Arturo Cruz Bárcenas Ť La Edad Media llegó al siglo XXI. Ni Toynbee ni Pirenne, ni los historiadores ni filósofos hubieran podido imaginar que las Batallas medievales se dieran cita en el Lienzo Charro de avenida Constituyentes, donde seis caballeros rompieron lanzas para defender el poder de los reyes de España.
Las gradas divididas en colores eran recipiendarias del público que cual arena del medioevo representaban a los seis caballeros que lucharon y que se fueron eliminando hasta que uno de ellos luchó contra el temible caballero negro que amenazaba con derrocar al rey.
Batallas medievales es un espectáculo que la empresa Rac trajo a México para divertirnos; a través de él sabemos que dicho periodo no fue oscuro, como en forma errónea se ha creído. Sí fue una etapa donde el pensamiento se rigió por la estructura, la sistematicidad. Así lo muestran los textos y la forma de exposición de Nicolás de Cusa, Agustín, Tomás de Aquino, etcétera. Rigor, no oscuridad.
Sí fue una etapa de fuerte reflexión, de lógica clásica; y de mucha literatura. De esta fuerza de la imaginación surgieron las historias de caballería que dejaría atrás la pluma de Miguel de Cervantes Saavedra. Y que duraría hasta el Renacimiento.
Batallas medievales es un juego, y debería llamarse juegos caballerescos, o algo así; no tanto batallas. La gente se presta a lo lúdico, a creerse que el color de los caballeros los representan. Y los gritos de ¡jip-jip! son coreados hasta la hilaridad. Los niños, los eternos seres de potencia imaginativa, colaboran en esa interactividad, donde los reyes invitan a cenar mientras los caballeros en corceles adiestrados ensartan argollas, pero luego tienen que morir, por el adagio negro de un adivino. El presagio obligará a los guerreros a morir, hasta que el caballero rojo y amarillo enfrentará al negro, representación de los mundos del averno, quien busca vengarse del español y arrebatarle el poder, el trono que alguna vez éste quitó a su padre.
Mientras la lucha va in crecendo, el público jamba ricas viandas. Sirven una sopita de verduras acompañada de un pan de trigo. Luego de unos momentos de atontamiento, pues el respetable no sabe que en la Edad Media aún no se usaban cubiertos en algunos países de Europa --en Francia comenzó la costumbre, se comentó-- se acaba el verde y calientito alimento; no habrá vino, sino refresco burbujeante de cola; seguirá una rica costilla BBQ y pollo rostizado, con guarnición de papa al horno, que deberán ser devoradas a mano limpia.
Ya casi para acabar tan grasiento sustento --a Dios gracias (el detallazo: se reparten toallitas húmedas para quitarse el olor a pollo que se impregnó en las manos)--, los caballeros se han matado entre sí. Vida y muerte, ni modo. Así es desde el mito de Diotima del diálogo platónico El banquete, donde Marduk y Tiamac luchan para mantener la tensión equivalente al yin-yan.
Los ¡hip-hip!, ya sumamente amenizados con un whisquito, se repiten cada vez más y el odio jarocho hacia los caballeros multicolores se manifestará en gritos, inclusive, de ¡maricón!, ¡chillón!, ¡cobarde!, etcétera, cual clásico América-Guadalajara. Ya cuando nos sirven el postre --galleta con centro de azúcar glass y rica mermelada de fresa-- el bien triunfa sobre el mal. El valiente caballero rojo y amarillo venció ya al negro enemigo, derrotó también al negro oráculo y escogió a una bella niña para erigirla en reina por una noche.
Saciada nuestra hambre, gula y templanza, partimos del Lienzo Charro convencidos los hombres de que seguiremos el camino de los caballeros y las mujeres el de las damas.