Damnificados reciben trato de culpables, más que de víctimas
tera que hubo, rebota en un recodo contra la caja de un tráiler llevado como pluma por el torrente y ahora hundido entre rocas y agua, y su arrastre no descansa.
Los campesinos también bajan de las montañas, con bultos pequeños y ojos de espanto, y esperan con inquietante paciencia el paso de algún transporte. A su vez, los vehículos de carga y pasaje esperan que los trascavos vayan abriendo paso en las montañas, por encima del cauce engrandecido del río Tolimán. Pese a que llevan mucha agua todavía, los lechos de los ríos parecen vacíos, y es que la semana pasada se hicieron tan anchos, que sólo pudo llenarlos el diluvio de los días 7, 8 y 9 de septiembre y ahora sobran. Son el erial húmedo de kilómetros y más kilómetros de desastre.
Los campesinos de San José Concepción, Miguel Alemán y decenas de comunidades más ``de donde vino toda esta agua'', como dice un hombre del pueblo Campeche, a la vista del río Tolimán, caminan como en trance llevando sus costales y sus noticias. Algunos pueblos de la montaña quedaron sepultados, nadie sabe cuánta gente murió debajo de la tierra. No quedaron a salvo ningún plantío de café, ni una sola parcela. Los corrales con pollos, cerdos y totoles sencillamente desaparecieron; lo mismo caballos, perros y mulas.
¿Cómo describir la destrucción de los pueblos y del paisaje? Las arboledas cañada abajo, enterradas, apenas asoman por sus copas. En grandes tramos, los ríos no corren por cauces sino de plomo, caen verticalmente, en cascada. Los cerros están, literalmente, rotos, y todo lo que se rompió vino a vaciarse a las tierras bajas.
En Tolimán, 30 casas, de un centenar, quedaron destruídas o desaparecieron. Por Salanueva y Campeche se ven carros destrozados, trozos de puente, techos. Grandes árboles con las raíces arriba, deben contarse por miles, obstruyen las cañadas y siembran su imagen de muerte en los grandes lechos.
Sigue lloviendo. Y las montañas parecen desmoronarse con el aspecto de heridas aún sangrantes. La Sierra Madre, compuesta por las montañas más altas y escarpadas de Chiapas, muestra la trayectoria de las avalanchas de lodo, larguísimos tramos de ladera desnuda, como si una zarpa gigantesca los hubiera desgarrado de arriba para abajo.
El penetrante olor a lodo se sobrepone a la hediondez de la muerte animal. Para este enviado es un olor nuevo, hasta ahora desconocido. Acre, abrumador, capaz de pegarse a la ropa. En algunos tramos, la tierra que cubre los pueblos y caminos es negra, o sea humus, tierra buena, de la que nunca se ve en la superficie. Así huelen por dentro las montañas. Seguramente nunca se conocerá el número de casas, siembras y vidas perdidas. Para decenas de campesinos reunidos entre las ruinas de Tolimán, procedentes de los pueblos, ya ocurrió el diluvio. Apenas aprenden lo que significa haber sobrevivido.
El entorno de montañas luce vulnerado, vulnerable y amenazante, como si todavía no acabaran de derrumbarse. La gente nuestra una rara alegría, resignada y espesa, por así decirlo.
``Eran dos arroyitos, se les vino el monte encima y lo llevaron todo'', dice, sonriente, una joven mujer sentada sobre el cascarón vacío y sin techo de la que fue su casa, señalando las ruinas y los charcos que la rodean. Y agrega, aliviada: ``Aquí hubo dos muertos nomás, un niño y una viejita''.
Los límites de lo militar
Soldados y civiles manejan la maquinaria con que retiran los troncos y la tierra, y trabajan aceleradamente para restablecer el paso hacia Huixtla. Como por tramos no hay ni rastros de carretera, abren brecha excavando las laderas, de manera provisional y con evidente cuidado.
No deja de llamar la atención que para más de 30 municipios dañados, el Ejército nacional haya movilizado 8 mil 300 efectivos, sin bajar un ápice la presión que ejerce sobre otra treintena de municipios, en la ``zona de conflicto'', donde mantiene alrededor de 60 mil efectivos y de momento no pasa nada.
Pero no sólo por esta desigualdad númerica es que el Ejército no consigue darse abasto. También su maquinaria tiene limitaciones. Se trata de un ejército pertrechado para la guerra, no para apoyar a la población en los desastres. Lo que abundan son Hummers, tanquetas y armas; no esos tanques sin artillería que sirven para tender puentes y que se emplean en otras partes del mundo. Y apenas ayer lograron llegar a la sierra los trascavos militares, procedentes de sitios remotos de la geografía nacional.
La gente de los municipios de Motozintla y El Porvenir se queja del trato autoritario que reciben. Como si la tropa estuviera acostumbrada a tratar con culpables, no con víctimas.
Las despensas no alcanzan. La necesidad aquí es un barril sin fondo. Nada más el agua, abundante como es, no sirve. Está envenenada.
``Ahora nos espera una epidemia'', había dicho Judith kilómetros antes, en la ciudad de Motozintla, en su segundo encuentro en pocos días con este reportero.
Las dificultades para el acceso, en el corazón de la sierra, hacen que campesinos y soldados aprovechen para trasladarse, de tramo en tramo, vehículos del Instituto Nacional Indigenista y de las distintas agencias municipales.
Los carros particulares en condiciones de funcionar no sirven para transitar por los lodazales y los caminos agrietados.
La mayor parte de las personas se desplaza a pie, buscando salir de las montañas en dirección a las cabeceras de Huixtla y Motozintla. Hasta ahora hay paso entre El Jocote y Belisario Domínguez. Es posible que pronto se restablezca el paso hasta Huixtla, en el extremo costero de la sierra.
Cifras provisionales
Las cifras oficiales de muertos por las lluvias, hasta hoy, llegan aproximadamente a 500. De ellos, más de 200 corresponden sólo a Motozintla, y eso que se está lejos de conocer el número real de víctimas en los ejidos, ranchos y pueblos de la sierra.
Ernesto San Martín de la Cruz, gerente de la Unión de Ejidos Otilio Montaño (cuya bodega Emiliano Zapata se encuentra en poder de los militares, acampados en sus terrenos), informó ayer que, nada más en cinco comunidades, de las 28 que tiene la unión, se han contabilizado 48 decesos.
Estas comunidades son: Hoja Blanca, Maravillas, Tolimán, Estrella Roja y San José Ixtepec.
En Maravillas, el torrente arrastró una familia de 12 miembros, y en San José, una de ocho.
San Martín de la Cruz consideró que hasta el próximo martes 22 habrá una cifra confiable, cuando la Unión de Ejidos Otilio Montaño termine de censar a todos sus miembros.
Otra organización, que agrupa a los caficultores independientes de la región, Ismam, informó, que hasta ahora aproximadamente 60 de sus miembros han perdido la vida.
Las cuentas son confusas. El ayuntamiento priísta de Motozintla asegura haber recibido la notificación de 82 personas desaparecidas. De muchas comunidades y cantones no se tiene aún noticia alguna. El río Tolimán, más adelante conocido como río Negro, recipiente mayor de estas montañas, no ha terminado de liberar los cadáveres de sus víctimas.