Julio Moguel
Llueve sobre mojado
En Chiapas, después de la sequía y de los incendios, llegaron las lluvias torrenciales. La cuarta parte de la precipitación pluvial de todo un año barrió en unas cuantas horas con casas, puentes, siembras, vidas y sueños. Nada que no pudiera preverse ni, dentro de determinados márgenes, controlarse o reducirse en costos. En el México de ahora la calamidad natural no viene sola, ni exenta de pecado: el desastre natural en tierra de indios es, hoy por hoy, la extensión de la guerra racial por otros medios.
Así debe leerse la profundidad de la catástrofe en el estado de Chiapas. Una entidad acosada por las armas verde olivo y los grupos paramilitares, arrinconada por el hambre y el asesinato político, por la corrupción alborista y la manipulación extrema de los instrumentos de política pública, no puede reaccionar a tiempo y forma desde sus fuerzas vivas para enfrentar los males que vienen de natura.
¿Que la calamidad natural ha sido de tal magnitud y fuerza como para culpar tan sólo al cielo y a la ``mala racha'' reciente de las comunidades de Chiapas? Falso. Nada que no pudiera preverse o, decíamos, reducirse significativamente en sus altísimos costos. Mucho menos cuando una parte mayor del desastre proviene de la improvisación, y de la corrupción y manipulación de los instrumentos estatales y federales de política pública. En la entidad sureña llueve hoy sobre mojado.
``La gran magnitud de la tragedia provocada por las abundantes lluvias en el sureste -dice el último comunicado del EZLN (La Jornada, 15 de septiembre)- no se debe sólo al clima meteorológico. La incapacidad del gobierno de Chiapas para hacer frente a desastres naturales, y la corrupción de quienes detentan el poder en este estado, han multiplicado los efectos destructores del agua. Construcciones de mala calidad (pero cobradas como si fueran buenas), falta de un plan de contingencia, indiferencia ante los reclamos ciudadanos que pedían ayuda cuando las lluvias comenzaban, y una clase política más preocupada por su imagen publicitaria que por gobernar, son responsabilidad de quien dice estar a la cabeza del Ejecutivo en Chiapas y de quienes, desde el centro, lo impusieron''.
En el Chiapas de ahora, repetimos, el desastre natural es la continuación de la guerra racial por otros medios. Por ello es que el Ejecutivo estatal se frota las manos para acopiar cuantiosas ganancias de la cooperación humanitaria, mientras el Ejecutivo federal centra su esfuerzo en evitar el ``uso político de la ayuda''. ¿Por qué no, en lugar de ello, llama el presidente Zedillo al conjunto de las fuerzas sociales y políticas del país para tender todas las manos posibles hacia Chiapas? ¿Por qué no, en lugar de ello, elimina todo obstáculo a la cooperación internacional y permite de esta manera que fluyan hacia la entidad sureña multiplicados recursos solidarios?
Como en el terremoto del 85 en la ciudad de México, el desastre que hoy vive el estado de Chiapas debe abrir un proceso de participación social que permita la reconstrucción de la entidad desde abajo. Otras lluvias fertilizarán sus tierras.