Hoy, 18 días antes del 30 aniversario de la matanza de Tlateloco, presentamos este texto que, para La Jornada, escribió el director de Canoa, filme que narra el linchamiento ocurrido 17 días antes del 2 de octubre de 1968.
Con motivo de la presentación de la nueva copia (con su negativo restaurado y sonido digital) de nuestra película en el foro de la Universidad de Guadalajara, y con la sala abarrotada de entusiastas jóvenes espectadores tapatíos, me surgieron algunas reflexiones que considero de importancia consignar.
Ya se sabe que escamotear la visión descarnada de la realidad y de su aterradora injusticia social ``dizque'' para proteger el bienestar moral de la juventud, continúa siendo una práctica constante de los medios masivos audiovisuales.
¿Qué de sorprendente tiene, ahora, la recepción del público joven mexicano ante Canoa? Una cinta consagrada por el público, hace casi un cuarto de siglo.
Primero, y como consecuencia del 68, el despertar del espectador de hace más de dos décadas, se traducía en un sentimiento de confusa afrenta que remplazaba así su habitual desinterés por el curso de la historia del país. Al fastidio de ejercitar el pensamiento crítico y comprometido, le seguía el apuro de no ser de los últimos en manifestar su reproche indignado. Y, como complemento a esta actitud, en el caso de la película Canoa, la frase inicial en pantalla que dice ``¡Esto sí sucedió!'' desencadenó una alarma general. Se confirmaba que la muchedumbre enloquecida no tenía medida y que cualquiera, hasta un estudiante o ``parecido'', podía ser masacrado vivo, impunemente.
La reacción inmediata de los responsables coludidos en la gestación del clima de histeria anticomunista, se esforzó en confundir a los simpatizantes de la película, difamando a sus autores. Intentaron desvirtuar las intenciones de la película pretextando su gratuita proclividad a la nota roja y, para ahuyentar al público que asistía a las salas de cine, no encontraron mejor amenaza que advertirle a la grey de severos castigos morales (?). Se sumaron al escarnio los que proclamaban, desde las páginas de sus pasquines, que Canoa intentaba blanquear a las autoridades en turno, relevándolas de la responsabilidad de los hechos. Su maledicencia llegó al extremo de afirmar que la llegada de los granaderos, al final del filme, era un desenlace fabricado por los autores. Estos ilustres literatos demostraron, con ello, que su ignorancia sólo tenía por igual la bajeza de sus intenciones. A su tiempo, intentaron corregir el rumbo. Fue inútil. Habían demostrado a qué bando pertenecen.
Lo verdaderamente importante eran otros elementos en el acontecer cinematográfico. El espectador tenía que enfrentarse a nuevas exigencias. Se le proponía una latitud de imágenes poco usual, así como un ritmo interno que le exigía un esfuerzo de atención continuo. Padecía, además, la desazón de tener que acostumbrarse a la presencia en pantalla de nuevos intérpretes, actores salidos del ``montón'', con rostros aparentemente anodinos, antítesis de aquellas estrellas nacionales veneradas, jamás olvidadas y eternamente sobreactuadas.
Atenazado a su butaca, el espectador tenía que resistir andanadas de agresiones feroces que los autores vertían de modo inclemente, sobre su ánimo pacífico, con el propósito de impedirle que tuviera un solo segundo de reposo, de tal manera que la mínima manifestación de rechazo al curso del relato, le revelaría (en contra de su voluntad) su desinterés por el destino de aquellos seres, sus trágicos semejantes, víctimas del salvajismo y de la barbarie.
En la historia de la industria del cine nacional se presentaba un lenguaje distinto y un estilo poco frecuente. El cine tradicional aceptaba comprometerse a reflejar lo acontecido y desenmascaraba la faz oscura y a sus operarios ocultos.
Es a partir de ese preciso momento, cuando el cine mexicano inicia su aggiornamento y es así, también, que el cine nacional alcanza su mayoría de edad y traspasa el umbral de su renacimiento.
Los jóvenes espectadores actuales intentan, acaso, relaborar con un incierto espíritu de caricatura el lenguaje plagado de modismos (hoy en parcial desuso, como es natural) y algunos, los menos, mal orientados (por el rencor residual) pretenden desbaratar el mito. Su intento es vano, Canoa es moneda consolidada y punto de referencia generacional. Le pese a quien le pese. Quienes persisten en confundir el tránsito a nuestra discutible modernidad con los motivos de Satán, se siguen equivocando. Los jóvenes de ahora saben que Huichilobos no será nunca pariente de Polichinela.
Canoa es, en cierto modo, el negro abrevadero de la intolerable información de los saldos del 68. La película obliga a tomar partido a la juventud presente y la va definiendo de manera progresiva y geográfica: con su lenguaje sordo, brutal, monocorde; y la condiciona, a su pesar, a reconocerse en contra de su más apartada voluntad. Renunciando a interpretaciones autocomplacientes, no le queda otra alternativa que asumirse como espectadores puntualmente informados de ese drama, de aquel despreciable suceso de un pasado demasiado reciente.
El resultado obligado es, generación tras generación y ya van tres, una descomposición del aliento nacionalista inflado a huevo. El reverso de la fabricadísima medalla chafa correspondiente al ciego ¡México! ¡México! La devaluación inmediata de la artillería oficial y de su cauda de slogans.
La responsabilidad no es de todos, ironiza, también, otro letrero al principio del filme. Los jóvenes de ahora lo entienden perfectamente. Canoa y su interminable noche de terror obligaba a la gran mayoría de los espectadores del pasado a hacer su lectura de pies a cabeza, reverencialmente, terminando con los ojos perdidos en el infinito, viendo para arriba, allí, donde no hay nadie responsable. Hoy, en cambio, la representación de la violencia ha sido superada, y al terminar la proyección de Canoa están presentes, garantizados e inconformes, testigos cinematográficos. De esto se trataba.
La permeabilidad de la naturaleza objetiva y razonable de los chavos de la actualidad, ha posibilitado el camino del propósito orientador. Canoa ha cumplido con su objetivo. La lamentable cercanía de la juventud con los acontecimientos relatados se consolida por el conducto del reconocimiento de los eternos motivos del drama: el alcoholismo, el fanatismo, la corrupción y el despojo. El México repudiado.