Convencido acaso de que los seres venimos a la vida a representar una maravillosa comedia o tragedia y que nos movemos como sombras en un mundo de sombras, Bill Clinton se tomó el partido de sumergirse de una vez en la ficción de las sombras eróticas y vivir francamente la vida de sus fantasías, sin quedarse a medio camino, como los ``normales''; fiscales representantes de la verdad, la lógica, la solemnidad, que consiguieron engañarlo, lo cual era relativamente fácil, pues Clinton tiene sombreado el entusiasmo voluptuoso a flor de piel.
Puesto que todo es igualmente fantástico y misterioso, Clinton se entregó sin reservas a las maquinaciones de su caprichosa mente forjadora de peripecias políticas y sexuales, sin fin y sin que nadie, ni el mismo, sabe a dónde van. Se le olvidó y fue ciego de que, aparte de su mente, existen ya las mentes electrónicas dictatoriales que traspasan la realidad y todo lo observan, incluidas las células más oscuras.
La intimidad, su intimidad, fue violada con sadismo y usada políticamente, algo con lo que no contaba. El hombre más poderoso y maquiavélico del mundo, ridiculizado, como el más ingenuo de los mortales, al mismo tiempo. ¿Confundir la fantasía y el juego sexual con la realidad política del mundo? Tomar por verdaderas las formas de ficción, emocionarse con los juegos sexuales infantiles como si fueran parte del poder.
Clinton tendría derecho a pedir que el sabio más cuerdo del mundo le marcase la línea divisoria que separa la realidad de la fantasía. Que alguien supiera decirle dónde empezaba la intimidad --si es que aún existe-- y acababa la política ¿O es que los presidentes sometidos a una invasión de estímulos brutales suceptibles de desintegrar la mente y hacerla cesar en sus funciones de síntesis y de anular el aparato protector de estímulos desprovistos de su intimidad pueden responder de manera diferente al resto de los demás mortales, sin volverse caóticos, infantiles desconectados de la realidad?
Pareciera que ante la invasión de su intimidad, por las telepantallas --incluida hasta la de su genética-- el equilibrio del presidente ante lo interno se abatió y aparecieron modos de expresión y comunicación que no concidían con el Clinton de antes del sexogate. Su comunicación se tornó desorganizada, casi privada de sintaxis, se desvanecieron las formas adverbiales preposicionales y conjunciones; las imágenes y conceptos se le superponían y se fusionaban y al perderse en la ``regresión psíquica'' se mostraba, se exhibe caótico y desordenado, ``mentiroso'' y ``perjurioso''. Sin saber ya dónde comenzaba lo ilusorio y acababa lo real y creer que sus sueños eran realidad; lo verdadero y lo ilusorio se le confundió --se lo confundieron-- hasta formar una misma cosa y lo sacaron de madre en un profesional lavado de cerebro.
Los del otro partido, los que lo confundieron, escépticos se burlan de Clinton levantado en vuelo sobre el nivel de la lógica. Starr --el sistema-- usó todas sus mañas telelectrónicas y más para llegar al ``secreto presidencial''. Está en el ``secreto'', ¿y qué es lo que sabe? ¿Comprende la última verdad, consigue averiguar qué es lo real y lo ilusorio, lo mentiroso y lo verdadero? ¿En dónde el poder, la omnipotencía rematan en el ridículo, la castración? Lo que --of course-- incluirá al fiscal. ¿Dónde quedo la democracia?
¿Y no seremos sombras movidas por hilos electrónicos sin saber para qué, incluidos Clinton, Hillary, Lewinsky, Starr y todos los demás? ¿Y de dónde arrancan esas sombras televisivas que nos mueven bien uniformaditos, obedientes y sumisos igual a generales que tropas?
De cualquier modo y a pesar de que le cueste la presidencia del poderoso país -¿del mundo?-, Clinton se dio el gusto de presenciar su vida, como se quisiera que fuera la vida. Una ``obra de teatro'' consoladora que hace que el hombre pueda huir en algunas ocasiones de la tiránica realidad, lo mismo el poderoso que el más infeliz, cueste lo que cueste.