Hablando de Primo Levi y de sus obras, Angelo Rinaldi reitera: ``A menudo se nos dice que se ha escrito demasiado acerca del holocausto y uno está convencido de saber muchas cosas más sobre él. Aceptemos con una sinceridad que por lo menos iguale a nuestro sentimiento de vergüenza que, a veces y, ante la acumulación, uno tiene ganas de decir basta. Es que no habíamos tenido oportunidad de leer a Primo Levi cuando analiza la naturaleza compleja de la desgracia. Pocos lo han probado tanta fuerza como él, cuando nos agarra por las solapas para evitar que caigamos en el amenazante olvido: la literatura no es más que un ejercicio fútil si no se escribe para que los vivos recuerden a los muertos''. Quizá esta introducción nos pueda servir para entender el documental Shoa, de Claude Lanzmann, que Canal 22 presentó en dos sesiones extraordinarias los lunes 7 y 14 de septiembre, que junto con Noche y niebla de Alain Resnais es probablemente el que con la más sobria eficacia muestra ``esa naturaleza compleja de la desgracia'', la insoportable evidencia de un exterminio sistemático llevado a cabo con inimitable sangre fría y planificación perfecta.
A reserva de poder expresar más adelante la violenta reacción que tuve esta segunda vez que he podido soportar la exhibición de este documental, antídoto del olvido, me gustaría mencionar a otros dos grandes escritores, sobrevivientes del holocausto y que escribieron sobre él. Como Primo Levi, a partir de los 24 años, el polaco Tadeusz Borowski estuvo a los 22 en Auschwitz y como él también se suicidó algunos años después de haber escrito Por aquí, señores y señoras, entren al crematorio, libro que contiene algunas de las ``cerca de 10 mil páginas más memorables que se hayan escrito sobre el holocausto'', al decir de Jan Kott. Borowski, miembro de la resistencia polaca contra los nazis, fue arrestado y enviado a una prisión situada frente al ghetto de Varsovia y desde la celda de su ventana podía ver a los soldados nazis cuando arrojaban granadas a sus habitantes o cuando quemaban sistemáticamente casa tras casa; de la prisión fue trasladado a Auschwitz, adonde tuvo ``la suerte'' de llegar tres semanas después de que los nazis habían decretado que los ``arios'' no serían enviados a la cámara de gas, destino reservado sólo a los judíos.
En uno de sus cuentos Borowski dice: ``Los vivos siempre tienen razón, son los muertos los que están equivocados''.
Quiero recordar, asimismo, al poeta judío Paul Celan quien recuperando su lengua materna, el alemán, la lengua de sus verdugos de Auschwitz, trató inútilmente de sobrevivir al holocausto con sus poemas.
¿Por dónde empezar? ¿Qué hacer para que lo que se diga sobre Shoa rebase la avalancha de palabras, imágenes y películas que como La lista de Schindler han casi ``banalizado'' el holocausto? O, como dice el escritor alemán Bernhard Schlink en su reciente novela El lector (Anagrama) tratando de explicarse el fenómeno: ``...teníamos la sensación de que la conmoción que había producido el mundo de los campos de exterminio no era compatible con la fantasía. La imaginación se limitaba a contemplar una y otra vez las pocas imágenes que le habían proporcionado las fotografías de los aliados y los relatos de los prisioneros, hasta que se convirtieron en tópicos fosilizados''. Nada está fosilizado en Shoa, al contrario, Lanzmann interroga con imparcial, escueto y eficaz sistema a los sobrevivientes de los ghettos o los campos de exterminio, a algunos oficiales nazis, a historiadores, a antiguos miembros de la resistencia polaca, a los habitantes de las ciudades o pueblos donde la presencia judía era fundamental. Es singular la eficacia con que se lleva el diálogo, el montaje de las secuencias, la sucesión de los temas, la reiteración de ciertas imágenes, por ejemplo el continuo transcurrir de los ferrocarriles que algunas vez fueron transportes de contingentes humanos, los restos ruinosos de los campos y los hornos, el paisaje nevado o reverdecido, unas cuantas reproducciones de las maquetas que en el museo de Auschwitz reproducen los rituales con que se procedía al exterminio.
La frialdad con que se perfeccionaron los planes y los procedimientos que permitieron realizar el proyecto intitulado eufemísticamente ``la solución final'', es decir el casi total exterminio de los judíos europeos, se duplica en el interrogatorio, donde lo ``fosilizado'', para utilizar el término de Schlink, se reactiva y se convierte en algo vivo, casi imposible de tolerar y por tanto de olvidar, como en algunas secuencias particularmente impresionante: la del peluquero judío polaco que cortaba el pelo de las mujeres que iban ser gaseadas y que al tiempo que ejecuta un corte narra en inglés defectuoso y con voz y mano firmes sus actividades en el campo y que al tocar de repente un pasaje penosísimo se quiebra. O la del antiguo miembro de la resistencia polaca que visitó el ghetto de Varsovia y que accede a relatar su experiencia, nunca antes verbalizada y que al evocarla con palabras recrea su insoportable e increíble dimensión.