En Washington avanza y se profundiza el acoso legal contra el presidente Bill Clinton, en el marco del escándalo por sus encuentros sexuales con una becaria de la Casa Blanca. Hoy será difundido de manera pública el video de la declaración en la que el presidente admitió, el pasado 17 de agosto, ante un gran jurado, haber sostenido tales relaciones.
No deja de resultar paradójico que, en una sociedad obsesionada por impedir el acceso a los productos de su propia industria pornográfica por parte de los menores de edad, las principales cadenas de televisión se dispongan a transmitir, durante varias horas, el interrogatorio del fiscal Kenneth Starr a Clinton sobre los detalles de sus encuentros con Monica Lewinsky. Este hecho, así como el escarnio público de la intimidad del mandatario, en manifiesta contravención de los derechos individuales, constituyen una de las más deplorables expresiones de la doble moral imperante en el país vecino.
Una componente fundamental de este episodio vergonzoso es, sin duda, la moral puritana e inquisitorial que domina las mentes de una buena parte de los integrantes de la clase política estadunidense, pero ello no basta para explicar las dimensiones y las implicaciones que ha llegado a alcanzar el empeño de Kenneth Starr por hundir a Clinton.
Pero sería superficial suponer que el caso Clinton-Lewinsky es un mero desarrollo judicial de una serie de imputaciones por perjurio y obstrucción de la justicia contra un presidente que, en su momento, no fue capaz de rehusarse a testimoniar sobre asuntos de su vida privada y que, en cambio, dio elementos al fiscal para que éste ahondara y complementara sus acusaciones.
Adicionalmente, debe verse el trasfondo político de este conflicto, como lo señaló el escritor mexicano Carlos Fuentes, en una entrevista cuya primera entrega se publica hoy en estas páginas: montada en el escándalo y en la descalificación de Clinton, la ultraderecha estadunidense ha pasado a la ofensiva, y se dispone a desarticular, aprovechando la circunstancia, las reformas sociales emprendidas por el actual gobierno demócrata.
Independientemente de si los círculos más conservadores del país vecino conspiraron para colocar al actual ocupante de la Casa Blanca en una situación vulnerable -es decir, si la presencia de Monica Lewinsky en el despacho presidencial fue una trampa tendida al mandatario-, o si simplemente capitalizan el episodio, el hecho es que, en la arena política, las tribulaciones de Clinton los colocan en su mejor posición en muchos años para intentar una recuperación de vastas cuotas de poder público.