Horacio Labastida
Insurgencia y presidencialismo

No siempre los mitos han sido mitos, aseguraba a sus oyentes un antiquísimo sabio; algunos existieron y entonces predominó el amor sobre el odio, pero estos pocos pronto fueron robados por los enemigos de la felicidad, explicaba aquel sabio; y viene hoy esta conseja en días patrios, porque los mexicanos gozamos de una Edad de Oro cuando Hidalgo y Morelos la imaginaron y entregaron a los mexicanos.

¿Cuáles son las características de esa nuestra Edad de Oro que comenzó el Cura de Dolores y perfeccionó Morelos al hacer leer al Congreso de Anáhuac Los Sentimientos de la Nación? Hidalgo izó por vez primera la bandera libertaria que desde entonces seguimos los mexicanos; el Héroe la paseó por el país a fin de despejar cualquier duda sobre su grandeza y autenticidad, y al mismo tiempo que la enarbolara supo defenderla con los hombres que lo siguieron desde la proclama del Grito hasta su caída final. Lo cierto es que en puente Calderón no resultó abatida la enorme rebelión de los pueblos nacientes. Ayudado por Ignacio López Rayón, Hidalgo echó la semilla de un gobierno que diera plena significación política a la rebelión de entonces; se buscó mostrar que la gran protesta propiciaba la sustitución del absolutismo borbónico tricentenario, por un Estado de derecho emanado de la voluntad común. Así lo discutieron López Rayón e Hidalgo, y de esta manera original se anunció al mundo que la insurgencia era ante todo una insurgencia democrática, en la cual las autoridades mandarán obedeciendo, exhibiéndose por tanto las añejas raigambres de la filosofía política declarada por los zapatistas chiapanecos del EZLN.

Son cosas sabidas. Morelos, los Galeana y otros caudillos decidieron dar importantes pasos adelante. Los abominables juicios, el canónico y el civil, que precedieron el asesinato y mutilación del Caudillo, encendieron aún más la recta lucha por la libertad. Enterado de esa trágica muerte y de la instalación de la junta que en Zihuatanejo presidiera López Rayón, Morelos intensificó el diálogo con sus hombres cercanos y lejanos; afanosamente anotaba lo que le decían aquí y allá, así como reflexiones propias y ajenas, pues como distinguido discípulo de filosofía en el Seminario de Valladolid y con el título de bachiller por la Universidad Pontificia, percibió claramente la antinomia entre dogmatismo político y república ciudadana. No le eran ajenas las ideas que difundiera Payne en su Sentido común ni las ilustradas que pusieran en juego Jefferson, Los Derechos del hombre y del ciudadano y el Manifiesto de los iguales, ni las que debatieron las Cortes de Cádiz. Mucho hablaba Morelos con los suyos, mucho leía la pequeña biblioteca que lo acompañó en todo momento, y mucho despejó en su propia conciencia al escribir uno a uno los puntos de los Sentimientos de la Nación, en cuyo texto dejó constancia de las convicciones y esperanzas de los mexicanos, trasmitidas al Congreso para que los diputados organizaran a la nación dentro de un Estado capaz de guiarlos conforme a las demandas de los pueblos. En brevísimo trienio la utopía insurgente desveló nuestra primigenia Edad de Oro. Se intentó crear las condiciones que hicieran posible una república popular, soberana con soberanía nacida de los hombres, respetuosa de los derechos humanos, con presidencia rotatoria para evitar el tumor canceroso, y asentada en la justicia social con objeto de realizar la libertad y purgar la opresión.

Los hechos nos arrebatarían el sueño de la rebelión. Apresuradamente cayeron sobre nosotros las tinieblas cada vez más negras del presidencialismo militarista que inauguró Santa Anna y del presidencialismo civilista que arrancó en 1947 y aún no concluye. Sus aportaciones son la negación de la postulación insurgente: gobernantes de facto, liquidación del Estado de derecho, manipulaciones de la soberanía con el extranjero, burla de los derechos del hombre, uso indiscriminado de las fuerzas policiales y castrenses para reprimir a los pueblos y un compromiso en blanco de acatar al poder económico de las élites e ignorar los intereses nacionales.

Al igual que en los años insurgentes, el amor por la libertad es hoy tan vivo como antes, en manos de un pueblo que ha decidido recobrar para la Patria la Edad de Oro que nos fuera robada hace más de 180 años.