Marco Rascón
El golpismo económico
El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 en Chile tiene una trascendencia en la historia económica de América Latina; es más brutal en sus consecuencias sociales y económicas, que la violencia militar utilizada para imponer las tesis de Milton Friedman y Frederick Hayek en la parte sur del continente.
Chile fue el experimento de la polarización histórica entre dos concepciones económicas, pues mientras el gobierno de Allende iniciaba un proceso de nacionalizaciones en la industria del cobre y las comunicaciones, de la escuela de Chicago se impulsaba exactamente lo contrario: la era de las privatizaciones.
La muerte de Orlando Letelier en un acto terrorista, organizado por la CIA en territorio estunidense, simboliza precisamente que Chile era parte esencial de una nueva política económica impulsada por la oligarquía norteamericana, demostrando que el imperialismo también se reforma. El neoliberalismo y su imposición en América Latina es sin duda un gran proceso de reforma del imperialismo clásico, el que de la privatización, la utilización de las deudas externas de los países y la intervención del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, reconstruyó un sistema financiero integrado a sus intereses y una vía más eficaz que gorilatos y dictaduras para imponer ese sistema.
Allende, símbolo de una vía distinta para la soberanía e independencia de los Estados latinoamericanos, se convirtió en el punto de inflexión entre un modelo y otro. El uso de la fuerza ocultó en un principio que atrás de Pinochet se organizaba la defensa de la economía de mercado; el golpe militar en Chile es precursor del ascenso de Margaret Thatcher en Inglaterra y de Ronald Reagan en Estados Unidos.
El golpe militar en Chile no sólo es un símbolo de la globalización y la integración de los mercados, sino del predominio económico sobre el político, pues las instituciones republicanas son anuladas en tanto no se impongan las nuevas condiciones económicas en sucesivos golpes a las condiciones de vida y de trabajo de millones de trabajadores. El voto es restituido en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay, una vez consolidadas la integración financiera y reformadas las formas imperialistas. Las democracias se convierten en administraciones locales, alcaldías de las aldeas globales y las economías quedan sujetas a las fluctuaciones de la globalidad. ¿Quién pensaría hasta hace poco tiempo que de Rusia vendría el desajuste económico de Argentina, Brasil o México? ¿De qué sirve la planificación y la productividad nacionales, si un viento de Asia puede acabar con el esfuerzo de millones en unas horas?
Chile fue el gran experimento brutal; fue elegido en vez de México, porque allá el proceso nacionalizador era nuevo y podría renovar esas tentaciones nacionalistas e integrar en ellas las aspiraciones laborales y laboristas de las clases obreras latinoamericanas. Si el neoli- beralismo marca su batalla primera en contra de la socialdemocracia en el mundo, pues la consideraban la razón o el obstáculo para el desarrollo de un capitalismo dinámico, Chile y la experiencia que empezaba a generar era totalmente inadmisible, es por eso que Friedman justificara en el caso de Chile las violaciones a los derechos humanos y que Estados Unidos respaldara a la junta militar chilena y a Pinochet.
En México, tres años después los golpes económicos fueron sucesivos y cíclicos a fin de desmontar la fuerza del Estado en la economía. Las devaluaciones y el crecimiento de la deuda externa; la nacionalización de la deuda y el fracaso de la política petrolera fundada en el esquirolaje a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), nos condujeron al ``camino único'' de la integración comercial y el desmantelamiento de la planta productiva no sólo estatal, sino también privada y social, desquebrajando así las bases también del nacionalismo que mucho influía, al igual que el de Allende en la perspectiva de los países latinoamericanos.