Y a propósito de la independencia, ¿qué se supone que festejamos ayer? ¿La independencia o que la perdimos?
Bromas aparte, ¿por qué puede perderse la independencia de un país, es decir, su soberanía como nación? Las tres únicas condiciones o vías para que se pierda la independencia son: que un pueblo quiera perderla (mediante un plebiscito, digamos) o que un gobierno la enajene a nombre no de un pueblo, sino de lo que según el gobernante conviene a ese pueblo o, en tercer lugar, por invasión de una potencia extranjera y la consiguiente sumisión (forzada) del pueblo conquistado.
La segunda vía para perder la independencia como nación, es decir, la que se da mediante un gobierno, es la más difícil de entender, porque tiene varias formas y éstas a veces son muy complejas como para presentarlas (o explicarlas) con un esquema simple y comprensible (o demostrable). La tercera vía para perder la independencia tiene también modalidades, aunque éstas sean más comprensibles que las de la segunda pista mencionada. La segunda y la tercera vías suelen relacionarse en los hechos, particularmente cuando un gobierno acepta --obviamente sin consultar con el pueblo-- la relación de dependencia y de sujeción a los dictados de una potencia extranjera o de quienes dominan o han impuesto la globalización de nuestros días. (Para forzar a un pueblo a la sumisión se requiere invariablemente un poder que lo someta; este poder puede ser un gobierno propio, con vocación dependiente, o un gobierno impuesto desde el exterior por los conquistadores.)
Pablo González Casanova, en un artículo que no debe soslayarse por su enorme importancia (``Los indios de México hacia el nuevo milenio'', La Jornada, 9/9/98), señalaba que ``tenemos que pensar que la globalización es un proceso de dominación y apropiación del mundo''. A este proceso le he llamado, en otros escritos, ``nuevo imperialismo'', pero el nombre puede ser lo de menos porque lo importante es, regresando a Pablo, que ``la globalización está piloteada por un complejo empresarial-financiero-tecnocientífico-político y militar'' en el que algunas de sus partes son empresas o instituciones estatales también complejas. Para mí las grandes corporaciones empresariales que dominan la economía mundial existen porque un grupo de países, con sus ejércitos y con su poderío científico, técnico e ideológico, las defienden y al defenderlas defienden también su lugar como potencias dominantes. El grupo de los siete (el G-7) es el ejemplo, y las condiciones que buscan para su propio crecimiento (véase La Jornada, 15/9/98) serían una demostración de lo que estoy afirmando. El capital no tiene patria, salvo cuando le conviene y las grandes empresas que dominan la economía mundial tienen su sede principalmente en los países del G-7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Canadá e Italia), y cuentan con el poder de estos países para dominar al mundo. En otros términos, la globalización actual (porque ha habido otras) ha sido impuesta por los países más poderosos de la Tierra, bajo las nuevas formas de acumulación de capital.
Lo que interesa a los dueños de la economía mundial y a los Estados que los protegen no es la desaparición de los Estados-nación, sino la desaparición de sus independencias, de las independencias de los otros, no de las de ellos. En otras palabras al nuevo imperialismo le interesa la existencia de fronteras, fronteras rígidas para evitar en un sentido la libre circulación de personas entre países desiguales, flexibles para los intereses económicos de las grandes potencias. Lo que quieren los grandes capitales, y para esto necesitan gobiernos sumisos, es que éstos actúen como autoridades municipales, esto es para proveer, a los más bajos costos, la infraestructura y los bienes públicos que los empresarios necesitan. En el mundo de hoy lo que interesa al capital es que los Estados controlen cada vez menos, que pierdan soberanía e independencia para decidir la actividad económica o el empleo en sus propios territorios, salvo en los países que dominan el mundo. Un gobierno, entonces, puede decidir si se apoya en un pueblo que no quiere perder su independencia o si a nombre de este pueblo y de lo que supuestamente le conviene cede independencia para ajustarse a los requerimientos del gran capital. Esquemáticamente planteada, ésta parece ser la disyuntiva. Habrá que seguir pensando.