Juan Soto Ramírez

Alegorías de lo impreciso

El mundo real consiste de un número muy grande de ejemplos de sucesos y valores numéricos continuos. Por otra parte, la gente representa y procesa su conocimiento desde el punto de vista de conceptos abstractos derivados de la generalización de estos ejemplos y valores numéricos

Tomohiro, T. (1994)

``Context Sensitive Knowledge Processing Based on Conceptual Fuzzy Sets'' en Yager, R & Zadeh, L., Fuzzy Sets, Neural Networks, and Soft Computing

Una alegoría es aquello que, ante la falta de elementos, representa o simboliza otra cosa que no es. Se dice que una paloma es alegoría de la paz y se entiende que las palomas no son la paz, pero de alguna manera la representan y por ello nunca faltan en los eventos en los que la comunidad mundial también está representada. Las alegorías son como los centros de las donas, uno nunca los ve, pero sabe que estuvieron allí. La paz no se ve, pero las palomas sí. De ahí que la alegoría de cualquier cosa siempre sea imprecisa. Lo confuso, lo difuso y lo borroso pasan como alegorías de lo impreciso, en tanto que pueden simular las huellas de lo que entendemos por imprecisión.

Lo confuso es lo que difícilmente se distingue y, en consecuencia, parece oscuro y ambiguo y es capaz de despertar duda o incertidumbre o sospecha. Una situación confusa es aquella en la cual nadie puede entender qué pasa hasta que salen a la luz los elementos que la vuelven obvia, evidente, ordenada, etc. De ahí que para poder entender la trama de una película de suspenso o misterio uno tenga que esperar el final o el desenlace y darse cuenta de que todo siempre estuvo ante los ojos. En lo confuso, el sentido (o aquello que conecta los símbolos y los significados) se pierde o no es tan evidente, por lo que se requiere una mirada suspicaz que conecte aquello que parece desconectado.

A diferencia de lo confuso, lo difuso no es lo que se mezcla sino lo que se dilata, sea en significado o símbolo y, en consecuencia, rebasa los límites que inicialmente le pertenecían. Lo difuso hace que los objetos pierdan su forma original sin dejar de ser lo que son por completo. Por ello puede ser entendido como una propiedad de cualquier cosa susceptible de dilatarse, desde las pelotas hasta los amoríos sin concretar o las rupturas imposibles. En lo difuso, el sentido se dilata, se hincha como la madera de las puertas bajo los rayos de Sol, y aunque pierde su forma original no es sinónimo de expansión. Lo que se expande no siempre se dilata, pero lo contrario tiene que ocurrir por fuerza. Y a pesar de ello son dos cosas distintas. La expansión del poder implica el adelgazamiento de la razón: de ahí que la violencia sea una forma expandida de aquél y no de la segunda.

El hecho de nombrar una cosa es pretexto suficiente para convencer a los demás de su existencia; sin embargo, sería absurdo atreverse a afirmar que lo que no puede ser nombrado, experimentado, descrito, etc., no existe. Y parece ser que cuando las palabras se agotan, las metáforas son el mejor recurso para volver cognoscible una situación, hecho, fenómeno, proceso, acontecimiento, etc. De ahí que el espacio donde las palabras y las imágenes se mezclan, dilatan o las dos cosas a la vez, sea impreciso y en éste sólo puedan transitar objetos borrosos. Ejemplos de ello son los sentimientos que atraviesan por el estómago, las manos, el corazón, etc., pero que no tienen nombre y sólo pueden ser atrapados, en el mejor de los casos, por las metáforas (como el enamoramiento). Pero también lo son todas aquellas situaciones repletas de sensaciones de incertidumbre que no permiten nombrar las cosas que suceden. Un objeto borroso no tiene nombre, pero está allí. De igual manera, no se refiere a ninguna persona, sin embargo aparece en el lenguaje (algún, cada, nadie, nada, etc.).

Si aceptamos que la memoria es la huella del tiempo, la sonrisa de la alegría, el llanto de la tristeza, el recuerdo del olvido, la palabra del lenguaje, los sueños de las imágenes, etc., tenemos que aceptar que lo confuso, lo difuso y lo borroso son algunas huellas de la imprecisión, y a estas huellas, por comodidad, les podemos llamar: alegorías, sólo con el afán de incomodar a quien se haya despertado sin saber cómo se siente.

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