Ventanas Ť Eduardo Galeano
El tambor
Como los cuentos, como los sueños, el tambor suena en la noche.
Peligroso como la noche, el tambor ha sido siempre digno de sospecha, y muchas veces ha sido culpable.
En las plantaciones de las Américas, las sublevaciones de los esclavos se incubaban al golpe del látigo, pero al golpe del tambor estallaban. Esos truenos eran la contraseña que desataba las revueltas.
En las islas inglesas del Caribe, merecía pena de cárcel o azote quien sonara tambores. Instrumentos de Satán, al modo africano. Cuando los franceses quemaron vivo al rebelde Mackandal, que alborotaba a los negros de Haití, fueron los tambores los que anunciaron que él se había fugado, convertido en mosquito, desde la hoguera.
Los amos no entendían el lenguaje de los toques. Pero ellos bien sabían que esos sones brujos son capaces de llamar a los dioses prohibidos o al Diablo en persona, que al ritmo del tambor baila con cascabeles en los tobillos.