La verdad oficial sobre el movimiento estudiantil de 1968 no ha cambiado en 30 años. Ningún presidente rectificó los argumentos esgrimidos por Díaz Ordaz como justificación de los hechos sangrientos del 2 de octubre. Hubo minutos de silencio, gestos de arrepentimiento, eso sí, pero nada ni nadie cambió la verdad oficial. La declaración del secretario de la Defensa en 1993, en el sentido de que tanto los estudiantes como los soldados fueron agredidos el 2 de octubre (contradiciendo así la verdad oficial) no tuvo secuelas políticas ni judiciales.
La acción legal encubrió las mentiras oficiales. Ningún tribunal competente puso en entredicho la naturaleza de los monstruosos procesos a que fueron sometidos estudiantes y maestros en 1968. El Poder Judicial guardó silencio ante las aberraciones cometidas. En 30 años, salvo muy honrosas excepciones, el Poder Legislativo asumió como cierta la verdad oficial sin revisarla. Se impuso la más rampante impunidad. No fueron castigados quienes violaron la integridad de las personas retenidas ilegalmente, cuyos testimonios son ya del dominio público. Nadie, salvo los presos políticos del 68, fue juzgado por los crímenes cometidos. No había quien velara por los derechos humanos. Ninguno de los altos funcionarios comprometidos en los hechos --secretarios de Estado, jefes policiacos o militares-- tuvo que comparecer jamás ante los jueces. Los archivos oficiales todavía siguen cerrados, esperando que el tiempo exonere a los culpables o, simplemente, que todo se olvide o que a nadie le importe. El país, a pesar de Díaz Ordaz y sucesores, cambió, pero la verdad oficial permaneció incólume. Toda alusión al 68 en los libros de texto de historia fue prohibida. La memoria fue cercenada. El movimiento estudiantil de 1968 todavía no es un hecho histórico digno de un examen sereno y crítico sino una herida que no cierra.
La verdad oficial es un nudo de mentiras, silencios, omisiones y complicidades, junto con algunas vulgaridades. Véase, a título de ilustración, la ``verdad oficial'' establecida hace ya varios años por el señor general de Brigada, Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial bajo Díaz Ordaz y leal boca de ganso del finado presidente.
``Desde el principio del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, la izquierda radical que mucho se había soliviantado en el régimen anterior recibió órdenes precisas del comunismo internacional de aprovechar los preparativos de la Olimpiada para desarrollar en México la parte que, en la Revolución Mundial le estaba asignada.''
``Gustavo Díaz Ordaz no tuvo más opción que emplear la fuerza para contener la violencia en que nos querían envolver. Cuando falta autoridad hacen acto de presencia la anarquía o la dictadura. Gustavo Díaz Ordaz, en su informe del 1o. de septiembre de 1968 había dicho al pueblo de México: ``Ante la alternativa de escoger entre las estructuras mismas de México y las conveniencias personales, la decisión está tomada: defenderé los principios y arrostraré las consecuencias''.
``Si la noche del 2 de octubre fue sangrienta se debió a la premeditada agresión de que fue objeto el Ejercito Mexicano por parte de los subversivos, cuya manifiesta intención era que ese día hubiera muertos, hecho que les daría una ``bandera'' para justificar sus actos y dar el golpe final. Lógicamente, la reacción del Ejército no se hizo esperar y tuvo que hacer uso de las armas para repeler la agresión'' (tomado de Excélsior, 15 de mayo de 1986).
Hoy estas afirmaciones parecen más que ridículas, increíbles: se caen por su propio peso. Sin embargo, a 30 años del movimiento estudiantil ésta sigue siendo la verdad oficial. ¿Puede un Estado democrático convivir con la mentira sin degradarse?
Es obvio que la sociedad mexicana requiere despejar esos y otros cuestionamientos para madurar cívicamente. Se trata de algo intangible pero real, más fuerte que el reparto del poder: la afirmación de la ética y la justicia en nuestra convivencia.