La Ley de Herodes

Fernando Figueroa Ť Quienes viven el aquí y el ahora ya sabrán que Vicente Fernández y Lucía Méndez -dos artistas populares a quienes separa un abismo de calidad-- han brincado durante los últimos días entre las secciones de nota roja y espectáculos. El 10 de septiembre, Lucía Méndez recibió en su casa de Tecamachalco la visita de unos ladrones que la amordazaron y ataron de pies y manos para despojarla de objetos de valor, especialmente joyas, según declaró al noticiero Hechos. Al día siguiente, don Vicente recuperó a su hijo homónimo, luego de un secuestro que tuvo una duración de 121 días y que se resolvió gracias al pago de 3.2 millones de dólares. QUIENES SE DEDICAN a buscar o inventar noticias exclusivas del mundo del espectáculo, ya llegaron a la brillante conclusión de que el asunto de la Méndez podría ser un ardid publicitario porque, según ellos, ninguna agencia del Ministerio Público ha recibido la denuncia respectiva (¿quién va a tener ganas de introducirse en el laberinto judicial luego de una experiencia semejante?). Especular en ese sentido implica hacer leña del árbol caído; es decir, agregar una infamia más contra alguien que aparentemente padeció un suplicio en el que los segundos son horas y los minutos, días. Lucía Méndez -en otros tiempos consentida de Azcárraga Milmo-- está a punto de iniciar grabaciones de la telenovela Tres veces Sofía, para Televisión Azteca. EN EL CASO de Vicente Fernández Abarca se sabe que el dinero de su rescate se lanzó empaquetado desde una avioneta, en un sitio cercano a Ciudad Guzmán, Jalisco. Inicialmente se dijo que al secuestrado le habían mutilado dos dedos; sin embargo, un reportero radiofónico afirma haber visto intacto al primogénito de Chente. ALGUNA VEZ, EL Charro de Huentitán nos contó que su hijo Vicente nació a los seis meses y medio de gestación, por lo que recibió tratamiento especial en incubadora. Eso fue hace 34 años, cuando el ahora ídolo se ganaba la vida cantando serenatas para las novias de quien pudiera contratarlo. Pocos días después de que naciera el bebé, sus papás -Chente y doña Cuquita-- tuvieron que sacarlo del hospital porque no tenían para pagar los 150 pesos diarios que ahí les cobraban. Entonces improvisaron en su humilde casa una incubadora, utilizando varias botellas llenas de agua caliente, que ellos mismos llenaban cada vez que era necesario. POR ESO Y por muchas cosas más, el secuestro de Vicente hijo fue un duro golpe para el hombre que ha sabido ganarse el corazón de millones de mexicanos, aunque suene trillado. Chente y su familia abandonaron el rancho Los Tres Potrillos (nombre en honor de Vicente chico, Gerardo y Alejandro), ubicado en las cercanías de Guadalajara, donde el cantante vio crecer a sus hijos. Por lo pronto vivirán en Texas, con la esperanza de encontrar un ambiente donde no impere la indignante impunidad que hay actualmente en México. DURANTE LAS FIESTAS patrias, Vicente y Alejandro Fernández se presentaron por separado en Las Vegas, y el mero día 15, tal como se estila desde hace varios años, diversas estaciones radiofónicas de México y Estados Unidos transmitieron canciones de Chente durante 24 horas ininterrumpidas. A manera de homenaje y bálsamo, en esta ocasión se sumaron muchas otras radiodifusoras, seguramente bajo cierto patrocinio de Sony, disquera trasnacional que sabe cómo tratar a un ídolo que hasta hoy ha vendido 40 millones de copias en tres décadas de carrera artística. A FINAL DE cuentas, los millones van y vienen, otras cosas son las que permanecen. Vicente gusta de recordar aquella frase de José Alfredo Jiménez: ``El dinero es tan vulgar, que hasta yo lo he tenido''. Es más, con dinero o sin dinero, Chente sigue siendo el rey. EN UN RESTAURANTE de la Perla Tapatía, cierta vez un periodista le preguntó a Vicente si nunca visitaba al hijo que él tuvo con la actriz Patricia Rivera. Chente contestó: ``No voy a ver al becerrito porque se me antoja la vaquita''.