Cumple Arreola 80 años, ``el mejor de los escritores'', según Rulfo
``Darme a los demás, ser sincero, enseñar y formar a los que se acercan a mí de buena fe, sin esperar nada a cambio. Eso es lo que soy, lo que fui. El unicornio que buscaba todos los días a su dama en un claro del bosque para verse en su espejo y convertirse en tiempo de la memoria, en ese tiempo en el que ahora escribo mi vida.''
Juan José Arreola César Güemes Ť Juan Rulfo, su hermano de letras, lo definió, sencillamente, como ``el más benigno de los amigos, el mejor de los escritores'', según consta en la amplia y colorida entrevista en un acto que le hiciera Vicente Leñero para conformar su obra ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?
Ambos títulos, casi nobiliarios en los días que corren, los de amigo y escritor, se los había ganado el maestro de Zapotlán el Grande por razones diversas. El de amigo, de hombres y mujeres, letras y libros, lo fue labrando como editor y maestro. Entre 1950 y 1959, realiza los cuadernos de Los presentes y medio centenar de libros también con el nombre de esta colección. Poco antes, en el 56, organiza el ciclo Poesía en voz alta. Y del 64 al 67 dirige Mester, en donde promueve obra de escritores ya con cierta trayectoria o francamente jóvenes.
Luego se dedica a ser, a través de la televisión, escritor oral. De los muy diversos foros en los que Arreola se ha presentado, en 1973 Jorge Arturo Ojeda conformó el volumen La palabra educación. Dos años después aparece Y ahora, la mujer, con el mismo tenor. En el 76 se publica Inventario, recopilación de artículos que publicara en El Sol de México.
El oficio de escritor, digamos que en letras de imprenta, lo adquirió con base en cinco títulos. Veamos.
Varia invención (1949), abre con ``Hizo el bien mientras vivió'': ``Agosto 1¼. He volcado un frasco de goma sobre el escritorio hoy por la tarde, poco antes de cerrar la oficina, cuando Pedro ya se había ido. Me he visto atareado para dejar todo limpio y reformar cuatro cartas que ya estaban firmadas. También tuve que cambiar la carpeta a un expediente''.
Confabulario (1952), se encuentra antecedido en su versión definitiva del texto ``Memoria y olvido'' que inicia con esta declaración geográfica: ``Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán''. El ensayo, pensado para la reunión de los trabajos completos de Arreola, dice al cierre: ``¿Y a quién finalmente le importa si a partir del quinto volumen de estas obras completas o no, todo va a llamarse confabulario total o memoria y olvido? Sólo me gustaría apuntar que confabularios o no, el autor y sus lectores probables sean la misma cosa. Suma y resta entre recuerdos y olvidos, multiplicados por cada uno''.
Bestiario (1959), dice en su prólogo: ``Ama al prójimo desmerecido y chancletas. Ama al prójimo maloliente, vestido de miseria y jaspeado de mugre. Saluda con todo tu corazón al esperpento de butifarra que a nombre de la humanidad te entrega su credencial de gelatina, la mano de pescado muerto, mientras te confronta su mirada de perro. Ama al prójimo porcino y gallináceo, que trota gozoso a los crasos paraísos de la posesión animal. Y ama a la prójima que de pronto se transforma a tu lado, y con piyama de vaca se pone a rumiar interminablemente los bolos pastosos de la rutina doméstica''.
La feria (1963), su única novela, misma que le valiera el Premio Xavier Villaurrutia, tiene este comienzo: ``Somos más o menos treinta mil. Unos dicen que más, otros que menos. Somos treinta mil desde siempre. Desde que Fray Juan de Padilla vino a enseñarnos el catecismo, cuando Don Alonso de Avalos dejó temblando estas tierras. Fray Juan era buena gente y andaba de aquí para allá vestido de franciscano, con la ropa hecha garras, levantando cruces y capillitas. Vio que nos gustaba mucho danzar y cantar, y mandó traer a Juan Montes para que nos enseñara la
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música. Nos quiso mucho a nosotros los de Tlayolan. Pero le fue mal y dizque lo matamos. Dicen que aquí, dicen que allá. Si fue en Tuxpan, lo hicieron cuachala. Si fue aquí, nos lo comimos en pozole. Mentiras. Lo mataron en Cíbola a flechazos. Sea por Dios''.
Y Palindroma (1971), que comienza con ``Tres días y un cenicero'', luego de un epígrafe de Papini, se despliega de esta forma: ``Marzo 5. Estoy loco ¿o voy a volverme loco? No pregunten. Lo mismo da. Ella está tirada en el suelo, debajo de la cama. Primero la puse junto a mi lado izquierdo, cerca del corazón. Pero no soy tan zurdo. Luego quise subirla, pero pesaba mucho y mojaría el colchón. Empapada hasta los huesos si los tuviera. Me llega su olor de pantano y me acuerdo...''
En el ya imprescindible título Lectura en voz alta, que seleccionara Arreola para la serie Sepan Cuántos (Porrúa), dice: ``...Lo único que importa es que todas las páginas aquí reunidas me enseñaron a amar la literatura y por eso la amo y las reúno. Las leí por primera vez entre los ocho y los doce años de edad. Sólo he agregado unas cuantas que leí después, joven o adulto, y que tienen el mismo valor y la misma enseñanza: me devolvieron el candor y la ingenuidad primeras. Esto es, me siguen enseñando a ser hombre y me enriquecen con los dones de una lengua que ha desarrollado mi espíritu: pez que circula en el agua del lenguaje materno''.
Si bien la obra de Juan José Arreola parece breve, no lo es, aunque él mismo así lo piense. En su momento, le dice a Emmanuel Carballo: ``Se me considera un escritor muy preocupado por la forma, escasamente productivo, y en realidad lo soy, y no me pesa. En la modestia de lo que hago hay siempre la ambición no solamente de destilar, sino de cristalizar cualidades, lo más extensas que me es dado aprender, de emoción y de pensamiento. Esa podría ser mi fórmula personal''.
Aunque, en estos 80 años de existencia, el secreto de la frescura y jovialidad podría ser otro, ése que se forma con sólo poner una detrás de otra las iniciales de su nombre, y que Pacino ha llevado a la pantalla con divertida y sonorísima expresión: JJA.