La información y también la crítica sobre los avatares y circunloquios del caso Clinton-Lewinsky que circula en los diarios, estaciones radiofónicas o agencias noticiosas del país están plagados de preconcepciones y juicios descalificadores de ese fenómeno que ahí causa intensa polémica. Lugares tan comunes como el puritanismo anglosajón, la hipocresía tan rampante como exclusiva de los norteamericanos; la conducta borreguil de los gringos rellena gran parte de las posturas difundidas. Algunos, un poco más penetrantes, se cuestionan sobre la moralidad tonta o la inocencia infantil de aquéllos que creen que la maldad no reina en Disneylandia. Todo ello es parte del sanquintín que se ha armado en este tiempo de las centralidades del imperio y la circulación instantánea de los hechos.
No se aspira aquí a levantarse con la única versión válida, ni siquiera con la que pueda ser más clarividente o una que sea resumidero de inteligentes observaciones, menos aún la que ponga el punto final a la, al parecer, inacabable discusión colectiva al respecto de tan sonado intríngulis.
Lo que se persigue es encontrar algunos puntos de contacto de lo que les ocupa y preocupa a los americanos de hoy y lo que, en círculos cada vez más nutridos e influyentes de mexicanos, viene sucediendo. Bien se puede afirmar que México se encuentra cruzado por dos tendencias enfrentadas pero coexistentes. Una que tiende a preservar los modos y formas de ser y de pensar una actividad pública incautada por los iniciados. Una donde las fidelidades son grupales o de persona a benefactor. Esa que se degluye entre las intrincadas redes de complicidades y favores en defensa de intereses que no puede ser expuestos a la luz. La otra tendencia, ya notable en los núcleos de la vida urbana, pero no privativos de ella, es la que apunta hacia el establecimiento y vigencia de un régimen de conducción normado por el derecho y con sus dirigentes estrictamente apegados a él. Ese donde las autoridades y, en general, todos los que ejercen posiciones de influencia general, sean reos de controles y donde puedan y se sientan obligados a dar respuesta a las interrogantes ajenas y respeten, con puntillosa abertura, las exigencias de los demás. Todavía no es claro el desenlace, al menos en el corto plazo, pero hay ciertas indicaciones para cada una de ellas.
El mundo pudo ver, durante interminables horas, al presidente del país más poderoso de la actualidad sujeto a un duro cuestionamiento por su conducta. La materia de dicho escrutinio legal puede ser lo irrelevante que se quiera. Puede también disgustar a muchos y asquear a otros tantos temerosos o inocentes. Pero el hecho de que un sistema político pueda sujetar a su principal figura a un proceso inquisitorial para determinar culpas, errores o delitos factibles, es una virtud cardinal del mismo aparato de representación colectiva. Algo con lo cual, la convivencia en ese país saldrá fortalecida y la eficiencia en el accionar de las instituciones, en este caso la Presidencia de la República misma, recibirá el influjo de altos estándares de valoración y las adhesiones del imaginario colectivo. Es posible que, en el proceso, el señor Clinton pierda presencia, estatura moral, liderazgo o capacidad de movilizar los recursos a su alcance y, en consecuencia, se vea forzado a renunciar. Lo innegable es la eficacia de la opinión pública para inclinar y poner en movimiento los mecanismos de depuración de su complejo sistema de pesos y contrapesos. No se descarta la posibilidad de una conjura de los republicanos o, al menos, de una de sus facciones, la de la extrema derecha, para denostarlo e incapacitarlo. Bien se puede dar por cierta su existencia.
En lo que a México se refiere es triste ver cómo, aún después de 30 años, nadie de los responsables del 2 de Octubre fue puesto en el banquillo de los acusados por la masacre. Muchos de los culpables todavía andan tan sueltos como orondos y hasta dan entrevistas de plana entera. ¿Cómo es posible seguir oyendo a un secretario de Gobernación que no se atreve a dar una respuesta a la altura de las protestas o, a nombre del gobierno, pedirle perdón a los estudiantes? No se le puede permitir que se escabulla impune entre los ya muertos. Se puede ser testigo de las maniobras de un ex gobernador acusado de crímenes tales como el de Aguas Blancas que sigue vigente entre sus correligionario y patrocina candidatos. Pero también se observan movimientos de ambiciones presidenciables de gobernantes con pilas de documentos que muestran sus culpas sin aclarar. Ese México ya no parece corresponder con el presente. Ojalá y se tenga un castigo en las urnas por recalar en ello.