de la sala; decisión que, al término de la película, les permitió abandonar el cine antes de que acabaran de proyectarse los créditos de la producción que aborda la vida de uno de los exponentes de la literatura mundial, cuya homosexualidad dio lugar a tres escandalosos juicios que concluyeron con la sentencia al autor de El retrato de Dorian Grey y De profundis --entre otros libros--, a dos años de trabajos forzados y la prohibición de escenificar sus obras en Inglaterra. Paradójicamente, después de Shakespeare, Wilde es, en la actualidad, el autor de lengua inglesa más leído en el mundo.
No obstante su discreción, ni Cuauhtémoc ni su esposa se libraron de los sardónicos comentarios de un nutrido contingente de señoras de Polanco, quienes inscritas en el Instituto Nacional de la Senectud --hicieron valer los descuentos correspondientes en la taquilla del cine-- criticaban en voz alta ``la facha'' de Cárdenas por ir vestido con pantalón de mezclilla, camisa azul de algodón, un saco ligero y mocasines negros. Las emperifolladas señoras mostraron su ignorancia al referirse maliciosamente a la juventud de la acompañante de Cuauhtémoc, sin advertir que era su esposa.
Durante muchos años ha sido práctica tradicional de muchos políticos mexicanos --principalmente de filiación priísta-- no acudir a las salas cinematográficas como lo hace cualquier hijo de vecino, pues una de sus prerrogativas, no escritas en nigún reglamento, era llamar a la Cineteca Nacional para exigir que les proyectaran en sus casas las películas que estaban interesados en ver.
Si en su libro El estilo personal de gobernar, Daniel Cosío Villegas sustenta la hipótesis de que ``el poder en México se explica mucho más atendiendo al perfil personal de los responsables de ejercerlo que a condiciones estructurales más remotas (es decir, que la psique privada del Presidente determina, en buena medida, la vida pública del país)'', podríamos concluir que el estilo personal de gobernar de Cárdenas tiene sus raíces en lo mejor de la tradición democrática y republicana.